09 marzo 2006

MI PADRE: La sesión macabra continúa


Mi padre pudo estar aquí, pero murió peleando.
Manuel Guerrero Antequera.
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La sesión macabra continúa

Brutalmente dos manos golpearon mi pecho.

- Te vai a morir si no hablai concha e'tu madre-, vociferó el torturador.
Otra vez ordenó:

- Dale más duro, se está haciendo el duro este huevón -.

Los puños machacaron con insistencia la región herida.

Mi dolor aumentaba, cubriendo todo el cuerpo. Sentía que lentamente se adormecían los dedos y los brazos. El cúmulo de sensaciones dolorosas se precipitaba buscando un cauce para estallar. La cabeza cumplía la misión de ser la boca del volcán, que desde dentro pugnaba, presionaba por salir a la superficie. Cada conducto sanguíneo cosquilleaba, dando puntazos que como alfileres herían mi cráneo.

- Ya, pu huevón, empieza a cantar, mira que tenemos poco tiempo y paciencia -

La respuesta era idéntica:

- No tengo qué contar, no sé lo que quieren -

- ¿Así que no sabí quienes somos nosotros?-

-¡No! -.

Un golpe de puño rabioso se estrelló en mi estómago. La respiración se cortó, me faltaba el aire. Una tos seca hizo sacudir la cabeza. Quise llevarme las manos al estómago y no pude, las tenía sujetas a la tarima.

Con sarcasmo e indignación preguntaron:

-¿Así que no sabí por qué te agarramos?-

- No, no sé por qué -
- ¿Entonces, por qué te tiraste a choro y quisiste arrancar?-
- Como no lo iba a hacer, si sin decir nada me golpearon y me arrastraron a la fuerza -
- Seguro que vamos a pedir permiso a alguien pu, tonto saco de huevas -
Iba a replicar pero guardé silencio, porque tenía la boca reseca, me costaba ordenar mis pensamientos.
- A este le vamos a dar el tratamiento intensivo -

Sucesivos golpes y bofetadas me propinaron en el cuerpo y el rostro.

Me contraía de dolor. Los oídos volvían a zumbar cual colmena de abejas en acción. Involuntariamente forcé abrir los ojos; no pude, la oscuridad continuaba.

- Cuenta cabrito, no tení para que sufrir de más - con zalamería me habló alguien.
- Estos que están aquí son harto brutos. No sé para qué pegan cuando hablando se arreglan las cosas. ¿Por qué no cuentas de tu vida, a que te has dedicado todo este tiempo?

Me pareció que había sinceridad en esa voz. Eran palabras espontáneas que querían al parecer, aliviar mi dolor. Pero, me daba cuenta que eso era en la superficie y este sorpresivo bienhechor, no era sino otro de los canallas que desempeñaba el papel de "bueno" al lado de los otros que gritaban, injuriaban y gozaban con golpear.
Siguió hablando mientras llamaba la atención sobre el estado de la herida.

- Este hombre sangra mucho, porque no le limpian un poco. Se ve fea la cosa. Ya pu Manuel no te hagas el gil, convérsame -.

Castañeteando los dientes, con los labios temblorosos insistí:

- No tengo nada que decir, no sé qué quieren que les cuente -.

Estas simples palabras me llevaba un mundo en pronunciarlas. Temía no decir exactamente lo pensado.

Mis pensamientos se desenvolvían en tres planos. Lo que deseaba olvidar, sepultar para siempre, no recordar y que, sin embargo, estaba nítido en el recuerdo. Las ideas que deseaba dejar establecidas y latentes, que fueran configurando mi historia de hombre comunista, pero desligado de toda actividad política y tanto más orgánica, intención que solo podía prosperar de acuerdo a lo que respondiera al darme cuenta que conocían de mí por sus preguntas, que aún no formulaban, y que debía obligarlos a hacerlas; y el plano de las palabras mismas que iba pronunciando ante sus golpes y exigencias.

Tenía como obstáculo para lograr estos fines mi debilidad física, que sentía como aumentaba ante cada agresión, y la incertidumbre, la duda infernal de no saber por qué había sido ubicado y la causa exacta de la detención.

Por ratos me desvanecía y volvía al estado conciente queriendo desesperadamente ubicarme en qué instante estaba del interrogatorio.

Algunas veces me costaba más situarme en la situación y lugar en que me hallaba. Buscaba abstraerme y evadirme del dolor, para no ser su presa, para mantener la reflexión y la agilidad mental plenamente.

Con un trapo áspero, duramente restregaron la región afectada. Me dieron vuelta para pulsear en la espalda la ubicación del proyectil, pero no ubicaron nada. Una mano abierta fue haciendo el posible recorrido de la bala, lo que me causó enormes dolores.

- No sé por qué no le dieron altiro en la cabeza a este huevón porfiado -.
El "malo" entraba en acción. Su voz la ubicaba perfectamente .
- Déjeme arreglar yo a este comunista infeliz. Con buenas palabras parece que menos entiende -

Sus golpes no se hicieron esperar y los antebrazos me los golpeó una y otra vez.
Comprendí que necesitaba seguir ganando tiempo, tanto para recuperarme de la golpiza que podía ser fatal como para ir formándome un cuadro mínimo de lo que sabían.

Empecé a señalar mi nombre, edad, profesión, estado civil, hijo.

Al paso de decir alguna cosa me detenía. Quería acrecentar la imagen de mi gravedad y dar la sensación que decía cosas contrarias a mi voluntad, que me costaba decirlas y que eran una muestra de mi debilidad en resistir. Fui interrumpido con un golpe en la cabeza, que me sacudió cual ropa al viento.

- Esas son historias conocidas. Cuenta qué hacías desde el 11 adelante. Lo anterior lo conocemos bien.

Estas simples afirmaciones de ellos me daban la idea que no fui detenido por un simple soplo o denuncia, lo que agravaba mi situación. Entonces, ¿qué era? ¿tendrían a alguien más, y si así era, éste había hablado? Las hipótesis eran múltiples, quería escudriñar más en lo que sabían, pero a la vez tenía que responder o guardar silencio a sus preguntas. Decidí jugármela para exasperarlos.

- Después del 11 me cabrié de la política – expresé -. No era como antes, ahora es mucho lo que se arriesga, además tengo mujer e hijo -.

Una carcajada forzada replicó a mi afirmación.

- Vos creí que somos aprendices. Nosotros sabemos que Uds. los comunistas no se cabrean nunca, son porfiados hasta la muerte.

- ¡Me ahogo! -grité- ¡Me ahogo, no puedo respirar! -.

Rápidas carreras se produjeron. Sentí cerca varios individuos.

- El corazón le está fallando a este gallo-, dijo uno.
- Aplástale fuerte el pecho. Sujétalo. Así, así, aplástale el pecho, como si estuviera ahogado con agua -.

Me extravié en el tiempo, en la nada....

Volví en mí y sentí las voces encima y las manos que aplastaban y soltaban, volvían a aplastar y soltar varias veces.

Pensé que dentro tenía una demolición, todo diseminado, reducido a escombros. El dolor era muy grande y cada presión arrancaba quejidos y lamentos.

- Esto te pasa por porfiado – dijeron -. No querí ayudar. Te botai a pucho y después hay que estar como niñera cuidándote. Si no cantai te vai a morir en serio y nadie va a mover un dedo por vos -.

La voz era como un moscardón que daba vueltas y vueltas en torno a un objeto, iba y volvía, zumba que zumba.

El dolor bloqueaba toda otra sensación y raciocinio. Estaba ahí, presente, dañaba, afectando, cubriendo cada lugar.

Siempre pensé antes que frente a los verdugos no me quejaría, pero ahora no podía evitarlo, el dolor no era una idea o posibilidad de guardar a toda costa lo que conocía.

Ante el silencio, nuevamente aplicaron electricidad.

Sentía que rozaba a la muerte.

Era una situación inverosímil, sufría mucho, pero ante la cercanía de la muerte me tranquilicé. “Si muero, se acabó no más”. Este pensamiento simplista alejó el terror y me hizo asumir una posición de resistencia a la ultranza, de provocar el desenlace... “A lo mejor si no respiro me desangro. Si aprieto los dientes y hago fuerza, se acaba de una vez. ¿Y si los provoco? Les hecho garabatos, los mando a la mierda, que se ensañen y listo. ¡No! Les saldría muy barato. Quizás pueda darme vuelta, me dejo caer y eso produce más hemorragia. Qué imbecilidad haberme doblado cuando disparó, debí tirarme encima, pero creí que podía zafarme y correr. Al menos hubo bulla. Sí, claro, la gente tiene que haber escuchado los gritos y el disparo. A lo mejor no sintió nadie y se llevaron a la Vero. ¿Y si la traen qué hago?. No, esto mejor que termine antes, de una vez ya. Pero, qué va a ser de Manuelito, no conoceré a la guagua. Las lágrimas corrieron por la cara. No, no tengo que pensar en eso ahora. Mejor me muero, pero no van a sacar nada conmigo estos hijos de puta”.

Levanté ligeramente el brazo izquierdo, quise darme vuelta pero no pude. Me faltaron fuerzas y además me aplastaron contra el camastro.

- Qué estai haciendo, te hací el dormido no más -.

Vino el golpe. Grité lo que más pude.

- Ya para un rato. Deja que piense el hombrón. Mejor que sé de cuenta clarito que está jodido si no ayuda.

Respiraba compulsivamente.

“Estos no me van a dejar morir tan fácil. Quieren hacer durar la cosa, pero están apurados. Tengo que saber seguir aguantando. Esperar. Aguantar. Resistir. Aguantar. La boca la sentía cada vez más áspera y reseca. Un vaso de agua, si pudiera tomar agua qué agradable sería. Estaba sediento. Me sentía mareado, confundido. ¿Qué hora sería? ¿Cuánto tiempo habría transcurrido desde la detención? ¿Sabría alguien de ella o aún no se conocía? ¿Cómo esperaría el niño que lo fuéramos a buscar para ir al colegio? Y nosotros no aparecíamos. Seguro que preguntaría: ¿Y mi papá por qué no llega? Empezaría a mirar con su carita pegada a los vidrios de la ventana, consultaría la hora, se desesperaría al comprobar que llegaría tarde o no iría a la escuela. Imaginé la cara congestionada, tensa, llorosa de mi suegra, dando respuestas que no la convencían. Dejaría pasar el tiempo pero al avanzar la tarde se angustiarían. ¡Qué mierda de vida!. Nadie vive despreocupado, ahora toda la gente anda inquieta, temerosa, desconfiada. Se muere alguien en la calle e incluso los curiosos se alejan. Ni morir tranquilo se puede. Frena un auto y el corazón salta. Lo jodido es que la familia ni sabe dónde ubicarnos, dónde vivimos. Un día uno se va a morir y se van a enterar cuando esté podrido, claro eso es, si alguna vez me pasa algo, o a la Vero, incluso al cabro chico, nos fregamos no más. Pero qué le vamos a hacer, no hay otra solución. Lo mejor es cuidarnos para que no suceda nada. Qué manera de tener sed, voy a buscar un vaso de agua, la boca es un estropajo”.
En el límite de la conciencia y la inconciencia, de la lucidez y la oscuridad, se libraba una violenta lucha.

A ratos perdía claridad de los hechos, perdía el sentido del tiempo y el espacio. Ayer era hoy, hoy era mañana, estaba en el fondo, en la superficie, suspendido en el aire.

Pedí: - Agua, agua, tengo sed, agua -.

El exabrupto del matón saltó:

- Te vai a morir y querí tomar agua. ¡Jódete!

Volví a la realidad. En el fondo de mi ser nacían llamitas, pequeñas lumbres, que traían luz.

Entre la incertidumbre y la impotencia, volvía la esperanza. Poder pensar, este elemental hecho, que daba fortaleza y seguridad. En la conciencia, el padecimiento crecía, pero había algo que me entregaba entusiasmo, capacidad humana mínima de saber el curso de mi menguada existencia. Pase revista a mi estado físico. Sentí el cuerpo pesado, dolido, en la cabeza me pinchaban diversas punzadas, eran como esquirlas de metal que estaban incrustadas en mi cerebro. Los brazos los sentía hinchados, las manos y los antebrazos heridos, las piernas las sentí atrofiadas y el pecho ni pensar.

“¿Hasta cuándo resistirá el cuerpo sin morir?”, medité como si me preocupara una digresión académica.

La lengua la sentía enorme, más grande que la boca, debía parecer un perro sediento que arrastraba su lengua porosa, dilatada, en busca de una gota de agua. “¡Pero qué cosas tengo!” concluí. “Estoy más muerto que vivo y me preocupo de huevadas!”. No, no era que mi pudor fuera violentado; lo que me molestaba era sentirme ridículo y humillado ante sus ojos, no quería darle a los verdugos motivo de burla, mofa o cualquier otro sentimiento de menoscabo. Quise estar físicamente íntegro, fuerte, duro, mostrar que nada me dañaban sus torturas. Era una imagen romántica, que por un instante quise tener. La imagen del combatiente que da golpes y golpes y sus últimas fuerzas son para golpear más o autoinmolarse. En cambio yo estaba hecho un espantajo. Pero, discutí conmigo mismo, nuestra fuerza no descansa solo en el valor físico, sino en las ideas, en las convicciones que jamás son extirpadas y me sentí alegre de ser comunista, de haber resistido hasta ese momento.

Cuántas veces había pensado cómo me comportaría si me detenían y torturaban. Partía, entonces, de la disposición de resistir; pero ahora en la práctica lo estaba haciendo. En muchas ocasiones vislumbré con escalofrío la ocasión de la detención por la DINA y las primeras torturas. Ahora estaba en sus manos. Eran chispazos de alegría por estar cumpliendo. Más, ¿qué sería de mí? Si al menos supiera qué sucederá, ¿me fusilarán o me encerrarán en el fin del mundo?

-¿Qué hora será?-.

Mis amigos me esperarían y se preocuparían cuando no apareciera. Como si adivinaran mis pensamientos, los verdugos volvieron a la carga.

-¿Cuál punto tenías hoy? -
-¿A quién tenías que ver?-
-¿Dónde te esperan?-.

Hice como si no escuchara.

-¡Te estai haciendo el enfermo huevón! Despiértalo -.

Un puñetazo me hizo chillar de dolor, me habían golpeado el pecho nuevamente.

- Cuenta Manuel, no seai porfiado, si sabemos quién soy -.

Seguí sumido en el silencio y tratando que no me desesperaran los dolores.

- A ver tú, dile a éste quién es, cómo se llama, qué pega tenía en la Jota -.
No pude evitar el estremecimiento.

“¿A quién incorporarían al interrogatorio, sería alguien conocido, que ellos habían logrado que delatara? Si así era, todas mis afirmaciones se irían al suelo. En tal caso cómo me muevo, qué caminos sigo. ¿Tendría ocasión de maniobrar aunque sea mínimamente? A lo mejor no me queda más salida que seguir poniendo el cuero duro y estar dispuesto a negar todo, aunque tengan al más pintado al frente. Por lo demás, estoy igual más muerto que vivo”.

- Escucha Manuel -.

La voz del torturador empezó a decir mi nombre completo, el de mis padres y hermanos, algunos antiguos y nuevos compañeros y algunas responsabilidades tenidas en la Jota.

Cada palabra la acompañaba de gran afectación, dando la impresión que poseía los mayores y más profundos secretos que harían imposible cualquier escapatoria.

Aunque presentía que estos antecedentes los daban para atraparme, arrinconarme y obligarme a reconocer qué hacía, no dejó de impresionarme que los tuvieran.
El tráfago de angustia, dolor e incertidumbre otra vez me cogió.

Una vez más deseé ardientemente morir.

Comprobé que era más fuerte y audaz cuando me preguntaban por cosas que ignoraba; pero al poseer antecedentes verdaderos de mí, se estrechaba el cerco. La voz sonó gutural en mis propios oídos.

- No sé, no sé -.
- Ya dije que no sabía nada -.
- Qué quieren de mí, si nada sé -.

- Sabemos que estai mintiendo, estai metido en el hueveo. De nosotros nadie se ríe. Somos profesionales, entendí, profesionales. De aquí nadie sale si no coopera. Así que lo mejor que podí hacer, es desembuchar, mira que no nos da ni asco si te vai cortado. Los que se creen duros son los que cantan, hasta se cagan en los pantalones los maricones. Te vai a ir en mierda igual que el otro que te echó al agua. Cuando lo veai te quiero ver. Ustedes se creen tan capos y no son más que unos pelotudos. Mírenlo, cambiándose de pinta para parecer caballero, igual no más te cachamos y gritando más encima, “¡Quiénes son, qué quieren!”.

La risotada de los restantes agentes policiales celebró la pachotada.

Callaron.

Esperaban mis respuestas. Estaba confundido, no sabía si callar, llorar o gritar. Pensé por unos instantes: cómo serán esos hombres, quiero verle las caras y los ojos. Dudé si eran como el resto de las personas. Los rasgos habituales de los hombres me parecían ajenos a ellos. ¿Cómo podían reír, comer, bromear mientras otro hombre moría? Tenían que ser anormales, incluso de aspecto físico diferentes. En sus gritos, carreras y risas habían expresiones de histeria, de gozo morboso ante el dolor ajeno, se entusiasmaban, comían, bromeaban, guardaban silencio como autómatas. Concebí la imagen de pequeños demonios, con uñas y dientes largos, ojos enrojecidos, que saciaban su sed con sangre y carne humana.

- Vamos concha e’tu madre habla de una vez-, gritó uno.
- Dale otro toque pa’ que se suelte -.

La descarga eléctrica nuevamente me hizo recoger y estirar el cuerpo como un resorte gastado. Los gritos, reflejo pálido del dolor, estremecían mis propios oídos.

- No participaba en nada, me cabrié hace tiempo, ahora sólo me dedico al trabajo y a la casa- dije.

- Nos aburriste Manuel. Oye bien. Te damos un ultimátum, te estás muriendo y necesitas atención médica urgente. Nosotros te la podemos dar, pero tienes que cooperar. Si te seguí negando a hablar te vamos a dejar botado, y más de una hora no durai. Piénsalo bien. Eres un gallo joven, tení un hijo, la Vero está por tener otro, podí perfectamente vivir tranquilo, sin que nadie te moleste. Además que todo lo que tenían se acabó, ya no existe, entonces para qué sacrificarse en balde. ¿Cómo no vai a entender? Ustedes los comunistas no tienen sentimientos, pueden dejar viudas y huérfanos y no les importa. Cada uno se cree un mártir, un elegido, y resulta que todos hablan, incluso los dirigentes. Nosotros no perseguimos a nadie por sus ideas, vos podís pensar lo que se te ocurra, lo que no aguantamos es que nos hueveen los pollitos; que revuelvan el gallinero. Si se quedan tranquilos con sus ideas nadie les hace nada. Te digo esto, para que veaí que no somos brutos, que nos podemos entender. Te vamos a dejar que pensí. Mientras más tiempo, más te agravas, por lo que te conviene contar luego lo que se te pregunta. ¡Ah!, una última cosa, si seguí negando, te vamos a traer a la Vero, y junto a ti la parrillamos. Te podí imaginar qué le pasaría en ese caso...”.

Una mano golpeó suavemente el hombro, a lo compadre.

Un aluvión de sensaciones, sentimientos e ideas cruzaban por mi mente.

La muerte se presentaba como posibilidad real. Me decidía a morir o cedía. Mi vida se apegaba en el hoyo más negro e ignorado de la tierra. Me veía en una fosa profunda levantando los ojos en busca de luz; pero solo chocaban con las paredes de tierra que desprendían piedras, terrones y lombrices que herían mi cuerpo desnudo. No percibía la boca de la fosa. Quería trepar, pero caía infinitas veces, mi piel se laceraba. Gritaba y la voz resonaba con eco perdiéndose, consumida por la nada. De tanto mirar quedaba ciego. De tanto gritar quedaba mudo. Deliraba. Veía en una calle a mi compañera e hijo. Era un lugar solitario, abandonado, inhumano, me desesperaba verlos, quería alcanzarlos, corría y corría y a pesar de mis esfuerzos ellos se alejaban, pero miraba mis pies y estaban engrillados y al levantar la vista ya no estaban. Tenía frío, me hubiera gustado ovillarme, taparme y dormir, estaba cansado, extenuado. ¿Qué me pasa? ¿Me muero o agonizo? A lo mejor son los puros nervios o el miedo. Creí que se me había acabado el temor; pero otra vez sentí miedo. A lo mejor soy un cobarde que está temblando, ante la muerte. ¿Valdrá la pena tanto padecimiento? ¿Qué ha sido de mi vida? Hay gente que trabaja, vive bien o mal, pero circula por las calles, tranquilamente, juega fútbol, tiene fiestas, no se complican la vida. Pero uno está muriéndose y a lo mejor a nadie le importa. Desde hace años le estamos dando a la política, sacrificándonos, peleando y más encima a punto de morir. A lo mejor no debí meterme en este lío. Pero, ¿cómo sería mi vida de otra manera? No me la imagino. Lo que soy se lo debo a la Jota, al Partido, a la lucha. Mi familia es cómo es, porque es comunista, mi propia compañera la conocí en la Jota. Vale la pena ser comunista. Eso me elevó por la sobrevivencia diaria, la monotonía, le he dado alas a mi vida y vuelo a mis pensamientos. Me voy a morir, pero lo haré con serenidad hasta donde pueda morir tranquilo. Pero estos desgraciados no harán de mi un delator y menos un traidor. ¿Que saco con vivir en medio de la vergüenza? Eso no sería vida. Mi conciencia tiene que resistir los peores dolores, debo prepararme para aguantar más dolor.

¿Tendrán efectivamente a mi compañera? Si la traen y me destapan los ojos debo verme íntegro, incluso tengo que sonreír. Pobrecita, con su guata embarazada, cómo habrá sufrido. A lo mejor la golpearon en el estómago, puede estar con hemorragia. ¿Habrá aguantado? Sí, tiene que estar resistiendo. Fue bueno haber conversado sobre esto. Tiene el compromiso, como yo con ella, de resistir no delatar, incluso aunque traigan a Manuelito. Eso sería peor todavía. Estos canallas, son capaces de todo. Recuerdo que a un niñito en Concepción lo metieron en barril con agua de color rojo frente a su padre, para que éste creyera que estaba bañado en sangre. Si lo traen, me destrozará el alma; pero igual me aguantaré. Si pudiera ver y decirle algo a mi compañera… Si la tienen, que me maten de una vez. Le gritaré, ¡resiste amor, resiste, de mi boca no ha salido nada! Ojalá que no la tengan, que ella no pase por este infierno, además que así puede ayudar a la pelea afuera.

No, no harán de mí un despreciable traidor. Tengo que estar firme, un minuto de debilidad, cobardía o dolor no va a cambiar mi vida, no me convertiré en un harapo avergonzado y despreciable que rehuye mirar los rostros de la gente. Mejor morir. Quero vivir, pero tengo que seguir resistiendo, voy a utilizar la muerte como escudo. Me pueden matar; pero tampoco les conviene que muera. La proposición de que diga algo y me salve es una patraña, dicen que quién delata y habla más se hunde. Son una cáfila de delincuentes, degenerados. Esto no puede ser eterno luego tendrán que irse, más bien los echaremos, ahí veremos como arrancan, cuál es su cobardía, su miseria moral, su bajeza. ¡Qué hermoso será ese día! Cuánta emoción no sentiremos, cómo correremos por las calles, caminos, villorrios, qué dramas ignorados todavía se conocerán y entre lágrimas, encuentros y ausencias, dolores y esperanzas, estará la alegría del pueblo, de nuestras mujeres y niños, y las lolas y los cabros, los ancianos. ¿Estaré presente para esa ocasión? Tengo que estar y si por último me muero habrá por lo menos alguien que me recuerde, que diga "Manuel pudo estar aquí; pero murió peleando". Eso es, esa debe ser mi conducta, quizás qué otras cosas me van a hacer; pero tengo que aguantar, no delatar, no hablar, debo olvidar nombres, casas, rostros y señas de los camaradas. Olvidar todo, sólo debo dedicarme a ganar tiempo. Qué lesera, ¡justo ahora se me viene a la cabeza lo que tengo que olvidar! Es como si el dolor empujara los recuerdos para afuera. Es jodida la cosa la solución para terminar con el padecimiento, es como si la tuviera en la punta de lengua. Pero esa no es la salida. Si hablo más me hundo. ¿Cómo saber cómo me ubicaron? Está claro que me tienen encuadrado, pero si lo saben todo, por qué están tan apurados. Deben faltarles antecedentes y quieren conmigo llegar al resto de los cabros. Cómo me duele el cuerpo, debo estar charqueado. Puta, para que me acordé del dolor, cuando lo hago más me duele el pellejo. Pero qué le voy a hacer si estoy jodido. Quizás cuánto más me harán. Con tal que la cabeza no se deje dominar por al miedo.

Y este ultimátum, ¿será una nueva amenaza o me matarán de una vez?

Esperaré. Eso, claro, esperar, hacerme como si no escuchara, no darme por aludido.
Se van a espantar; pero sabré qué se traen entre manos. Me pueden pegar otro balazo, o me atropellan o quizás qué cosa, pero no creo que sea peor que esto. Morir es lo menos malo que me puede pasar. Si la Vero está viva, más va a sufrir ella que yo, al igual que la familia y los amigos. Es triste tener que morir tan joven.

Una angustia sorda y profunda se apoderó de mí. Era un dolor de sentimientos. La congoja precipitó lágrimas que bañaban mi rostro. Iba a explotar en llanto cuando recordé donde estaba, que debían estar observándome los verdugos. Mordí con furia mis labios, hasta sentir que me los hería. No les daría en gusto de verme estallar en sollozos, no era un superhombre de acero, porque el dolor y la angustia me llegaban, pero no sería un implorante sujeto entregado a su merced. La observación a que estaba sometido era efectiva, ya que al ver que derramaba lágrimas volvió el acosamiento.

- Bueno que decí’. Contai toda la verdad o te liquidamos, te hemos dado tiempo para que pensí, y aunque te hagai el dormido sabemos que estai dándole vueltas a la proposición. A ver Manuel, qué hay hecho del 11 en adelante. Aunque nosotros lo tenemos claro nos gusta escucharlo del propio afectado.

Alrededor sentí varios individuos, aunque era uno el que de preferencia dirigía el interrogatorio.

No respondí nada.

Para ocupar mis pensamientos y no volver a replantearme todo lo examinado y mantener la actitud previa, me aboqué a imaginar la escena como si se pudiera desde fuera y tratar de captar el ambiente donde estaba. Me vi desnudo, con el pecho ensangrentado, cubierto de cardenales, con los ojos tapados y las piernas y los brazos como sapo de espalda. Estaba rodeado de hombres jóvenes, deportivos y despreocupados, que golpeaban, gritaban y alardeaban como matarifes frente a los seres que sacrificaban. El cuerpo no les interesa más que no sea para hacer daño. Su atracción en la boca, más bien la comunicación entre el cerebro y las palabras. Cómo no quisieran fotografiar este proceso y al no poder hacerlo buscan, escrutan, escarban e intentan dominarlo totalmente a uno. Más allá de donde estaba tirado, debía haber un mesón con tasas y jarros, azucareros, donde estos individuos bebían y comían. Debían ser muchos, porque sus risas e imprecaciones eran variadas. El lugar olía a limpio, recientemente pintado y tenía que tener dos o tres pasillos de comunicación por donde circulaban.

La carga del agente continuó:

- Te estai muriendo y todavia querí dártelas de firme, si no hablai luego, te dejamos botado y no aguantai ni una hora sin atención médica.

Persistí en el silencio.

Nuevos golpes castigaron mi empecinamiento. A cada agresión continuaban accesos de tos y dolores agudos. Lentamente fue apoderándose de mí el convencimiento de la muerte. Si no podía alargar el tiempo sucumbiría. Tenía que construir una historia y aferrarme a ella. Era riesgoso, me podían pillar en las respuestas; o tenderme trampas; pero si seguía más tiempo ese juego, perderían el momento más difícil, el inicial y tendrían que tirar antecedentes para arrinconarme.

Estaba en esas meditaciones cuando el interrogador gritó:

- Bueno, si no querí ahora contar toda la historia ya tendremos tiempo para eso. Ahora dinos: ¿Cuál era el punto que teníai hoy y con quién?
-¿Qué cosa?
- El punto, la reunión, ¿dónde y con quién la teníai?
- No tenía reunión porque no participo en ninguna cuestión política, me dedico a la pega y a la casa.
- Dime dónde teníai el punto chucha e' tu madre! -, vociferó el torturador, acompañando con puñetes sus palabras.
Grité por dolor y desahogo.
- Ya dije que no tenía reunión. No participo en nada.
- Ahora va a resultar que ni siquiera erí comunista.
-¿Erí comunista o no?
- Si lo soy, pero ahora no hago nada porque están prohibidos.
- Si no teníai nada que temer porque andabai fondeado.
- No andaba escondido porque vivía normalmente.

Entendía que mis respuestas no eran convincentes, aunque las decía con seguridad. Ellos seguían el interrogatorio, porque veían una abertura que de continuar podía llevarlos a la información que buscaban. Era riesgoso este camino, pero era mi posibilidad de luchar por la vida. En este marco me iba a mover.

- Para ayudarte a recordar vamos a traer a tu mujer, que ya se fue de lengua. Delante de ella a ver si eres capaz de seguir mintiendo.

Me estremecí.

-¡Oye, trae a la mujer de este gallo!

Aguardé tenso. Era más que factible que la hubieran detenido junto a mí. Me empecé a agitar, transpiré y ya no respiraba sino que jadeaba.

A mi lado el hombre seguía buscando, horadaba mi cabeza con sus amenazas.

- Ya la van a traer. Está tan como las huevas la pobre. Sólo por respeto a ti, no le hemos dado capote, total voluntarios sobran. No te dai cuenta que hací daño a tu familia, aunque se lo merecen, pero la principal responsabilidad es tuya.

La espera era mortificante. Tenía el convencimiento que efectivamente la traerían. Pensé en su dolor, como también en qué hacer si en realidad le habían sacado informaciones o la sorprendieron.

Era todo terriblemente complejo y doloroso. Aunque no había que descartar una farsa montada por ellos, por lo que lo más cuerdo era desmentir cualquier información.

- Qué pasa que no traen a la señora, miren que aquí tiene a su amado esposo que la espera.

Múltiples risotadas se escucharon.

De lejos una voz señaló:

- No la vamos a poder llevar ahora jefe, porque esta mierda está desmayada.
- Recupérenla y en cuanto esté lista la traen.

En mi interior sentí un alivio. Me preguntaba: por qué si la tienen no la traen aunque esté desmayada. A lo mejor están blufeando. Aunque también pueden reservar esto para otro momento.

Una pequeña ilusión nació en mí de que mi compañera estuviera libre y ya se estuviera movilizando en denunciar mi secuestro.

Me sentía afiebrado y la tos era cada vez más aguda.

Nuevamente sentía sed. Pedí agua.

- Dale té a este gallo.

Alguien acercó una tasa y me hizo beber pequeños sorbos .

-¿Qué tal está?

No sé porque se me ocurrió responder:

- Le falta azúcar-. Estrepitosamente rieron.

- Miren al huevón patudo. Este cree que está en la pensión Soto.

Nuevas risotadas se sacudieron.

Yo también reí. Es extraño que una situación de ese tipo provoque hilaridad, muy distinta, por cierto, para ellos y para uno.

Los verdugos me dejaron descansar.

Quise pensar en otras cosas, ausentarme de ese lugar maldito y no pude.

Se sentía demasiado adolorido, enfermo grave. Comprendía que la llama de mi existencia se apagaba, lo que provocaba sentimientos contradictorios, ya que por un lado me sobrecogía y me hacía temblar la posibilidad de la muerte y por otra podía ser el fin de mis tormentos. Estaba muy débil.

Después de cada respuesta que daba, me sentía más extenuado. Los dolores eran intensos y tenía la cabeza llena de ruidos, zumbidos, gritos, golpes y quejidos. Sin darme cuenta estaba quejándome en voz alta con ayayayes lastimeros. Me sumí en la oscuridad. Dormí o perdí el conocimiento por un buen momento. Sólo fue un bloque negro que cubrió mis ojos, oídos, pies y manos, cuerpo y rostro. Es posible que en ese instante estuviera más cerca de la muerte que de la vida.

Volví al dominio de la sensación plena, mientras era examinado por un médico o un supuesto médico que con estetoscopio recorrió el pecho y la espalda; tomó el pulso, vio las piernas y brazos. Cuando se dio cuenta que estaba lúcido, dijo:

- Soy un médico que ha sido llamado de urgencia por estos señores. Cumplo una labor estrictamente profesional. No sé quien es usted ni por qué está en este estado. No me interesa saberlo, sólo sé que está extremadamente grave. Requiere atención médica completa, o en caso contrario morirá. La bala no sabemos dónde está alojada. Puede estar afectando al corazón, los riñones u otro órgano. Todo indica que tiene una enorme hemorragia interna. Yo no puedo hacer más por usted. Aquí no hay implementos ni medicamentos. He planteado su traslado a un lugar que tenga las condiciones adecuadas para su gravedad. Se me ha dicho que están dispuestos a acceder si usted les proporciona ciertos antecedentes. No puedo inmiscuirme en sus asuntos, pero creo que usted, siendo una persona joven, por lo que me han dicho culta y con un hijo, no va a sacrificarse en vano. Así que si Usted me permite le recomendaría que acceda a los requerimientos que le hacen y así podrá salvar su vida que no tiene más resistencia que para una hora.

Sus palabras me provocaron estremecimiento y angustia.

Una vez más el latido del corazón se apoderó de todo el cuerpo, latía más y más rápidamente, hasta desatarse en una loca carrera sin destino.

El brazo izquierdo fue sujeto con fuerza y un fuerte pinchazo me hizo quejarme de dolor.

La misma voz del "médico" señaló:

- Le vamos a poner calmante mientras tanto, pero le insisto que, aunque Usted no responde, depende de cómo colabore con estos señores si se le lleva a recibir la atención que necesita.

La inyección fue muy dolorosa, pero más que eso me inquietó que no fuera calmante.
El peligro de haber sido drogado era real... Puede haber sido Pentotal, llamado también el suero de la verdad, u otra cosa, pensé en tal caso qué hago. Debo luchar por no perder el conocimiento y bloquear mis pensamientos: No sé, no sé, nada sé. ¿Estará bien así? A lo mejor debo pensar en algo muy distinto y proponerme: no diré nada, nada diré nada, no diré nada....; estará bien repetirlo quince veces o será poco; repetiré de nuevo. Me acuerdo de que cuando estudié psicología y nos hipnotizaba el profesor en clases para que no lograra hacerlo uno debía escaparse de su círculo, no seguir le la corriente. Eso haré si esto que me inyectaron es una droga y quieren arrancarme declaraciones. Sí, me parece haber leído que a quien no se entrega, no quiere hablar y se propone resistirles en todo, no le sacan palabra alguna que lo comprometan.

Los efectos de la inyección empezaron a hacerse sentir. ¿Qué me pasa? ¿A lo mejor estoy recuperándome, me estoy aliviando?

-¿Cómo se siente?

- Bien.

- El calmante le va a hacer muy bien -, oí decir al doctor.

La agitación continuaba, los dolores los sentía distantes y pequeños. El médico preguntó:

-¿Por qué no le dice a estos señores con quién se va a ver y dónde?

En medio del caos de sensaciones e ilusiones un eco lejano repetía: no sé, no sé, nada sé.

Las preguntas volvían:

-¿Y cómo se llaman con quienes Usted se encuentra y qué casas ocupan?

- No sé, ya dije que no sé.

Una mayor excitación iba apoderándose de mí provocándome un estado soñoliento.
Estaba aletargado y manos femeninas me hacían cariño en el pelo, la cara y los brazos al mismo tiempo que con voz suave decía que me recuperaría, que estuviera tranquilo, que había gente preocupada de mí. Era como sentir a la esposa, la novia, o la madre, pues sus caricias y palabras eran entre maternales y amantes.

- Manuel, te mejorarás. Estate tranquilo y confía. Pobrecito has sufrido tanto.
Existía un deseo instintivo de encontrar calor y cariño, pero de lo más profundo de mi ser surgió desprecio y repugnancia que de haber sido posible me habría empujado a golpear a esa mujer que participaba en las torturas y vomitar de asco sobre su rostro.

Me recogí y sentí más odio que nunca al fascismo y sus sirvientes, que llegan a la perversión más abyecta en su papel destructor e inhumano.

Las amenazas menudearon nuevamente:

- Te hemos dado un ultimátum, te salvó la venida del médico y parecía que estabas entendiendo el asunto. Pero otra vez estás chiveando. Así que vamos a seguir conversando. Decí ahora que no tení actividad política, entonces para qué te cambiaste de casa hace tan poco.

En efecto me había mudado de vivienda.

- Me cambié porque convenía económicamente y lo que gano de profesor es poco.

- Nosotros te venimos siguiendo la pista hace meses, por lo que, como te dijimos, sabemos en qué estai y qué cargo ocupai en la Jota; pero nos gustan las confesiones. El que reconoce tiene más posibilidades de que le perdonemos la vida. Por lo que tú al estar negando te estai despachando sólito. Querí que te digamos más, conocemos hasta dónde se juntaban y los de las casas lo han reconocido.

Nuevas oleadas de angustia llegaron a mí. Seguirían siendo todas bravuconadas o en realidad manejaban esos datos. Ahora parecía como si no estuvieran apurados.

Entendía que no podían seguir golpeándome porque eso era desencadenar el fallecimiento, pero a la vez tenía claridad que debía ser atendido medicinalmente o moriría.

Especulaba con mi muerte y yo seguía protegiéndome en mi gravedad.

Como mis negativas proseguían lanzaron más antecedentes sobre mi actividad para obligarme a reconocerla.

- Sabemos que después del pronunciamiento militar, seguiste participando y que te veías con tales gallos.

Nombraron a algunos compañeros.

- También tenías que atender políticamente a estos otros.

Nuevos compañeros fueron mencionados.

- Tenemos en una pared la estructura de la Jota, desde el Comité Central hasta la base más rasca. ¿En qué lugar te ubicai? No te vamos a destapar los ojos, dinos no más cuántas jinetas tení.

- Después del 11 se pegaron el pollo del país esta gente, se quedaron estos otros y funcionaron éstos. ¿Qué te parece? Todavía creí que estamos chamullando. Te decimos esto para que te aclarí y no sigaí muriéndote por las puras huevas. El tiempo sigue andando y tení una cara de fiambre que no te la despinta nadie.

Seguía sintiendo fuertes dolores y la respiración era cada vez más dificultosa. Me cubrieron con una frazada. Además de la música que daba cortina musical a los interrogatorios, oía gritos despavoridos, pasos presurosos, ajetreo. Mi resolución era obligarlos a que dieran la máxima información y de allí manejarme. Hasta el momento continuaba negando toda participación después del golpe. Era difícil seguir eternamente sosteniendo eso, puesto que los datos dados mostraban conocimientos más acabados, pero no poseían la información precisa de mi acción. Al menos esa era mi impresión hasta ese instante. Aunque algo me decía que guardaban más recursos y temía a cada paso enfrentarme a alguna sorpresa. ¿Cómo marcharían las cosas afuera? ¿Alguien sabría ya de que fui arrestado y baleado?... Sí habían detenido a mi compañera sería algo largo el proceso de cerciorarse que me tenía la DINA, lo que atrasaría la presión por mi reconocimiento. Si ella llegaba a estar libre imaginaba cada paso que habría dado. La verían llegar llorando y sin preguntarle nada sabrían que la represión se había descargado. Tenía confianza que mi familia se movilizaría y no dejarían piedra sin mover hasta dar con mi paradero.

Más si no tenían vestigios de mi detención les sería muy difícil golpear todas las puertas.

Fue abriéndose paso en mí la idea de crear un escándalo u otro hecho que diera ocasión de dejar testigos. También me serviría para ganar tiempo y que mis verdugos creyeran que estaba diciéndole lo que sabía y no me mataran de inmediato. Pero para crear esta situación debía reconocer participación. Eso era muy arriesgado. Seguiría afirmando lo dicho y dejaría esta posibilidad como recurso extremo. Para el caso que me viera forzado a llegar a eso concebí un nombre, un compañero y un lugar falso. Busqué caminos de movilidad no dándole ni una sola información a la DINA y si era imposible avanzar me quedaría con una versión y de ahí no me sacarían ni con la muerte, lo mismo que si trajeran a alguien conocido desmentiría lo que dije y eso sería todo.

-¿Quiénes forman los organismos? Si hemos detenido a algunos, ¿quiénes los reemplazan? ¿Cómo funcionan y quién entra y saca las cosas del país? ¡Desembucha concha de tu madre!

El asedio se hacía interminable. Cada pregunta la seguían golpes de diferente intensidad. Los interrogatorios eran casi siempre los mismos, aunque nuevos torturadores se agregaban para lanzar nuevas amenazas e insultos.

Nuevos y diversos antecedentes fueron lanzados para acorralarme. Cada vez hablaba menos tatno por imposibilidad física como por precaución. Tiraron lugares de reunión utilizados en el pasado, compañeros a quienes veía, refirieron en detalle - para aplastar con su poderío -la forma de mi detención: Hacía días que vigilaban el antiguo domicilio esperando encontrar un rostro que les pusiera sobre nuestros pasos. Instalaron vehículos simulados en toda la zona, puestos de venta de alimentos y seguimiento exhaustivo de cualquier sospechoso. Esperaban y no ubicaban el derrotero, hasta que una tarde ven llegar a esa casa a una mujer joven que resultó ser mi compañera. Ella tocó repetidas veces el timbre y nadie abrió la puerta. Hacía siete días que el arrendatario de ese departamento, colega profesor y de estudios, había sido detenido. Con la ubicación de mi compañera comenzó el proceso de la captura. Ella tomó diversos vehículos de locomoción colectiva sin captar que los esbirros de Pinochet iban tras suyo. Al llegar a nuestro barrio perdieron de vista el lugar exacto donde ingresó. En vista de esto, establecieron fuerte vigilancia sobre el sector, portando fotografías para individualizarme. Desplazaron cerca de quince sujetos, creando igualmente una situación de apariencia natural, instalando parejas de presuntos enamorados, vehículos en panne, ciclistas que circulaban, copando todas las arterias principales de circulación.

Otro de los verdugos de la DINA, lleno de soberbia y suficiencia, dijo que tenían la propia casa bajo vigilancia desde un domicilio trasero y que ciertos niños que pasaban a pedir limosna, hecho cotidiano en el Chile de hoy, eran enviados por ellos para determinar si estaba en casa o no.

En ascendente jactancia y brabuconería refirieron también las detenciones de otros compañeros, de José Weibel, quien fue Subsecretario de la Jota al momento del golpe fascista, al cual me liga cierto parentesco, haciendo visión de los gritos angustiados de su esposa e hijos, que presenciaron su captura en un bus, tras una provocación concertada con sadismo que contó con la participación de mujeres que simulaban ser tranquilas dueñas de casa que lo agredieron acusándolo de hurto, para de inmediato apresarlo, golpeándolo despiadadamente otros chacales de la DINA que iban en el mismo vehículo. Igualmente reconocieron tener en su poder al joven profesor Luis Maturana que arrendaba la casa de mi propiedad, a la que acudió mi esposa dos días antes de mi detención.

Para disminuir mi resistencia señalaron casos de delaciones y traiciones, buscando mostrar como estéril cualquier sacrificio.

- No participé más porque era muy conocido, por eso me quedé sin pega política, sólo leo los diarios y escucho la radio y así me mantengo informado. Es cierto que después del 11 hice algunas cuestiones políticas, como antiguo dirigente estudiantil, viendo cómo ayudábamos a los estudiantes presos, pero de ahí quedé descolgado.

- Veí que estabai en el hueveo. Pero eso que estai diciendo es solo un triguito para entretenernos. No pu' Manuel, la firme es la que queremos. No es posible que un gallo del Central de la Jota, después sea solo un estudiante preocupado. Eso no nos gusta, porque nosotros tenemos la "papa". Ya te dijimos que no perseguimos a la gente por sus ideas, sino a los que están en la chuchoca, los que están en la estructura, los que mueven la cosa. A los otros les sacamos la cresta, les quitamos las ganas de meterse en huevás o los echamos del país, pero a nosotros nos interesan los profesionales. Además vos estai preparado, se nota que estudiaste, lo mismo que tu mujer, que gritaba como un puta cualquiera: “Son de la DINA, se llevan a mi maridito, son de la DINA!” Ya dijiste que estabas en la cuestión estudiantil, ya dinos que haciai ahora, en que pega estai. Veí, sí seguí porfiao te morí.

Morir, morir, era una realidad. Por momentos me ilusionaba que no podía ser, tenía que salir vivo, pero en otros cómo me hubiera gustado cerrar los ojos y no volverlos a abrir. En las tinieblas de mis pensamientos la existencia la percibía distante e inalcanzable. Cómo sería el calor del hogar, la simple rutina y el cuchicheo cotidiano, no importa donde fuera, en el lugar más oculto y solitario pero que precioso es sentirse dueño de su vida para entregarla, cuidarla y desarrollarla, pero ahí mi vida dependía de esos brutos que la cortaban o prolongaban de acuerdo a su antojo.

Había dado dos ultimátum y el mismo estado en que me encontraba era el ultimátum mayor: vivir o morir. Seguiría con respuestas lejanas, en los silencios extensos, en el mutismo del dolor y la muerte.

A pesar del conocimiento demostrado por los verdugos captaba que no tenían la información precisa que señalaban, esa era también mi defensa, como lo era que nada comprometedor, en papeles, nombres y documentos me habían sorprendido. El seguimiento a mi compañera y el arresto mostraba que me buscaban y querían abrir nuevas puertas del conocimiento de la Jota conmigo como lo hacían con cada detenido.
Hasta qué punto era el estado de mi salud no lo sabía. Temía que en cualquier instante se precipitaran nuevas crisis y en algunas de ellas sucumbiera. El organismo lo sentía desgarrado por diversos dolores y el debilitamiento.

Era un caracol enroscado, una tortuga que busca protegerse en su caparazón cual escudo guerrero frente al ataque del adversario, un alpinista que asciende por senderos abruptos e ignotos y temiendo dar un mal paso que lo arrastre a la muerte...

- Madre que tengo, por qué me miras tras esos vidrios y no me tomas, atiendes, me entregas tu calor infinito. No creas que estoy muerto. ¡Vivo! Sé que lloras por mí, pero cómo decirte que sólo es una pesadilla atroz y que basta tu voluntad para que levanten esta tapa infernal y reiré cómo siempre. Quiero que todos estos señores se marchen y se lleven sus flores, pésames y lamentos; nada quiero sino salir de este sarcófago que me aprisiona, asfixia, mutila. Lo terrible es que no sé cómo demostrar que vivo, sé que mi aspecto es de muerto, pero dentro de mi hierve la vida, subsiste la existencia y el pensamiento. No permitas que me entierren, grítales que estoy vivo, que me den una oportunidad y les demostraré que mi ubicación es entre las gentes y no como las piedras, gusanos, los helechos. Saldré de aquí y me tendrás admirando tu fortaleza, comprendiendo tus lágrimas, viéndote trajinar incesantemente limpiando, cocinando, cosiendo encorvada sobre tu máquina bellos trajes ajenos por los cuales recibirás cuatro pesos, jardineando. Ya tendrás las flores más hermosas y podrás leer diarios y libros a pesar del reumatismo, el dolor de las piernas y el cansancio. Por eso no permitas madre que me sepulten. Tu hijo vive, vive....

- ¡Qué dolor, cuánta angustia, qué silencio! Estoy ardiendo, debo tener fiebre, parece que deliro y estas pequeñas luces, que veo en la oscuridad qué serán, que ganas de recoger las piernas, sentarme en la cama y leer escuchando música.

- Manuel -.

- Este huevón está desmayado o es muy bueno para hacer teatro. Manuel, contesta: ¿Qué hací ahora por la Jota, con quién te veí y dónde?

Las preguntas me sonaban ajenas, como si era a otra la persona que interrogaban.

Poco a poco volví a la realidad:

-¿Qué hací ahora por la Jota, con quién te veí y dónde?

- Estoy descolgado, no hago nada especial, leo los diarios y a veces doy opiniones sobre algún documento, escribo pequeñas cosas.

-¿Qué documento hací vos?

- De educación política.

-¿Cuáles documentos?

- Hice uno sobre el centenario de Recabarren y otro sobre el anticomunismo.

-¿Y a quién se los dai?

- A un gallo que no conozco.

-¿Cómo si no lo conocí se los dai?

- Los mando por mano.

-¿Y desde cuándo hací ésto?

- Desde hace como dos años.


Manuel Guerrero Ceballos, 1976.
[Sigue leyendo La compañía de mi madre]

7 comentarios:

Anónimo dijo...

pero sabiéndote cercano quería manifestarte el alivio que sentí al saber que denegaron el indulto a Carlos Herrera...
que sigas bien Manuel, cariños
Sol

Anónimo dijo...

Hola, he leido algunos de tus recuentos, hoy tengo 53 años, me emociono mucho lo escrito por ti, exactamente yo fui uno de aquellos jovenes jotosos del norte que conocio bien al sicar, cai en Antofagasta, era estudiante dee U del N. en quimica, el año 1975, lo trajico de esto es que hoy muchos banalisan esas vivencias, pero los que quedamos vivos yo creo que pondremos nuestros ultimos sueños al servicio del mismo ideal.
Algo que quizas no se ha ahondado mucho es el estudio de impacto de la tortura el crecimiento de nuestros hijos y la generacion que nos sigue, el exilio y la destruccion de las familias y sus valores. De que manera fue bien calculado, muchos profesionales de la salud estuvieron envueltos en este calculo.

Anónimo dijo...

la única forma q todo un pais salga adelante q es vayamos todos para un lado dejando las rensillas atrás....si recordamos o decimos lo q paso en el pasado, ya sea uno de derecha o de izquierda, vamos a caer siempre en lo mismo. La verdad es q hqy q dejar el resentimiento social de lado, pq en este país hay mucho resentido social. Ojalá podamos salir todos juntos adelante y formar un Chile de verdad, con los mejores en lso gobiernos (q claramente ahora no lo son) con eos no quiero decir qw soy de derecha, pero hay q reconocer q ellos tienen a las personas mas capacitadas para poder llevar al país adelante.
saludos

Anónimo dijo...

Al observar al padre, yo veo también al hijo. Es la cimiente de amor que crece y crece. Es la voz de su padre que viene a decirnos cuánto nos amó, es la voz cálida y amorosa que nos susurra al oído que nunca le olvidemos.

Manuel Guerrero, tú estás aquí, ahora y presente, tú no te has ido, tú nunca te has de ir. Tú, como lo he dicho ya tantas veces, tú como muchos otros, nunca se ha de ir. Quedará tu triste historia como testigo mudo del horror, pero quedará cuando nosotros hayamos partido, y cuando muchos hayan marchado, tú quedarás, permanecerás, porque esa es tu victoria, haberle ganado al tiempo, logran eternizarse en él. Gracias Manuel, por todas aquellas vidas que salvaste porque "quien salva una vida, salva el mundo".

Anónimo dijo...

querido Manuel:

yo estaba ya en mi exilio lejos cuando supe la muerte espantosa de tu padre
y los otros. era de noche. me fui al parque y llore a gritos. llore, grite.
junto a tu padre, nos traes a todos los que partieron. tu padre vive en mi,
en nosotros, en quienes nos negamos a olvidar.
enviame por favor los textos diarios. los difundire.

mi fuerte abrazo agradecido

Isa

Anónimo dijo...

tu dolor sanándose y llevo tu herida en mi voz..." (León Gieco)

A mí me destroza la crueldad... tu lindo padre con su poesía dolorosa, con su enorme canto a la vida, Guerrero de luz, yo desde ahora y hasta "mundo sea" -como decía el lonko mayor de Chiloé. Soy algún alguien que lo recuerda y que digo : "Manuel pudo estar aquí, pero murió peleando"

Manuel hijo: quiero desearte un lindo fin de semana y espero encontrarte por aquí el lunes...un beso y un abrazo largo y silencioso...Sol

Anónimo dijo...

Precioso relato, lleno de un simbolismo magico
Que pena que ese espiritu combativo y revolucionario de tu padre este tan perdido en medio de las componendas y consensos.
Si puedes sigue enviandome sus pensamientos, son como respirar aire puro en medio de tanta basura.
Un abrazo
Eliana