01 abril 2006

Algo sobre mi padre: El Mañungo

Mi padre Manuel Leonidas Guerrero Ceballos nació el 25 de junio de 1948. Cuarto hijo de una familia modesta de ocho hermanos, de pequeño participó en los viajes que realizaba mi abuelo, Manuel Guerrero Rodríguez, periodista y escritor autodidacta, con ocasión de la venta directa de los libros de su autoría. Por medio de ellos conoció desde niño las precarias condiciones de vida del proletariado urbano y rural de Chile, las que eran aliviadas por la tierna compañía de mi abuela costurera, Herminda Ceballos. Un personaje fundamental en el crecimiento de mi papá fue su abuelo, el zapatero Manuel Jesús, quien había sido miembro activo de la Sociedad de Artesanos “La Unión” y de la Federación Obrera de Chile en los años veinte.

En una ocasión, cuando mi viejo era un niño de apenas seis años, se trasladó con su padre donde unos parientes campesinos quienes ensacaban granos de paja trillada para trasladarlos, en carreta, hasta la bodega de una casa. Mi papá entusiasmado ofreció su hombro para que se le cargara un saco. Los campesinos sonrieron y Rosario del Carmen, la dueña de casa, para no desanimar los deseos de colaborar del niño, le confeccionó un pequeño saco que llenó con granos. Él, entonces, entre las risas y congratulaciones de los campesinos pobres, corrió saco al hombro junto a los cargadores simulando un gran peso en su espalda, serio y feliz a la vez.

En otra oportunidad, la familia de mi papá ocupó una casaquinta en Bulnes, donde mi abuelo, conocido como “Don Manuel” se encargaba de preparar y publicar ediciones especiales para el diario “La Discusión” de Chillán, mientras mi abuelita Herminda criaba gallinas ponedoras, cerdos, pavos y gansos para asegurar el alimento. Mis tíos Libertad y Máximo, hermanos mayores del pequeño Mañungo, asumieron la tarea de salir a vender el semanario “El campesino” que editaban los trabajadores del agro de la zona. Mi papá era aún tan chico que no estaba ni siquiera en condiciones de darles de comer a los habitantes del gallinero y del chiquero, sin embargo, ya se sentía preparado para salir a la calle a gritar “¡El Campesinooooo!”. Tal fue su insistencia, que pronto se le pudo ver en noches de lluvia intensa corriendo entre sus hermanos, portando el farol que iluminaba el camino de la pareja infantil que repartía el diario entre los hogares de los trabajadores rurales.

30 marzo 2006

El amor es más fuerte


En este día 30 de marzo de 2006, comparto con ustedes la transcripción de mi intervención improvisada ayer durante la inauguración del memorial "Un lugar para la memoria: Nattino, Parada, Guerrero", realizado en Quilicura, lugar donde encontraron, en un día como hoy, a nuestros seres queridos con sus cuerpos torturados y degollados.

Con amor, razón y fuerza los saludo a cada uno de ustedes que han estado siguiendo conmigo esta conmemoración.

Manuel Guerrero Antequera.
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Querida Presidenta de Chile; Queridos familiares de José Manuel, Santiago, y mi papá; Querido compañero Guillermo Tellier, Presidente del Partido Comunista de Chile, partido en el cual militaron nuestros tres familiares; Queridos amigos y amigas:

En estos precisos minutos que estamos compartiendo acá hace 21 años trasladaban a José Manuel y a mi padre, dentro de un vehículo camino, hoy sabemos, al local llamado ‘la firma’ o la Dicomcar en la calle Dieciocho.

Pocas horas antes, a las ocho y media de la mañana, ese 29 de marzo, que cayó día viernes el año 85, yo había llegado al colegio, tenía 14 años y vi en la puerta a mi padre, que recibía a los niños conversando con José Manuel, apoderados del colegio, camaradas de juventud, de batalla por los DDHH de los años ’70, del año 76 en adelante.

Lo saludé y le di un beso, él me llevó a un lado y me dijo “Manuelito, secuestraron a un grupo de profesores de la AGECH y los aprehensores les preguntaron por mí. Poco tiempo antes, secuestraron a un militante comunistas, Arriagada, y también le preguntaron por mí”.

Lo miré atónito, tenía 14 años, pero era suficiente para tener la lógica de decirle escóndete, ándate del país, qué haces aquí en las puertas del colegio, te van a tomar. Me miró y me dijo “no, yo ya salí una vez del país. Ya viví el exilio. Este es mi país, este es mi trabajo, aquí está mi familia. Yo de aquí no me muevo”.

No pude entender, no pude entender. Él estaba con una paciencia, una tranquilidad máxima. Le di un beso y me fui a la sala de clases y a los minutos, escuchamos un helicóptero aterrizar casi en el techo de nuestro colegio, escuchamos un frenazo de un auto, griterío, forcejeo, balazos, silencio. Tomé del brazo a Ignacio, mi compañero de curso, y le dije “es mi papá”.

Entró la presidenta del Centro de Alumnos a la sala, pidió hablar conmigo y me paré y le dije ‘se llevaron a mi papá’. Ella me dijo ‘Sí’ y se largó a llorar.

Lo secuestraron de un colegio; los que se lo llevaron eran Carabineros de Chile, civiles, había un ex militante. El tránsito estaba detenido para que el rapto pudiese ser más fácil, los recursos eran del Estado, el Estado somos nosotros.

Para convivir en sociedad se requiere un mínimo, un mínimo de seguridad que permita que estemos sentados acá, con tranquilidad, sin temor a que este techo se nos venga encima de la cabeza. Se requiere de una seguridad mínima de que si uno deja a sus niños en el colegio, los va a recibir sanos y salvos. Se requiere una seguridad mínima, una certeza ontológica mínima de que podemos ser en esta vida.

Lo buscamos por todas partes. Estábamos en Estado de Sitio, se movió la Iglesia Católica con toda la fuerza que demostró en el compromiso por los DDHH, se movieron los sindicatos, todos los partidos de oposición. Hubo gente de las FFAA que nos llamó para solidarizar, que esto no puede ser, que esto simplemente no puede ser.

Al día siguiente, un campesino los encontró acá. A los tres con los cuerpos torturados, degollados. Yo iba con mi abuelo el sábado en la mañana y vimos los titulares del diario y decía “los encontraron degollados”. Me acerqué y le dije “abuelo, qué es degollado”. Me explicó y me fui a la casa. América, mi hermanita de ocho años, estaba viendo monitos animados, le dije “lo encontraron. Está muerto el papá” y me dijo “Cómo”. Y le tuve que enseñar a una niña de ocho años lo que es degollar.

No, nadie se merece eso, nadie. Terrorismo de Estado. El Estado con la misión de cuidar a sus ciudadanos, de protegerlos, de acogerlos, de ser el útero que los cría, los educa, los mantiene, que los hace producir vuelto contra sus propios ciudadanos.

Sin embargo, el pueblo chileno, las madres, las hijas, las compañeras, las viudas fueron más fuertes. El amor fue más fuerte y salimos todos los viernes al bandejón central frente a La Moneda, en plena dictadura, con el mismo clavel en la mano a exigir justicia.

Fuimos al cementerio, nos jugamos por los DDHH en plena dictadura, creímos en la justicia, los atrapamos, tuvimos misericordia y con Estela, Elena y Owana dijimos que no queríamos pena de muerte, porque creemos en los seres humanos y nadie nace torturador, nadie nace asesino. Eso se educa, se forma, se enseña y eso es lo siniestro. Que un país hermoso y bello como Chile haya educado a ciudadanos a matar a otros conciudadanos.

Todo esto existe y hay que mirarlo a la cara. El terror está ahí, al lado de uno, a las puertas del colegio. Y hay que aprender a vivir con eso, a convivir con eso.

Santiago Nattino, artista, diseñador gráfico dedicó su vida al arte comprometido. Él diseñó el logo del Fasic, que es un logo cristiano, un pez. José Manuel parada, sociólogo, dedicó las ciencias sociales a crear una gran base de datos con testimonios de DDHH. Mi padre, Manuel Guerrero, educador, dedicó su vida a una educación distinta. Ese es el recuerdo.

El 29 y el 30 de marzo es un shock, una señal para todos de ayer y de hoy, no es un problema del pasado, es un problema de mañana, pero el recuerdo es un recuerdo de lucha, de compromiso, el recuerdo de las ciencias sociales trabajando por la humanidad, del arte comprometido, de la educación generando gente nueva, unida, sin divisiones ni exclusiones.

Yo me saco el sombrero frente a Estela, la señora Elena, Owana, mi mamá, frente a América, Javiera y los tres hijos de Santiago. Aquí estamos sin odio, nada, ni una pizca de ánimo de venganza, tranquilos como el agua, simplemente compartiendo con nuestros familiares y la Presidenta porque creemos en el ser humano, incluso en aquellos que estuvieron acá asesinando.
Por eso, estamos por la justicia, por eso no vamos a parar, vamos a continuar hasta que aparezcan todos nuestros hermanos, familiares y tíos detenidos desaparecidos, hasta que se haga justicia plena en Estado de Derecho, con debido proceso, porque no se trata de nosotros, se trata de todos.

Estas tres sillas van a permanecer acá, porque los niños que vayan al aeropuerto, sean hijos de la familia que sea, de los colores políticos que sean, civiles o militares, van a preguntar "papá, mamá, ¿por qué hay esas tres sillas?" y ahí va a aparecer Manuel, José Manuel, Santiago y algo de lo que nosotros hicimos.

Algún día nos vamos a poder abrazar. Por mientras, estas sillas nos recuerdan que esto fue posible, pero que también es posible amar.

29 marzo 2006

Papá, te beso


Lo que ahora escribo lo hago con mucho dolor.

En este preciso momento, que en Santiago son las 8:35 de la mañana, hace 21 años llegaba al colegio, como todos los días, y vi a mi a papá recibiendo a los niños, pues era el inspector del colegio. Conversaba con José Manuel Parada, sociólogo de la Vicaría de Solidaridad, antiguo camarada de la época de la Jota, y apoderado del colegio. Llegué y nos saludamos de beso. Me llevó un momento a un lado y me contó que habían secuestrado a un grupo de profesores de su asociación gremial, la AGECH, de la cual era dirigente, y que los aprehensores habían preguntado por él.

Me quedé atónito mirándolo. Tenía catorce años pero eso ya era edad suficiente como para tener la lógica mínima de que si te buscan, estábamos en pleno estado de sitio, escóndete, ándate del país, qué haces aquí a las puertas de este colegio, a plena luz del día, te van tomar!!!! Se lo plantié, y él, muy pausado y mirando con una ternura infinita a los ojos, me tomó las manos y me dijo que no, que éste era su trabajo, éste era su país, que él ya se había ido una vez y no lo volvería a hacer, que su lugar era junto al pueblo y su lucha para terminar con la dictadura. Buscando argumentos nuevos, que pudieran hacerlo cambiar de opinión, le pregunté si el Partido le había autorizado para irse del país, que en ese caso hiciera caso. Paciente, se sonrió, y me dijo que pasara lo que pasara jamás culpara al Partido. Que tranquilo, ya veremos cómo salimos de ésta.

Lo último que me preguntó es acerca de la Gigi, que es mi abuela materna, una mujer muy sencilla que perdió cuando muy pequeñita a sus padres en el terremoto de Chillán en la primera mitad del siglo XX, y que llegó como empleada a Santiago. Ella siempre lo había acogido a mi padre, a pesar que no tenía formación política alguna, y estuvo con nosotros en todas las búsquedas el 76 por los campos de concentración, incluso detenida en el Fuerte Silva Palma, en la segunda desaparición de papá. Aquel viernes 29 de marzo, mi papá me contó que la Gigi, días después del golpe, cuando papá andaba absolutamente clandestino, sucio y hambriento, escondido tratando de reorgizar a la Jota, lo recibió en su casa, corriendo un riesgo altísimo. Le había preparado un baño y comida. Pocas veces se sintió tan acogido por casi una desconocida, por alguien que se entregaba a él por puro amor, por ser el padre de su nieto y esposo de su hija. Mi padre me contó que la tenía siempre presente, y que lamentaba no haber tenido la oportunidad de agradecérselo.

Le di un beso y me fui a clases.

Mi sala daba las espaldas a la calle. A las 8:50, que es cuando ahora escribo, oímos un helicóptero descender casi al techo del colegio. Nos miramos todos extrañados. Luego un freno de un auto, griterío de voces masculinas que denotaban forcejeo, un balazo y silencio.

Tomé el brazo del compañero de banco y le dije: "mi papá". Él me miró sorprendido, pero preocupado a la vez. Fui muy categórico. Inmediatamente entra Carmen Leiva a la sala, que era miembro del Centro de Alumnos, con los ojos en lágrima y tirándose los dedos de las manos. Le pedí permiso al profesor para hablar con Manuel Guerrero. Yo me paré de inmediato y le dije: " se llevaron a mi papá". Asintió con la cabeza y se puso llorar.

Salí de la sala y me fui directo al baño. Me miré rápido al espejo y me tomé unos remedios que tenía para la taquicardia de la que padecía hacía un año. Me hablé a mi mismo preguntándome qué haría papá en una situación como ésta. Salí corriendo a inspectoría, pedí el teléfono y llamé a Sergio Campos, amigo de mi padre, que era locutor de Radio Cooperativa, muy escuchado en Chile. Me puso al aire y denuncié que sujetos desconocidos, probablemente de la CNI, habían secuestrado a mi padre junto a José Manuel Parada, y que temía por sus vidas. Llamé a que la ciudadanía se movilizara de inmediato para exigir a las autoridades su búsqueda y liberación.

Salí de inspectoría y fui a la calle a ver qué es lo que había sucedido exactamente. Había una confusión enorme en el colegio. Cuando se los llevaron había un curso completo que en ese momento estaba en clases de educación física y se econtraba trotando alrededor de la manzana. Muchos de ellos vieron el plagio. Ahí me enteré que el tránsito había sido interrumpido, minutos antes del rapto, por Carabineros de tránsito, motorizados y a pie, y que se reanudó apenas se habían llevado a mi padre con José Manuel. Que el helicóptero también era de Carabineros de Chile. Que al tío Leo lo habían baleado y se un profe se lo había llevado a la clínica. Que Marcela, una compañera de segundo medio del colegio, intentó quitárles a los raptores a mi padre, que alcanzó a tomarle la mano, pero los otros era más fuertes. Que el Pelluco, uno de los dueños del colegio fue encañonado y amenazado, por lo que él pálido, probablemente para proteger a los niños, cerró la reja del colegio, dejando a mi padre y Jose Manuel peleando solos con sus raptores en la calle, y que ahí llegó corriendo el Leo, que casi recupera a mi padre que no paraba de gritar, son de la CNI!, ayuda!, nos quieren secuestrar!

Me paré en la calle y me bajó la sensación que todo esto ya lo había vivido. Me preocupé absurdamente por mi seguridad, así es que compañeros me cambiaron parte de la ropa, me puse lentes oscuros, un jockey de gorra, y le pedí a Cristóbal, un compañero y amigo de la Jota del colegio, que me sacara de ahí, que yo tenía un papel que cumplir, que no podía pasar nada.

Cuando nos fuimos a casa de Cristóbal había llegado la policía de investigaciones de Chile junto a Carabineros para preguntar qué había pasado... Me irritó el cinismo de nuestras instituciones de Orden y Seguridad y traté de pensar a qué lugar se llevaban a papá en ese momento...

En casa de Cristóbal conversamos qué podíamos hacer. Era todo confuso, me faltaban elementos, papá sabía lo que estaba ocurriendo, en qué debía fijarme y acordarme para entender con qué y quiénes estábamos tratando... Yo mismo no tenía clara cuál era la función de papá en el Partido, conocía su labor de dirigente público, pero debía haber algo más, pues sino porqué tanto recurso del Estado comprometido para tomarlo...

Desde que había llegado papá el 82 de regreso a Chile, el 22 de noviembre, ya en el aeropuerto lo detuvieron. Al entregar sus documentos en el mesón de Policía Internacional, el funcionario al leer la tarjeta de embarque, dijo en voz alta "es él", y acto seguido se lo llevaron a una sala esperando una llamada del "jefe". Mi padre muy preocupado consultó qué es lo que sucedía y en virtud de qué lo tenían retenido. No hubo respuesta. Después que le revisaron toda la documentación y lo que traía, lo dejaron ir. Un automóvil lo siguió hasta la casa familiar de Maipú...

En diciembre de 1982 llegamos nosotros, mamá, mi hermana América y yo a Santiago, desde Barcelona. Nos encontramos con papá quien ya estaba participando en la organización de la primera marcha del hambre que se realizó, convocada por el movimiento sindical. El año 83 fue mágico, pues las protestas nacionales eran masivas, se respiraba mucha esperanza, con actos multitudinarios. Papá se abocó a organizar a los profesores cesantes y a la creación del Movimiento Democrático Popular, MDP, que agrupaba a las fuerzas políticas de izquierda en la recuperación de la democracia. Lo acompañé a muchas manifestaciones y concentraciones. Su energía de trabajo era infinita, y siempre tenía la "película muy clara". Su apuesta política eran las políticas de alianzas, la unidad de la oposición, el derrotar a la dictadura, pero en el marco de una transformación simultánea de la economía, de modo que ésta favorieciera a las grandes mayorías, fundamentalmente al mundo trabajador y poblacional que en aquellos años sufrían una situación de cesantía y hambruna real.

Llegó el año 1984, y papá trabajaba junto al Pato Madera, muralista destacado de la época de las Brigadas de Ramona Parra, en un taller que tenían en la calle San Pablo. Todo muy sencillo, pero lleno de jóvenes y viejos que hacían lienzos, pintaban cuadros, experimentaban formatos distintos de cassettes y revistas, todo con mensajes llamando a la organización y lucha contra la dictadura.

Asumió Sergio Onofre Jarpa de Ministro del Interior y la Central Naciona de Informaciones fue a casa a buscar a papá para detenerlo. Como él no vivía con nosotros no lo pudieron ubicar, pero dejaron una copia de la orden detención y expulsión del país de papá, junto a Mario Insunza Becker, firmada por el Ministro del Interior, con la leyendo "por orden del Presidente de la República", es decir, Agusto Pinochet.

Papá tuvo que volver a la clandestinidad. Allanaron la casa de la familia Guerrero en Maipú; secuestraron al hermano menor de papá, mi tío Francisco; detuvieron a una hermana de papá, mi tía Esperanza; detuvieron y torturaron al profesor Tolosa de la AGECH preguntando por papá, en fin, la represión era muy fuerte e intensa. Mi padre comenzó un exasperante peregrinar de casa en casa.

En aquellos días yo había cumplido los catorce años. Vivía el inicio de mi adolescencia. Rebelde sin causa me pelié con mamá y la amenacé con irme a vivir con papá. Ubiqué a mi padre y la comuniqué mi decisión. Él estaba radiante de felicidad, siempre había soñado volver a compartir conmigo los momentos en que me dormía y despertaba. Quedamos de acuerdo, yo tomé mis textos escolares, un poco de ropa, mi guitarra, y me fui a Maipú a encontrarme con él a tomar once e iniciar nuestra vida juntos. Llegué puntual, pero dieron las siete, las ocho, las once de la noche y papá no llegaba. Ya cuando me estaba durmiendo apareció, con los ojos llorosos. Me dió un gran abrazo y me dijo, con el dolor de su alma, que lamentablemente no podía irme con él, que habían sacado una nueva orden de detención de parte del Ministerio del Interior y ahora tendría que salir de Santiago. No lo podía creer. Me había costado mucho tomar la decisión. Ahora tendría que volver con mi orgullo en el suelo a casa, a mi pieza de niño, cuando estaba a punto de cumplir uno de mis sueños. Pero sus ojos no mentían, estaba verdaderamente preocupado.

De ahí no lo volví a ver durante meses. Llegó el año nuevo con el que comenzaría 1985. Con mi hermana América fuimos a la casa de mis abuelos en Maipú y celebramos contentos, pero con la ausencia de mi padre que en algún lugar, en alguna casa estaría comiendo con una familia ajena. De pronto, noté que mi abuelo se puso muy nervioso y me hablaba como enojado. Había algo raro en el ambiente. Súbitamente entró al patio de la casa el auto de mi tío Francisco, pero en reversa. Estacionó frente a la puerta de la casa, lo que no era usual. Se bajó mi tío y abrió expectante la maletera. Corriendo fuimos con mi hermana y primos a ver qué sucedía. En su interior estaba mi padre en posición fetal, y de entre unas frazadas que lo cubrían, se asomaba su risa gigante con la cual nos miraba victorioso. Había burlado el seguimiento y podía compartir unos momentos junto a nosotros.

Pasé toda la tarde pegado a él, como un pequeño animalito incondicional. Comimos, lavamos los platos juntos, cantamos un rato -ambos somos muy desafinados pero gozamos cantando-, y luego llegó el momento de la despedida. Yo me abracé de mi hermana mientras observábamos como se volvía a introducir a la maletera y se perdía bajo la frazada.

A principios del año 85 el Ministerio del Interior informó a la familia que le habían levantado la orden de detención y expulsión del país a papá. El aprovechó de inmediato la ocasión para volver a encontrarse con los profesores y juntos pasamos el terremoto de marzo de aquel año. Papá criticaba el que los propios profesores tuvieran que juntar limosnas para repartirsela a los colegas que habían quedado sin hogar producto del sismo. "Le estamos quitando a los que no tienen, y le estamos dando miseria a los que se merecen mucho más. Tenemos que exigirle a las autoridades estatales que asuman ayudar a todos los damnificados. Esto no es una cuestión de caridad, es un problema político desde el cual debemos organizarnos para protestar y buscar unidad de propósitos con amplios sectores", decía.

En eso estaba cuando el secuestro del 29 de marzo de 1985. Sin embargo esto no podía constituir motivo suficiente para que una institución del Estado secuestrara a tanta gente consultando por papá. Ese era mi intución en aquel minuto. No supe desenrredar la madeja. Me faltó edad, experiencia, y claro, papá realizaba una actividad con mucho sigilo que solo con el tiempo pude ir reconfigurando. Ahí estaba la verdadera clave de su secuestro y posterior degollamiento. Su caso fue utilizado para atormentar a toda la sociedad, de ello no cabe ninguna duda. Pero no era solo eso, había un odio particular hacia él, desde el año 76 mismo...

A fines de 1984, la peridiodista Mónica González de la revista Cauce, de oposición al régimen, había sido contactada por Andrés Valenzuela, alias "El Papudo", ex agente del Comando Conjunto, quien se encontraba sometido a profundos remordimientos por sus acciones pasadas y valientemente dio el paso a contar su verdad, a riesgo de que se supiera y fuera ultimado por sus propios ex colegas. Mónica González se juntó con él y no podía dar crédito a todo lo que este hombre le relataba: detalles de las detenciones, torturas, ejecuciones y lugares donde habrían dejado los restos de muchos detenidos desaparecidos durante el año 1976, el mismo año en que el Comando Conjunto había tenido detenido desaparecido a mi padre. La periodista dándose cuenta de que se trataba de información extremadamente delicada, antes de su publicación decidió validar la misma, para lo cual contactó a José Manuel Parada, que a la sazón era el encargado de Documentación y Archivos de la Vicaría de la Solidaridad. En Chile habían muy pocas personas que como él manejaban casi toda la información acerca de los aparatos represivos, pues le llegaban a diario los testimonios de los luchadores sociales y sus familiares que habían sido apresados.

José Manuel, al conocer el carácter de la información y antes de entrar en su detalle, le sugirió a la periodista que había una persona, la única persona en realidad, que contaba con toda su confianza y que podía triangular su propia experiencia de detención en manos del Comando Conjunto y lo que indicaba Valenzuela: mi padre. Con la venia de Mónica González, los tres se pusieron a analizar las largas horas de grabación del testimonio y mi padre con José Manuel no podían creer a lo que estaban accediendo: la estructura completa del Comando Conjunto, sus acciones, las fechas de detención de los militantes comunistas detenidos desaparecidos, los sitios en que fueron ultimados, los nombres y alias de los agentes de las distintas ramas de las fuerzas armadas y de civiles que participaban en el Comando. Mi padre, absolutamente impresionado, iba confirmando una a una las informaciones. Estaban frente a una maravilla de información para aclarar muchos casos de violaciones a los derechos humanos, pero al mismo tiempo se dieron cuenta que sus vidas, como la del ex agente, corrían peligro. Por ello decidieron que la información se publicaría cuando Andrés Valenzuela estuviera a salvo fuera del país y cuando ellos mismos hubieran alcanzado a tomar las medidas de seguridad que evitaran su inminente captura. La decisión era presentar toda la información a los Tribunales de Justicia para que investigaran los hechos.

Así se pudo enterar mi padre de los detalles de su propia detención en 1976, pues Andrés Valenzuela había participado en tal episodio. Ahora comparto con ustedes la información que probablemente llevó mi padre a la muerte:

"El operativo fue en el sector de Departamental. Re­cuerdo que la 'Pochi", la agente de la FACH Viviana Ugarte Sandoval, estaba en el lugar con un equipo de radio para avisar su salida. Cuando salió, fue tomado por el "Chico" y "Alex", agentes de la Marina, y a consecuencia de un pe­queño forcejeo, a "Chico" se le disparó el arma, hiriendo a Guerrero en un costado. Fue conducido de inmediato a "La Firma" estando herido. Allá, el "Lolo", el "Fifo" Palma, "Jano" y "Wally", lo interrogaron y torturaron poniéndole electricidad directamente en la herida.

A consecuencias de los golpes y electricidad, Gue­rrero perdió el conocimiento por unos instantes por lo que se llamó al doctor Alejandro Forero "hijo", hoy cardiólo­go en el Hospital de la FACH. El doctor señaló que la heri­da era grave y que el detenido debía ser trasladado al hos­pital.

Alrededor de una hora después que se fue el doctor Forero de "La Firma", se recibió el llamado telefónico de un general, no estoy seguro que fuera de la FACH, y ordenó el traslado de Guerrero al Hospital de Carabineros. Nos cau­só sorpresa que el general ya estuviera enterado que teníamos a Guerrero. En el hospital estuvo siempre esposado, lo que recuerdo bien ya que varias noches me tocó hacerle guardia."

Ahora quedaba claro porqué el Comando Conjunto había resuelto "entregar" a mi padre a la DINA: Cuando mi madre concurrió a las oficinas del presidente de la Corte Supre­ma no supo que la llamada que éste efectuó al despacho del coronel Manuel Contreras, le salvó la vida. Cuando Contreras se enteró que uno de los principales dirigentes de las Juventudes Comunistas, a quien sus hombres buscaban intensamente, se encontraba en poder del Comando Conjunto, o el "Grupo de los 20" como se hacía llamar, enfureció. Movió todos sus contactos y exigió que el director de la Dirección de Inteligencia de la Fuerza Aérea, general Enrique Ruiz Bunguer, y el director de la Dirección de Inteligencia de Carabineros, general Rubén Romero Gormaz, le entregaran a mi padre.

La presión del coronel Manuel Contreras se hizo inso­portable y la DICAR debió asumir su detención. El 18 de ju­nio, estando mi padre en el Hospital de Carabineros, el ge­neral Romero debió entregarlo a la DINA a pesar de que la bala seguía enterrada en la axila. Un oficio firmado por el general Rubén Romero Gormaz, y dirigido al director de la DINA, acompañó a mi padre en su ingreso a Cua­tro Alamos: "Remito antecedente del dirigente de las Juventudes Comunistas Manuel Guerrero Ceballos, quien fue detenido por personal de Inteligencia y que se encuentra a disposi­ción de la DINA, en el Hospital de Carabineros."

Siete días permaneció incomunicado mi padre en Cuatro Alamos. La bala la tenía aún clavada en el costado. En esos siete días se decidió su destino, pues el viernes 25 de junio, el día de su cumpleaños y a la misma hora en que la Corte de Apelaciones de Santiago rechazó el recurso de amparo en favor de él, mi padre fue obligado a levantar­se de su camastro en la celda de Cuatro Alamos. No sabía adonde lo llevarían. Esa misma mañana fue trasladado al campamento del lado, el del tránsito a la libertad, Tres Ala­mos. Habían decidido que viviera, pero no contaban con que mi padre denunciaría por todo el mundo lo que le habían hecho y que había reconocido a uno de los agentes, el traidor Miguel Estay Reino, el "Fanta".

La información que entregó Valenzuela era una bomba, en rigor, sigue siendo una bomba. En ella se establece, entre otros aspectos, que Viviana Ugarte Sandoval, alias "La Pochi", había participado como agente del Comando Conjunto en la detención ilegal de mi padre. Presumiblemente ella es la mujer que relata papá en "La sesión macabra continua" que lo acariciba mientras le aplicaban electricidad.

Sí. Viviana Lucinda Ugarte Sandoval es la esposa del general de la FACH Patricio Campos, quien es la persona nombrada por las Fuerzas Armadas que participó en la Mesa de Diálogo que tenía por objeto recabar información acerca del paradero de los detenidos desaparecidos en Chile... Curiosamente, precisamente la información que correspondía a las víctimas del Comando Conjunto fua alterada, de acuerdo a las declaraciones de Otto Trujillo, "Colmillo Blanco", otro agente del Comando Conjunto que contó su versión de la verdad al diario La Nación...

Por desgracia, y por razones que aún no logro comprender, la entrevista a Andrés Valenzuela fue publicada sin autorización de mi padre y José Manuel en el extranjero, antes que ellos pudieran ponerse a salvo. Los agentes del Comando Conjunto, ahora agrupados en un departamento de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros, con domicilio en calle Dieciocho, en el mismo local de la "Firma", se pusieron en alerta y decidieron cortar literalmente el problema por la raíz: eliminar a José Manuel y mi padre.

Y a eso a lo que se abocaron el 29 de marzo de 1985, del cual hoy conmemoramos 21 años del último beso que le di a papá...

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28 marzo 2006

PADRE: No estás solo


Ahora, lamentablemente tengo que tomar la palabra yo. Papá ya no escribió nada más, interrumpió su relato con el evento que para él era el más mágico y fundamental: perderse en un abrazo emocionado con mi madre, su padre, conmigo.

Lo fuimos a visitar el 27 de junio al campo de concentración de Tres Álamos y yo observaba las torretas militares de control que se veían desde el exterior. Una larga fila de personas que eran revisadas antes de entrar al recinto hasta que nos tocó nuestro turno. Unos soldados apartaron a mamá, que estaba en un estado embarazo avanzado, y le registraron todo el cuerpo, con las piernas abiertas. Yo los miraba como si estuviera al interior de una película de ficción. Todo el mundo con metralletas, cascos, póngase acá, vaya para allá, órdenes secas, imperativas, efectivas. Tenía seis años y mi mamá no alcanzaba los treinta. Pero una alegría muda, como un sol que uno esconde en el cuerpo y que quiere salir, pero uno lo retiene al máximo para que no se escape y sea descubierto, esa era mi felicidad de saber que cruzando el portón iba a ver a papá.

Entramos al recinto y se veía mucha gente sentada en bancas, conversando en silencio. Miramos por todas partes y no lo veíamos. Hasta que de pronto, en la orilla de una barraca, vimos a una persona muy delgada, con un poncho, con una cara irreconocible en sus facciones, pero que emanaba una ternura infinta que hoy sólo el olor de la colonia Tabac, que usaba mi padre, y su letra redonda, me generan esa sensación de amparo que junto a él sentí y sentimos todos los que lo conocimos.

Corrimos hacia él a abrazarlo, con mucho cuidado le tocamos su cara, sus manos, que dicen que son idénticas a las mías, pero que yo solo reconozco cuando veo las de mi hermana América, que son un espejo de las de mi papá: dedos alargados pero sin ser escuálidos, sino redondos, reposados, con unas uñas siempre limpias, tras las cuales nos miraban unas "lunitas" blancas.

Él sonreía, como si fuera un Cristo o un pan hecho de puro amor para comer y compartir. A menudo he pensado en él como si fuera el ruiseñor del cuento de Oscar Wilde, que da toda la sangre de su ser para que haya una rosa que pueda florecer. Ahí nos enteramos de lo que le habían hecho, en palabras con un ritmo casi mecánico, como por miedo a perder segundos para que su denuncia llegara pronto a destino y se pudieran salvar las vidas del Checho Weibel y Luis Maturana, detenidos desaparecidos. Todos estábamos conmovidos, queríamos ayudar, pero ojalá sin que papá se continuara arriesgando, ya su aporte había sido enorme. Y él, muy delicadamente, pero con una decisión que no admitía discusión, le pidió a mamá que alertara a todo el mundo, a la Jota y el Partido, y que difundiera su situación al máximo.

Yo los miraba a ambos, a mamá y papá, como seres venidos de un linaje extraño, sobrehumano, como Lautaro y Fresia, luchadores infatigables, contra fuerzas magníficas que paralizaban a todos, menos a ellos. Papá podría haberse mordido la lengua y callar, y tratar de pasar piola, y vivir con nosotros, y conocer a mis tres cabras chicas, haberme asistido en mis primeros pololeos, en mis crisis vocacionales entre la guitarra, las ciencias sociales y la política, en fin, estar en el día a día, que es cuando se enseña a tostar el pan, o a jugar a la pelota, o en la discusión sobre la contingencia política, todo eso lo volvía a poner en riesgo, nada más lo habíamos encontrado. Y mi mamá tan convencida como él, ya estaba en acción, por amor, por puro amor a sus camaradas, a la causa, y hoy entiendo de manera compleja, también a mí.

Apenas habían tomado a mi padre mamá se había dirigido a los tribunales de justicia, y se instaló frente a la oficina del Presidente de la Corte Suprema, corriendo el peligro que a ella misma la detuvieran, demandando atención inmediata:

"Al Sr. Presidente de la Excma. Corte Suprema, Dr. José María Eyzaguirre.
Verónica Antequera Vergara, egresada de Educación Básica, casada, con domicilio en Calle Nueva Nª10803, depto. 203, Paradero 24 de La Florida, carnet de identidad Nª5.897.429, al Sr. Presidente con todo respeto digo:

Que vengo en solicitar audiencia con el Sr. Presidente, a fin de exponerle la situación de mi esposo Manuel Leonidas Guerrero Ceballos, profesor de Educación Básica, 27 años, de mi mismo domicilio y que fuera detenido en la forma que paso a detallar.

Hoy 14 de junio, a las 10 de la mañana habíamos salido de nuestro hogar y caminábamos por una calle del sector que se llama María Elena. Al llegar a la intersección de dicha calle con Unión, nos alcanzó una Renoleta de color celeste, de la cual bajaron dos individuos jóvenes, que intentaron detener a mi esposo. Como él preguntara el motivo de la detención, comenzaron a golpearlo. Después hicieron un disparo.Ví que mi esposo se encogía y que lo empujaban al vehículo, el cual partió velozmente.

Abrigo la certeza moral de que esta detención sólo pudo provenir de los efectivos de Seguridad que obran bajo la sigla DINA (Dirección de Inteligencia Nacional). Evidentemente que no se ha respetado ninguna norma legal de ninguna especie.

Por muy reprobable que sea todo esto, lo que más me aflige en estos momentos es el paradero de mi esposo y la condición en que puede estar. Es por esto que deseo solicitar del Sr. Presidente que me escuche, a fin de poder proporcionar todos los antecedentes que fueran del caso, ya que como testigo presencial del hecho estoy en situación de hacerlo. Deseo además que el Sr. Presidente haga uso de las atribuciones que le confiere el art. 7 del Decreto Supremo 187 y se traslade al Campamento Cuatro Álamos y vea el modo de entrevistar al detenido y verificar que, a su respecto, se cumplen todas las garantías que establece la reglamentación vigente."

El Presidente de la Corte Suprema vio durante horas cómo esta mujer embarazada seguía sentada ante su oficina dispuesta a que se la llevaran a la fuerza si no la atendía. Y ya agotado de esta imagen la escuchó. Debe ha­berse impactado por el relato de la mujer pues decidió comunicarse en su presencia con el coronel Manuel Contreras para investigar si la DINA lo había detenido. Verónica escu­chó anhelante la conversación. El coronel Contreras respon­dió que su servicio no había detenido a nadie de las carac­terísticas de Manuel Guerrero.

Mi madre dejó estampado el recurso de amparo ante la Corte de Apelaciones de Santiago (rol Nª523-76), del 14 de junio de 1976.

El 18 del mismo mes -esto es, mientras mi padre era torturado en la "Firma"-, por oficio confidencial Nª2871, el Ministro del Interior, General Raúl Benavides Escobar, informó al tribunal: "En respuesta al oficio de la referencia, cumplo con informar a Vs. I. que la persona que a continuación se indica, no se encuentra detenida por orden de este Ministerio: Guerrero Ceballos, Manuel Leonidas".

Mientras nosotros continuábamos buscando frenéticamente a mi padre, en hospitales, centros de detención y la morgue, la Corte Suprema simplemente no se pronunciaba, pero mi madre no cejaba, a pesar que continuba cayendo gente detenida: "I. Corte. Verónica Antequera Vergara, ya individualizada, en los autos de amparo a favor de mi esposo Manuel Leonidas Guerrero Ceballos, a USI. con todo respeto digo:Que en el escrito en que interpuse el recurso pedí se solicitara informe al Ministro del Interior, al Servicio Nacional de Detenidos SENDET, y al Ministro de Justicia. Han transcurrido ya prácticamente 10 días, sin que se haya hasta la fecha recibido respuesta alguna. Por tanto, ruego a USI ordenar se reiteren los oficios mencionados. Otrosí:Ruego a USI tener presente que la placa del vehículo en que se movilizaban los aprehensores de mi esposo es JK 63."

¿Qué esparaba la Corte, si ya tenía respuesta? ¿Que pasara el tiempo suficiente para lograr quebrar a mi padre bajo tortura?

Recién el 25 de junio de 1976, día del cumpleaños de mi padre y fecha en que fue trasladado de Cuatro Álamos -a cargo de la DINA, es decir, del Ministerio del Interior-, a Tres Álamos, la Sexta Sala de la Corte de Apelaciones, conformada por los Ministros Efrén Araya, MARCOS LIBEDINSKY -sí, el que recientemente fuera Presidente de la Corte Suprema-, y el abogado integrante Alberto Novoa, dictó la siguiente sentencia: "Atendido el mérito de los antecedentes, y en especial lo informado por el Sr. Ministro del Interior, a fs.5, y visto además lo dispuesto en el artículo 306 del Código de Procedimiento Penal, se rechaza el recurso de amparo deducido a fs.1 de Manuel Leonidas Guerrero Ceballos".

De acuerdo a esta resolución, mi padre jamás había sido detenido, ni menos torturado, pero resulta que el mismo 25 de junio ya era reconocido como prisionero en Tres Álamos!

Visitamos a mi padre el domingo 27 de junio e inmediatamente el lunes 28 mi madre volvió al Tribunal: "Excma. Corte. Verónica Antequera Vergara, ya individualizada, en los autos de amparo en favor de mi esposo Manuel Leonidas Guerrero Ceballos, a USE. con todo respeto digo: Que la I. Corte de Apelaciones de Santiago, con fecha 25 del presente mes de junio, rechazó el recurso de amparo interpuesto. Se basó para ello la I. Corte en un informe del Ministro del Interior, de fecha 18 de este mismo mes, donde se declaraba que el ampardo no se encontraba detenido por orden de dicho Ministerio.

El fallo apelado y su antecedente -el informe del Ministerio- desconocen absolutamente la verdad de los hechos y constituyen una incalificable denegacion de justicia. La realidad es la siguiente: mi esposo fue detenido, como ya se dijo, el dia 14 del presente mes de junio, a las 10 de la mañana, en la interseccion de las calles Maria Elena y La Unión, que pertenecen al sector Paradero 24 de La Florida. En dicho lugar, fue baleado por los efectivos que tuvieron a su cargo la detencion.

La bala entro por el costado derecho, atraveso la zona de los pulmones y del corazon, en direccion a la axila izquierda, sin salida. Para mas detalles, la bala es de calibre 38. Posteriormente, la bala ha comenzado a descender hacia la tetilla izquierda.

Todo esto sucedia el dia lunes 14 de junio, en los precisos momentos en que la Organizaciones de Estados Americanos discutia en nuestra capital, el tema de los Derechos Humanos. Lo que al dia siguiente habria de provocar el entusiasta titular de las Ultimas Noticias: 'Y se hizo justicia'.

El hecho es que mi esposo, herido en la forma y circunstancias que ya he descrito, fue introducido a golpes en la Renoleta de los efectivos de seguridad y vendado con "scotch" en los ojos y en la boca. Fue colocado -dentro del coche- debajo de un asiento. Fue ademas golpeado y esposado.

Asi llevado, fue conducido a un lugar desconocido, donde comenzaron a desnudarlo y tenderlo en un catre de fierro, llamado "parrilla", donde se le aplico electricidad en todo el cuerpo. Al parecer, lo drogaron con "pentotal". Al mismo tiempo, menudeaban las amenazas, diciendole que "algo podria ocurrirle", y que "un accidente es siempre posible". Tampoco faltaban las amenazas para su esposa -embarazada de 5 meses- y para su pequeño hijo de 6 años.

Este tratamiento se prolongó toda la tarde del día lunes 14 de junio. No se le prodigó ninguna atencion medica durante estas largas horas; al contrario, continuaban los golpes y mi esposo seguia desagrandose.

En la noche de ese mismo dia lunes 14 fue llevado a un recinto hospitalario, que el desconoce. Se interno con otro nombre y a el se le dio orden de no hablar.

En dicho recinto recibio atencion medica. Los facultativos llegaron a la conclusion de que no se podia extirpar la bala en aquellos momentos, sino que habia que esperar que el proyectil aflorara, para poder actuar en las debidas condiciones.

Se le tomaron ademas innumerables radiografias. Todo esto no significaba que el trato fuera el adecuado. En realidad, los malos tratamientos continuaron, aun en estas circunstancias. Le arrancaban la sonda que estaba conectada con el suero y cada vez que se le trasladaba de pieza, le cubrian la cara. Posiblemente, con objeto que no lo reconocieran ni se dieran cuenta del estado en que se encontraba. Ademas, seguian recordandole la posibilidad de un "accidente".

En este lugar hospitalario continuo hasta el viernes 18 del presente mes de junio. Ese dia -en la tarde- fue trasladado al Campamento "Cuatro Alamos". Era el mismo dia en que el Ministerio del Interior, informaba a la I. Corte de Apelaciones de que no se encontraba detenido y que el I. Tribunal habria de considerar como el argumento decisivo para denegar el recurso.

En el Campamento Cuatro Alamos permanecio incomunicado durante 7 dias. En esos dias fue el unico detenido, pero pudo recibir atencion medica.

El viernes 25 de junio, el mismo dia en que la I. Corte de Apelaciones denegaba el recurso de amparo, fue obligado a levantarse y se le condujo a Tres Alamos. En dicho campamento he podido visitarlo, como asimismo ha recibido la visita de sus padres y suegros. Lo extraordinario del caso, es que se le obliga despues de todo lo pasado, a hacer la vida normal de un detenido normal, como si nada hubiera acontencido.

Yo recibi aviso de que estaba detenido en Tres Alamos el dia sabado 26 de junio a mediodia.

De los antecedentes expuestos, se deduce que no se ha cumplido ni con el menor asomo de legalidad.

El Decreto Ley 1009 es muy claro. En su arti 1 declara que las fuerzas de seguridad estaran obligadas a comunicar la dentencion "dentro del plazo de 48 horas". No se necesita repetir los antecedentes ya dados, para reconocer que esta exigencia no ha sido cumplida. Igualmente, el ya mencionado art. 1 del mismo DL 1009 declara que la incomunicacion "no podra durar mas de 5 dias". Tambien se ha infringido esta disposicion.

El Decreto Supremo 187, de 28 d enero del presente año, dispone en su art. 3 todas las especificaciones que debe contener la orden de detencion. A nada de esto se ha dado cumplimiento en el caso de mi esposo.

Por tanto, ruego a USE. revocar el fallo de la I. Corte de Apelaciones y disponer la inmediata libertad de mi esposo Manuel Leonidas Guerrero Ceballos, ya segun informacion del propio Ministro del Interior, no existe orden de detencion en su contra. Procede tambien que el Excmo Tribunal disponga la visita de uno de sus miembros al ya mencionado campamento Tres Alamos, para verificar la exactitud de lo que aqui se afirma y comprobar el delicado estado de salud del amparado.

Ruego a USE, disponer se envien antecendentes del caso, a la Justicia del Crimen, para hacer efectivas las responsabilidades del art.1 del DL 1009, en orden a los apremios ilegitimos."

Mi padre continuaba prisioner en Tres Alamos, con la bala aun en su cuerpo, y recien el 30 de junio de 1976, la Corte Suprema solicitó a través del Oficio No. 20.082, "Para entrar a conocer del recurso oficiese al Sr. Ministro del Interior a fin de que informe si Manuel Leonidas Guerrero Ceballos se encuentra detenido en el Campamento de Tres Alamos, como se informa en el escrito de p.9 y 10, que en copia fostática se le remitirá. ".

Esta autoridad, RAUL BENAVIDES ESCOBAR, a la sazón Ministro del Interior, el mismo que antes habia oficiado que mi padre no estaba detenido, informo por oficio confidencial No. 3120, del 5 de julio de 1976, "En respuesta al oficio en referencia, cumplese informar a VS. ILTMA que por Decreto Exento de este Ministerio que se señala, dictado en uso de la facultad que me confiere el DL No. 228, en relacion con el articulo 72, No.17, de la Constitucion Politica del Estado, se dispuso la dentecion de la persona que a continuacion se indica, recluyendosele en el lugar que se menciona: Guerrero Ceballos, Manuel Leonidas; Se dispuso su arresto en el Campamento de Detenidos Cuatro Alamos, segun D.E. No. 2120, de 18 de junio de 1976. Actualmente se encuentra en el Campamento de Detenidos Tres Alamos, donde fue trasladado segun D.E. No. 2124, de fecha 23 de junio 1976".

Es decir, se reconocia lo que antes se negaba, sin embargo se informa de la detencion de mi padre el 18 de junio, en condiciones que ello habia ocurrido 4 dias antes. A raiz de tal informe nuevo del Ministro del Interior, el 12 de julio de 1976, la Corte Suprema pronunciandose sobre la apelacion, dicto la siguiente sentencia: "Con el merito del informe del Ministerio del Interior de fs.12, se confirma la resolucion apelada", por los ministros señores M. Eduardo Ortiz, Octavio Ramirez M., Marcos Aburto O., Estanislao Zuñiga C., y abogado integrante Julio Fabres.

En términos concretos, esta resolución implicó que los tribunales chilenos rechazaron el recurso de amparo interpuesto, a pesar de todos los antecedentes de ilegalidad y tortura dados a conocer. Por ello, mi madre insistió con un recurso de Reposición que presentó el 16 de julio de 1976:

"Vengo en interponer recurso de reposición en contra de la resolución de este Excmo. Tribunal, que declara sin lugar el Recurso de Amparo, confirmando así la resolución de la Iltma. Corte de Apelaciones. Lo grave de esta resolución es que confirma una resolución pronunciada considerando el informe del Sr. Ministro del Interior, de fs.5, que exponía que el amparado no se encontraba detenido por orden de ese Ministerio.

Sin embargo, en los autos del recurso se había expresado por esta Recurrente, la relación de hechos que dejaba claramente establecido que cónyuge había sido detenido ilegalmente en la calle, donde además fue baleado.

Muy curiosa resultaba entonces la información del Sr. Ministro del Interior, pero más que eso, sumamente grave, pues nos hizo temer en unos momentos que el detenido pudiera no aparecer quizás por cuanto tiempo.

Comprenderá cuán grave me parece entonces, el que el Excmo. Tribunal rechace el recurso de amparo, fundándose para ello en este informe, que además de no ser verídico como se pudo comprobar posteriormente, por un informe posterior del mismo Ministro, entraba el constatar una flagrante ilegalidad cual es la de detención sin orden alguna, como asi mismo, incomunicación más allá de los 5 días, establecidos por el DL 1009, y por último, las lesiones inferidas a causa de la herida de bala.

Lo expuesto, dado a conocer en detalle por esta recurrente, tanto a la Iltma. Corte, como a este Excmo. Tribunal, constituyen delitos tipificados y sancionados por nuestra legislacion, por lo que deberian ser investigados acusiosamente, mas aun si de por medio estuvo la vida d euna persona, la cual afortunadamente pudo salir airosa despues de ser sometida a un trato barbaro, cuestion tambien sancionada por nuestra legislacion.

No puede menos que dejarme perpleja, entonces, la resolucion de la Excma. Corte, si considera que ha tomado el minimo conocimiento de los hechos que motivaron el recurso de amparo, y su apelacion y, por otro lado, la respuesta del Sr. Ministro del Interior, de que no estaba detenido.

Si bien, en los momentos en que se vio esta causa, la Excma. Corte, puedo conocer el informe posterio del Sr. Ministro del Interior que da cuenta de 2 D.E. en contra del amparado, uno que establece su detencion de fecha 18 de junio de 1976, y otro que establece su traslado a Tres Alamos de fecha 23 de junio de 1976, tales informes solo dejan establecido dos hechos:

a) Ilegalidad de la detencion, pues los hechos se produjeron el 14 y no 18, y el que no haya habido D.E. en su contra significa ni mas ni menos, que fue detenido sin orden, y mantenido en otro lugar que no es oficial. Vuelve entonces a reiterarse una muy grave situacion, que esta Excma. Corte deberia considerar en su real y tragico significado, el que una persona pueda incluso perder la vida y no ser reconocida su detencion.
b) La falta de veracidad del segundo informe, también lo que se refiere al 2 D.E., pues si algun ministro de esta Excma. Corte, en su preocupacion por velar a favor d ela legalidad vigente hubiera hablado con el detenido o se hubiera constituido en el Campamento de Tres Alamos, el dia 23, hubiera podido comprobar que no se encontraba alli tal como lo aseveraba el Sr. Ministro del Interior, en esa fecha.

Tomando en consideracion todo el conjunto de los antecedentes, y dejando de lado en principio todas las graves ilegalidades cometidas en contra del amparado por los servicios de seguridad del Ejecutivo, es posible determinar que si la Excma. Corte, hubiera decidido rechazar el Recurso de Amparo, no podia entrar a confirmar integramente la resolucion de la Iltma. Corte de Apelaciones, pues se habia basado ésta, en un informe incorrecto.

Por tanto, en consideracion a lo expuesto, solicito a esta Excma. Corte, tener por deducido el recurso de reposicion en contra de la resolucion de este Excmo. Tribunal del 12 de julio de 1976, que confirmaba integramente la resolucion de la Iltma. Corte de Apelaciones.

Primer otrosi, tal como se ha dado ha conocer, el detenido permanecio varios dias detenido e incomunicado sin orden de detencion. Ademas se cometio en contra de su persona el delito de lesiones. Todos estos hechos, constituyen delitos que se encuentran tipificados y sancionados por la legislacion vigente.

Habiendo de por medio valores tan importantes como la vida del detenido, estimo que tales hechos deben ser investigados, procediendose a sancionar a los responsables. Solicito en consecuencia a esta Excma. Corte, que remita los antecedentes al juzgado del crimen competente, a fin de que se instruya sumario por la comision de los delitos que se denuncian."

No obstante todo lo anterior, el 19 de julio de 1976, la Corte resolvió "A lo principal: no ha lugar a la reposición. Al otrosí: formalícese a quien corresponda la denuncia del caso".

En mi familia, siempre hemos creido en la justicia, jamás hemos cometido nada ilegal y somos los primeros defensores del Estado de Derecho. ¿Pero, porqué nos castigan de esta manera? No pueden decir que no sabían... Mi madre y padre arriesgaron sus vidas para que se hiciera justicia...

El lunes 28 de junio, mi padre fue examinado por los doctores Alfredo Montiglio Espinger, asesor sanita­rio del Servicio Nacional de Detenidos y el doctor Cesáreo Roa Muñoz, del Hospital de Carabineros. Ambos determi­naron que debía ser trasladado al hospital de la FACH para extirpar el proyectil. A su regreso, se le notificó en Tres Alamos que estaba detenido en calidad de "activista comunista".

El 28 de julio de 1976, el presidente de la Corte Suprema, José María Eyzaguirre realizó su tradicional visita anual a las cárceles. Visitó también el campo de prisioneros polí­ticos de Tres Alamos. Allí conoció personalmente al hom­bre por el cual había intervenido aparentemente sin resul­tado. Mi padre le relató en detalle la tortura, las re­ferencias a José Weibel y Luis Maturana, el centro secreto de detención. Todo. Pidió incluso una investigación por el po­sible delito de homicidio frustrado y apremios ilegítimos.

Al día siguiente, el presidente de la Corte Suprema ofi­cializó el inicio de la investigación con un relato detallado de mi padre. En él decía: "Por mi propia experiencia sé que hay lugares de tortura que no han sido declarados y que los desaparecidos de que se habla se encuentran en algunos de ellos."

El escrito con la firma de José María Eyzaguirre pasó a la Fiscalía Militar donde se dio inicio a la investigación. La Dirección de Inteligencia de Carabineros fue la primera en ser requerida para que informara de los hechos. Así respondieron:

"El 13 de junio, alrededor de las 11 horas, Manuel Guerrero Ceballos fue detenido por personal del Servicio de Inteligencia Naval. Se encontraba presente su cónyuge. Debido a un intento de resistencia del detenido, a uno de los aprehensores se le escapó un tiro de pistola que lo hirió en el costado derecho, rebotando una bala en las costillas y si­guiendo una trayectoria se alojo finalmente en el costado izquierdo intercostal. El detenido fue internado de inmediato en el Hospital de Carabineros donde se le diagnosticaron lesiones leves, siendo dado de alta el 15 de junio y entregado de inmediato a la DINA."

El fiscal militar se constituyó en el Hospital de Carabi­neros para verificar la veracidad del relato de mi padre. Al revisar los libros de ingreso, encontró: "Pedro González Rocha, 27 años, herida a bala en el hemitórax de­recho. Médico: Osvaldo Ureta Latorre".

El doctor Osvaldo Ureta Latorre, mayor de Carabine­ros, quien recibió a mi padre de manos del Comando Conjunto, declaró:

"Me encontraba de turno en el servicio de urgencia cuando aproximadamente a las 14 horas recibí una información telefónica desde la dirección del Hospital, mediante la cual se me informó que llegaría un herido a bala por sus propios medios. Se me ordenó además, tratar el caso en la for­ma más reservada posible, que no hiciera preguntas. Igno­ro quién fue la persona que me dio la orden, pero pienso que fue personalmente el director del Hospital. No pregunté por tratarse de una orden. El hombre llegó acompañado de cinco civiles. Uno de ellos, que hacía de jefe, se me acercó y me informó que traía al paciente del cual había dado cuen­ta. Vi que un auxiliar le preguntaba al paciente su domici­lio y como éste se mostrara reticente a darlo, le ordené al auxiliar no hacer más preguntas. El enfermo estaba pálido y quejumbroso. Le informé de todo esto al doctor Pazols, director del Hospital, a su domicilio, quien me pidió que lo tu­viera informado. Mi decisión, en función de los exámenes que se le tomaron, fue dejarlo hospitalizado, lo que conver­sé después con el doctor Pazols en su oficina. Por orden del director fui a buscar a uno de los civiles que lo acompaña­ban y lo llevé a la oficina del director. Yo me retiré. Una vez que el director dio su autorización para que lo dejáramos hospitalizado, me manifestó que lo ubicáramos en una pie­za lo más aislada posible."

Los recuerdos del doctor Osvaldo Pazols no fueron los mismos que los del doctor Ureta. El coronel Pazols negó ha­ber dado instrucción alguna al doctor Ureta antes del ingre­so de mi padre al hospital. Dijo que la primera información del asunto le fue comunicada por el doctor de turno, cuyo nombre no recordó, a su domicilio, aproximadamente a las 15:30 horas. Pazols declaró:

"El médico de turno me informó que el herido a bala era un detenido y que sus aprehensores lo habían llevado al hospital. Además, me manifestó que éstos le habían hecho saber que debía guardar reserva respecto del herido cuyo nombre nunca supe. El herido siguió en el hospital en obser­vación por algunos días siendo custodiado por los propios aprehensores, los cuales se turnaban para tal efecto. El mé­dico de turno condujo hasta mi oficina a uno de los aprehen­sores, el cual me manifestó que era de un servicio de inteli­gencia, identificándose con una tarjeta la cual lo acreditaba como tal. No me dijo de cuál servicio era.”

"Supe que el paciente era un detenido debido a que el médico de turno, creo que el doctor Ureta, así me lo informó. Pero yo no di orden alguna para que se lo recibiera. No se le hizo al paciente ficha médica por orden mía, debido al carácter reservado que me solicitó uno de sus aprehensores. Todos sus antecedentes clínicos fueron retirados por 'ellos'".

El fiscal decidió visitar la sección Traumatología, en el tercer piso, allí donde mi padre declaró haber sido atendido. El hecho fue ratificado por dos enfermeras, un practicante y un auxiliar del servicio, a pesar de que en los libros de la sección no existía constancia del ingreso ni del alta del paciente "González Rocha". Sin embargo, a pesar de que mi padre estaba engrillado, custodiado y en grave estado de salud, fue atendido por cinco facultativos, entre los que figuraba Winston Chinchón, quien sería más tarde ministro de Salud, quien reconoció haberlo visto.

Con todos esos antecedentes el fiscal militar volvió a solicitar información al jefe de la Dirección de Inteligencia de Carabineros, general Rubén Romero Gormaz, el que de­claró por oficio:

"Esta Dirección de Inteligencia tiene información que el ciudadano Manuel Guerrero Ceballos fue detenido por el Servicio de Inteligencia Naval y que a consecuencia de su detención y por resistencia a sus aprehensores, resultó lesionado a bala, motivo por el cual se solicitó a este servicio la cooperación del Hospital de Carabineros, la que se pres­tó oportunamente. Posteriormente, y dentro del tercer día, es decir el 17 de junio de 1976, a petición del mismo SIN, el detenido fue puesto a disposición de la DINA, de conformi­dad con la Orden Secreta No. 35-F-330, del 22 de noviembre de 1975, de los Ministerios del Interior y de Defensa Nacio­nal."

Aquí está la clave. El general Romero dio la verdadera razón por la cual entregó a mi padre: la existencia de una Orden Secreta No 35-F-330, de fecha 22 de noviembre de 1976 emanada de los Ministerios del Interior y Defensa, que dejó a la DINA como único servicio con facultades para detener, incomunicar y mantener recin­tos secretos de detención. Fue esa orden la que invocó el coronel Manuel Contreras para obtener la entrega de mi padre. Fue esa orden secreta la que provocó la eva­cuación del campo de prisioneros en la Base Aérea de Co­lina.

El oficio también señaló los cargos que se le hicieron a mi padre para ordenar su detención: "Extremista perteneciente al PC. Secretario general de las Juventudes Cornunistas. Registra viajes a Rusia y a la República Democrática Alemana, a cursos de adoctrina­miento político. Es responsable de la acción panfletaria del PC, la que dirigía desde la clandestinidad."

No hay ni una sola mención a la existencia de armas. Mi padre nunca las tuvo.

La investigación llevada a cabo por la Fiscalía Militar logró la identificación de uno de los hombres eme participó en el traslado de mi padre: era un oficial de Carabineros cu­ya Tipcar tenía el número 1644. Esa Tipcar pertenecía al teniente Manuel Agus­tín Muñoz Gamboa, el mismo que participaría en el asesinato de mi padre en 1985, el "Lolo Muñoz".

En ese momento la Fiscalía Naval de Valparaíso pidió el traslado de la investigación por ser su Servicio de Inteligencia el responsable de la detención de mi padre. La peti­ción fue acogida.

Por ello, el 7 de noviembre de 1976 mi padre fue trasladado del Campamento Tres Álamos a un lugar desconocido. Ese mismo día el Ministerio del Interior le había concedido la libertad a papá junto a otros 129 prisioneros. Teníamos la lista deliberados, lo fuimos a buscar a Tres Álamos pero ya no estaba, nadie sabía donde se lo habían llevado. Ésta fue su segunda detención desaparición, esta vez por haber contado la verdad de lo que le habían hecho.

Nuevamente lo buscamos por todas partes. Ahora ya éramos tres, pues el primero de octubre, mientras papá continuaba prisionero, había nacido mi hermana América, quien hasta el día de hoy no soporta los fuegos artificiales, pues desde el vientre de mi madre oyó el balazo cuando detuvieron a mi padre el 14 de junio de 1976. Ese 1 de octubre de 1976, un militar de guardia le avisó a mi padre: "Eres padre de nuevo huevón, fue niña".

Tras exasperantes días de búsqueda, una llamada anónima nos alertò que mi padre podía estar en el Campo de Prisioneros de Puchuncaví, cerca de Valparaíso.

Viajamos para allá mientras veíamos venir los autobuses atiborreados de ex presos politicos que habían sido liberados. Cuando llegamos, en el Campo de Prisioneros no quedaba nadie, solo los guardias. Nos paramos frente al portón y vimos salir raudamente a un jeep con oficiales de la marina. En la desesperación mi madre, con América de un mes en brazos, y conmigo de seis años de la mano, junto a mi abuela materna, nos paró en medio del camino que debía hacer el jeep. "No nos iremos sin tu padre, sino mejor nos morimos todos", dijo. El jeep frenó a gran velocidad frente a esta familia desesperanzada; corrimos a la parte trasera del vehículo, y como milagro, ahí estaba mi padre, demacrado, custodiado por marinos armados.

Nos subieron a todos al fecículo, y nos llevaron detenidos al Fuerte Silva Palma en Valparaiso. Lo habíamos encontrado, estábamos juntos otra vez, pero no sabíamos qué ocurriría con todos nosotros.

Mientras, el dueño de la Tipcar No 1644, fue llamado a declarar ante el juez naval que siguió con la investigación que se había originado a raíz de las denuncias que le hiciera mi padre al Presidente de la Corte Suprema. El "Lolo Muñoz" dió como domicilio la calle Dieciocho No. 229, que es el lugar de "LaFirma" donde tuvieron a papá el 76 y luego el 85, y expresó:

"Un día que no recuerdo, en cumplimiento de instrucciones de mi general Rubén Romero, recibí de parte de funcionarios de Inteligencia Naval, al detenido Manuel Guerrero Ceballos, con el fin de trasladarlo al Hospital de Carabineros, en atención a que se encontraba lesionado. Allí se le mantuvo como tres días, con la respectiva vigilancia, hasta que recibí una orden de mi general, en el sentido de que debía trasladarlo al campamento de detenidos "Tres Alamos", y entregarlo al personal de la DINA."

Allí termino la investigación. El informe final firmado por el vicealmirante Jorge Paredes Wetzer, juez naval, y el capitán de fragata Enrique Campusano Palacios, auditor naval, dice: "Se sobresee temporalmente la presente causa por no haber indicios suficientes para acusar a determinada persona como autor, cómplice o encubridor de los hechos investigados". Es decir, ni los tribunales civiles ni la justicia militar consideraron que la detención y tortura que vivió mi padre tenía responsables. Hasta el día de hoy nadie cumple condena por lo que le sucedió.

En el despacho del presidente de la Corte Suprema José María Eyzaguirre quedó, sin embargo, la declaración jurada de papá en la que dice: "Mis aprehensores, durante el interrogatorio con torturas, señalaron haber detenido y tener en su poder a Luis Emilio Maturana González, joven profesor, detenido y desaparecido desde el 8 dejunio de 1976, en Santiago". El esfuerzo que hizo papá para intentar rescatar con vida a Luis Maturana fue inútil. En el cuartel "La Firma", Maturana, junto a René Orellana, fueron torturados sin límite, hasta la muerte, sin que nadie de los informados intentara impedirlo.

A nosotros, mi madre, abuela materna y mi hermana América, luego de pasar dos días y una noche en un calabozo del Fuerte Silva Palma, siendo íictimas de prisión política y tortura, nos dejaron en libertad. A mi padre lo "soltaron" recién el día 19 de noviembre, en condiciones que él era el acusador de vejámenes e ilegalidades. Días más tarde, luego que mi padre, ya libre, presentó su denuncia en todas las instancias que pudo, salimos rumbo a Suecia y Hungría.

Estuvimos allá hasta el año1982, que es cuando regresamos, con la esperanza de mi padre que podría aportar a la lucha del pueblo chileno para recuperar la democracia. En el exilio mis padres se separaron, sin embargo siempre nos mantuvimos muy apegados. En Budapest, mi padre conoció a su nueva compeñera, Owana Madera, con quien haría frente como pareja a la nueva realidad que se avecinaba a su regreso a Chile.

A pesar de todo lo vivido, me siento orgulloso de tener una familia a partir de cuya entrega y sacrificio se pudo recuperar la democracia. Por muy imperfecta que sea, la recuperamos. Pero el precio que pagamos fue alto, muy alto, como lo comprenderíamos prontamente, apenas papá llegó al aeropuerto de Santiago en 1982.

[Sigue leyendo Papá, te beso]

27 marzo 2006

MI PADRE: Regreso a la vida


Este es el último escrito que me dejó mi padre acerca del periodo en que estuvo en manos del Comando Conjunto y la Dina en 1976. Lo demás que tengo de la época corresponde a declaraciones que hizo, una vez que fue reconocido como preso político, ante el Presidente de la Corte Suprema de ese tiempo; las Fiscalías Militar y Naval; la Vicaría de la Solidaridad, y luego en Ginebra, en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Mi padre jamás puso en primer lugar su propia seguridad, pues siempre consideró que su denuncia no era personal, sino que a través de ella hablaban cientos y miles de personas que habían pasado por tratos semejantes, muchas de las cuales siguen detenidas desaparecidas.

Faltan muy pocos días para que lleguemos al 30 de marzo de 2006. Y siento como que tengo pocas horas más para estar con mi padre vivo, a través de su palabra escrita. El 27 de marzo de 1985 aún lo podía saludar y besar a las puertas de mi colegio, como todos los días. Restarían solo dos días para que el beso que le di fuera el último.

Mi beso va ahora para ustedes, por recordar en presente conmigo.

Manuel Guerrero Antequera.
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Regreso a la vida

El tiempo se seguía arrastrando, avanzando sin premura, tormentosamente. Llegó el día de mi cumpleaños.

Afortunadamente mis carceleros no se acordaron. Prepa­ré un programa especial. Me levanté más temprano de lo habitual y me atreví a hacer unas flexiones que me dejaron bueno para nada. Hice un aseo de primera, pero an­tes que nada inicié la jornada cantando tres canciones: la Canción Nacional, la Internacional y dos veces Te vi Mujer. Así unía el patriotismo, el internacionalis­mo proletario y el amor (¿buena relación, no les pare­ce?). Extendí la sección artística y canté como nunca más lo he hecho. Repasé libros y películas revolucionarias. Escribí unos mensajes de amor a mi compañera. Hice una complicada construcción, especial, con el peda­zo de papel que de tanto doblarlo no obedecía a los nuevos dobleces. Antes de almuerzo vino la parte política y me pegué un discurso, lo que me abrió el apetito. Almorcé extra, lo que significa que comí pan como un desatado. Traté de dormir siesta, pero no pude. Tracé unas frases en la pizarra de los presos y mirando aquí y allá, me bajó una pena inmensa, grande, profunda. Lloré de dolor, pero sobre todo de impotencia. No me contuve. De las lágrimas pasé, para levantarme el ánimo, a los chistes, lo que es más triste aún, porque contarse chistes a uno mismo ¡es "más fome que bailar con la herma­na"!

Estuve contando filas de días marcados por los anteriores presos e inauguré mi sección, cosa que hasta ese día no había hecho.

La noche cayó como una fosa. La comida me supo a vinagre. Ya no quería nada más. Bastaba de estar así, que me recuperaban, me torturaban, me alentaba para después volver a lo mismo. Quise tener algo con que luchar, un arma o un cuchillo por último, poseer fuerza y tra­tar de escapar o morir peleando. Entendía que resistir era una forma de luchar, pero quería no solo esperar y soportar sus tropelías, sino que yo poder combatir di­rectamente para cambiar mi suerte.

El frío se me metió otra vez en el alma. Temblé con asiduidad y me acosté tapado de frazadas.
Me estaba quedando dormido cuando siento el crepé en el pasillo. Me ovillé de inmediato.
Se detuvieron frente a mi puerta y corrieron el pestillo.

- Levántate, vístete, arregla las camas.

Las interrogantes se abalanzaron sobre mí. ¿Para qué me sacan de nuevo, me llevarán a Villa Grimaldi, a la Colonia Dignidad, o me van a matar?

Come pude estiré los camarotes. Me condujeron por el pasillo hasta una oficina. Habían dos agentes allí y uno me dijo:

- Te vai de aquí, tení cueva, te salvaste del ba­lazo primero y de esta ahora...

No me dijo nada más. Me entregaron mi carné de identidad, me revisaron completamente y me obligaron a seguirlos.

Salimos caminando por el pasillo, cruzamos la si­niestra puerta de fierro y caminamos por oscuros senderos de tierra. Prácticamente no veía nada y me tropezaba seguido. Me hicieron ingresar en una oficina y cuánta no sería mi sorpresa de ver en ella a carabineros con su característico uniforme. Hasta me alegré de verlos, me parecían como más familiares e institucionales (ideas de uno, que se le ocurren en la confusión, en el traspaso de emociones, de estados de vida, en defi­nitiva) .

- A esta hora no se le puede recibir -, dijo uno con cara de perro que estaba tras una mesa-. Tráiganlo mañana si quieren, a esta hora no hay ni carga si quiera.

No entendía nada. Miraba trémulo, de los funciona­rios de la DINA a los pacos, y viceversa.

El funcionario do la DINA insistió:

- Nosotros ya hicimos el pase, es huevá de ustedes cómo se las arreglan-, y sin más se dió media vuelta y se fué.

Quedé entre los carabineros. El que hacía de jefe tomó mi carnet de identidad, lo miró y para intimidar­me, señaló:

- A tí yo te conozco, vos soy de San Gregorio, y harto que hueveaste allá. Qué bueno que nos volvimos a encontrar.

No dije nada. Efectivamente viví muchos años en la población San Gregorio, en la comuna de La Granja, pero sólo una vez tuvimos líos directos con los pacos, las otras fueron escaramuzas de poca monta. De seguro que lo hacía para dárselas de encachao (“Tremenda gra­cia -pensé-, con un pájaro que cae de noche, diezmado, temeroso y entumido”).

- Como no tenemos cargo que darte, ándate así no más, mañana hablaremos.

Me quedé parado y pregunté:

-¿Me voy, para dónde?

Los carabineros se largaron a reír y uno me dijo:

- No va a ser para tu casa, pus huevón, donde los otros presos, entra por esa puerta que hay allí -, indi­có una entrada ubicada a unos 15 metros.

Recién empecé a caer en cuenta que me iba a juntar con los otros presos. Eso significaba entrar a Tres Álamos, ser reconocido, ser un preso con nombre y número, un paso fundamental hacia la vida.

Anonadado entré por el portón indicado. Adentro había un gran patio, desértico lo encontré en la oscu­ridad. Tras de mí se cerró la puerta y quedé parado adentro sin saber qué hacer. Golpié hacia afuera, me abrió un carabinero de guardia y pregunté:

-¿A dónde voy ahora?

Me miró, se tiró a reír y dijo:

- Golpea en esa casucha que hay en el patio.

Fui a ese lugar, golpié y de adentro alguien dijo "entre" y varias voces se rieron. Entré y me quedé mi­rando a un grupo de hombres increíblemente arropados, con pasa montañas, que miraban televisión. Como estaba en la puerta, uno miró y preguntó, seguramente por mi aspecto, que en la noche se parecía un hombre con terno.

-¿A quién busca?-. Ya más aterrorizado, débilmente dije:

- Soy un preso, vengo recién llegando de Cuatro Álamos.

Se pararon todos, uno gritó "recepción" y me empeazaron a abrazar, palmotear, hacer preguntas todos al mismo tiempo.

Ahí estaba respondiendo como podía y dando abra­zos, cuando un compañero me tomó el brazo, recomendó que me dejaran tranquilo, que mañana se podía hablar con calma y me sacó de esa habitación. Me condujo hacia una hilera de piezas y me agregó que por ahí había gente conocida. En el pasillo me topé con un viejo y que­rido camarada. Nos fundimos en un gran abrazo. Me lle­vó a su pieza. Me sorprendió ver que tenían té, pan, radio, diarios; cosas tan elementales pero que parecieron, en esos momentos, atributos sublimes. Después me ente­ré que esa habitación estaba habitada por dos compañeros socialistas, un comunista y un demócrata cristiano. Justo había una cama libre por lo que me la ofrecieron a mí.

Yo estaba mareado aún confundido, pero gratamente sorprendido, incluso excitado. En escaso tiempo mi condi­ción había cambiado, veía una luz de salida en el túnel.

Hablamos de cosas diversas hasta que llegamos a mi detención y estado de salud. Cuando se enteraron de lo que me había pasado se armó una nueva batahola y me sobrecargaron de atenciones. Me acostaron, llamaron a otra gente, me presentaron y se pusieron en campaña para buscar el medio de informar a mi familia. Esto era un día viernes, el domingo había visita.

Esa noche no dormí nada. Tenía una sola gran con­fusión en mi cabeza. Me parecía increíble estar en Tres Álamos, poder saber de mi familia. En ese momento, no me importaba permanecer ahí años, lo importante era haber aparecido.

El sábado fue un día de trabajo. Tuve control mé­dico, que fue por cierto muy superficial, sostuve conversaciones con distinta gente contándoles mi caso, y sobre todo nos preocupamos de que se avisara a mi familia.

Afloró en mí una gran preocupación por mi compañera. ¿La habrían tomado, habría aparecido, habría perdido la guagua en gestación, qué sería de mi hijo y mis padres?

También pregunté novedades por otras detenciones. Me enteré de algunas habidas durante ese período.

Ese día los compañeros me cuidaron y atendieron como a un niño, me prestaron ropa, me pude bañar, se prepararon comidas especiales. Todo en vista del encuentro familiar del domingo. Con una familiar de un preso se logró que se avisara de mi estadía allí, e igual so­licitud se le hizo a Carabineros que eran los adminis­tradores del campo de concentración de Tres Álamos.

En la tarde caí rendido en la cama. Dormí profun­do y pesado, para pasar nuevamente la noche en vela. Durante el desvelo empecé a diseñar lo que iba a consultar con mis compañeros: cómo crear una forma de anillo de protección sobre la base de denunciar mi caso, que me protegiera de nuevos intentos de desaparición y sirviera para combatir al régimen. Sentía nuevas fuerzas y tenía la resolución de seguir luchando hasta el fin.

Llegó el esperado día de visita. Los amigos me prestaron un poncho blanco y un gorro pasa montaña. Esperé como un colegial que me llamaran por la lista. Los presos iban saliendo de uno a uno hacia donde estaban sus familiares sentados en unas bancas, puestas a la intemperie durante el frío invierno.

Por fin me llamaron. Salí caminando lentamente, mirando todo con verdadera emoción e interés, buscando entre todos esos rostros anhelantes mis seres queridos. No los vi. Me empecé a desesperar. Miraba y miraba, y entre la muchedumbre asomó el rostro lloroso de mi compañera con su guata, cual banderola en el aire, acompañada de mi padre, mi madre y mi suegro.

No me reconocieron hasta estar muy cerca. Nos fundimos en un todo de abrazos, lágrimas, suspiros, y, sobre todo, vida.


Manuel Guerrero Ceballos, 1976.
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