24 noviembre 2005

Las manos sucias


Vivir el horror y seguir, sin embargo, enamorados de la vida no es un ejercicio fácil. Que seres humanos normales, a nombre del libre mercado u otra consigna, hayan sido capaces de diseñar e implementar, con recursos del Estado, toda una maquinaria de guerra para torturar, ejecutar y hacer desaparecer personas en forma sistemática, facilita que cualquiera que haya sido tocado por tal acontecimiento pierda la confianza en la condición humana. Más aún cuando, ya documentados los hechos, sus autores intelectuales y ejecutores no tengan el mínimo decoro de asumir sus responsabilidades éticas, políticas y penales.

No obstante, los hijos del exterminio en vez de desfallecer, crecimos, cual mandrágora, desbordados por la humanidad y el coraje que tuvieron nuestros padres en el intento de construir una sociedad más justa, fraterna y plural. Podríamos haber optado, legítimamente, por dar rienda suelta a nuestra sed de justicia por nuestras propias manos. Pero no. Frente a aquellos hombres y mujeres, de ayer y de hoy, que están convencidos que la autoridad para ejercer el poder político se consigue mediante el uso del terror o el dinero, quienes estamos por proteger y cultivar el amor a la vida porque conocimos de cerca la muerte, elegimos el camino más difícil de con-vencer y no vencer, de juntar mayorías conscientes y no rebaños, de abrir la posibilidad al debate participativo y no a la saturación mediática insulsa y manipuladora. Porque para eso conquistamos, con sacrificio, la democracia, como un espacio desde el cual promover, como su centro y motor, el respeto a los Derechos Humanos con justicia social.

En este contexto, resulta tremendamente significativo que en la actual carrera presidencial Chile cuente con dos candidatos que, desde sus particulares identidades e historias, evidencian que la voluntad de vida puede más que la de muerte. Tomás Hirsch es el primer candidato presidencial judío en Chile. Su padre logró escapar de un campo de trabajos forzados en Alemania y su madre llegó a Chile huyendo de la persecución nazi. Gran parte de la familia de Tomás, por el lado materno, fue exterminada. Michelle Bachelet es sobreviviente de la tortura practicada en Villa Grimaldi, de la prisión política en el campo de concentración Cuatro Álamos y el exilio. Michelle es hija de un General constitucionalista asesinado por la dictadura militar de Pinochet y la derecha chilena.

Elevándose por sobre estas vivencias traumáticas, Hirsch abrazó el ideal del nuevo humanismo, siendo un gran promotor de la diversidad y la tolerancia en nuestro país. Bachelet, por su parte, formó parte activa de la lucha contra la dictadura y la democracia, desde su labor de médico pediatra en la Fundación de Protección a la Infancia dañada por los Estados de Emergencia. Fuimos muchos los niños y niñas, hijos e hijas de luchadores sociales presos, ejecutados o desaparecidos que fuimos atendidos por la Dra. Bachelet. Ahí pudimos conocer su trato cálido y respetuoso, que sirvió de colchón afectivo para esa infancia afectada por trastornos en el área de la salud física y mental, y con serias dificultades en la satisfacción de las necesidades básicas de sobrevivencia.

Que una parte importante de la ciudadanía chilena haya sacado adelante la candidatura de Tomás Hirsch y Michelle Bachelet, es síntoma de que ellos representan una voluntad social pujante que desea avanzar, de forma más rápida efectiva, hacia la construcción de una sociedad más diversa, de condena a toda forma de terror y discriminación, sea por género, identidad sexual, raza, nacionalidad, edad, origen socioeconómico, étnico, geográfico, credo religioso o filosófico político.

No se puede afirmar lo mismo respecto de los candidatos Piñera y Lavín, que tienen las manos sucias, pues colaboraron activamente o se enriquecieron precisamente durante aquel régimen que, por la brutalidad de sus principios y acciones, puso en serios aprietos nuestra capacidad de confiar en la humanidad. Pero el amor es más fuerte.