25 mayo 2006

La marcha de los pingüinos


El ciclo de protesta masiva organizada por parte del movimiento estudiantil secundario en estos días es una excelente noticia para la democracia. Ello, en tanto dichas movilizaciones son la más clara expresión de que estamos ante una sociedad civil en formación, viva y vigorosa, que esta vez por medio del rostro descubierto de nuevos actores juveniles, les recuerda en forma directa a quienes ejercen el poder que el país ha de gobernarse tomando seriamente en cuenta las demandas de la ciudadanía y sus necesidades cotidianas. Y este recordatorio no es trivial, pues los partidos políticos y las élites gobernantes suelen olvidar que ellos están en el ejercicio de sus funciones en tanto representantes que se deben en todo a sus representados.

Sin embargo, no todos tienen mala memoria. En la retina colectiva de nuestra historia reciente permanecen las protestas de los secundarios que en los anos ochenta fueron capaces de romper el terror dictatorial y en forma inteligente y masiva lograron organizarse en centros de alumnos y federaciones, cuando éstos eran prohibidos. Tales movilizaciones llevaron incluso a la caída del Ministro de Educación Sergio Gaete que implementó, desde el poder autoritario, la hoy ya demostrada fracasada municipalización de la educación. Tales protestas estudiantiles formaron parte del amplio accionar de los movimientos sociales en Chile y Latinoamérica, que junto a la reivindicación general de terminar con la dictadura, abogaron por el mejoramiento de la educación y de los servicios urbanos, así como por la protección de los derechos de las mujeres, de los trabajadores, pueblos originarios, y de los derechos humanos en general.

Tal situación, de movimientos ciudadanos organizados más allá de los canales clásicos de la política, auguraba el advenimiento de una democracia participativa y dinámica. Sin embargo, lo que aconteció fue algo bastante distinto. Los partidos políticos que antes estaban en la oposición rápidamente tomaron un rol como los únicos interlocutores válidos entre la sociedad civil y el Estado, y redujeron, a nombre del realismo político, la gobernabilidad y la seguridad ciudadana, la capacidad de influencia de la mayoría de los movimientos sociales en la política, cuyas demandas de profundización democrática no se ajustaban al modelo de la transición pactada.

Y esto no necesariamente tuvo que ser así. En países como Brasil, por ejemplo, donde los partidos políticos han sido más democráticos y abiertos a grupos diferentes a ellos mismos, los movimientos sociales han tenido una mayor oportunidad de acceso al proceso político logrando mayor éxito en la influencia de las posiciones y prácticas de los propios partidos políticos. En Chile, por el contrario, el carácter que se le otorgó a la institucionalización de la democracia tuvo efectos claramente excluyentes, lo que se refleja, por ejemplo, en la existencia de un Estado duro, alejado de los ciudadanos organizados por fuera de los partidos políticos. Estos últimos, a su vez, se han vuelto predominantemente elitistas, hegemonizados por expertos. La democracia de este modo tendió a confundirse con tecnocracia, con criptoplutocracia.

El movimiento de los estudiantes secundarios de hoy nos señala que es posible que estemos en un momento distinto a lo que como ciudadanía queremos que sea la consolidación democrática. Los estudiantes de enseñanza media auto organizados nos conminan a asumir una intervención individual y colectiva activa y responsable en el espacio público. Ya no basta contar con una ciudadanía disciplinada, que se conforma con ser consumidora, observadora y usuaria del asistencialismo y las buenas intenciones de terceros. Tal vez el campo de resonancia de los discursos de la realpolitik que por años han buscado hacer creer que la democracia es mejor servida mediante la subordinación de la participación popular a la necesidad de mantención de la estabilidad de la administración de “lo posible” y “lo dado” se haya reducido significativamente. No sería sorpresa, porque tal visión de la convivencia democrática ha ido perpetuando un sistema político que ha institucionalizado la exclusión.

Así como la lucha contra la dictadura fue llevada adelante por una multiplicidad de fuerzas, por una variedad de cuerpos en resistencia, por un enjambre de identidades en formación, acciones y subjetividades que se disputaban, en forma directa y abierta, el espacio de la política, los estudiantes secundarios de hoy han desbordado las formas de contenido y expresión dictados por quienes creen tener la única voz autorizada para señalar como ha de vivirse en democracia.

Por ello lo que han realizado hasta ahora estas decenas de miles de estudiantes es una muy buena noticia para la democracia. Pues vuelve a actualizar la urgencia de comprender que la democracia conquistada debe ser hija no tan solo de los contenidos por los que se luchó durante la dictadura –pan, trabajo, justicia y libertad-, sino también debe ser heredera de la forma participativa transversal en que estos contenidos se forjaron e hicieron circular logrando sumar mayorías para la transformación social. La calle, la asamblea, el mitin, la marcha, la protesta, como instancias de roce social, de conexión de diversas relaciones creadoras de los estudiantes secundarios de hoy nos permiten volver a tener la esperanza de que hay potencialidad para construir una democracia que sea expresión real de la ciudadanía, sin leyes de amarre, sin autoritarismos velados.

Ojalá que nuestras autoridades que tienen actualmente en sus manos la posibilidad y los recursos de hacer las transformaciones justas que los estudiantes reclaman los escuchen a tiempo. Y ello tiene que ocurrir antes que el ciclo de este movimiento derive en un radicalismo en la forma de actuar que hasta ahora los propios estudiantes han sido capaces de controlar. Si no se les escucha, atiende y se les da solución a sus demandas, nos habremos perdido una excelente oportunidad como sociedad de hincarle colectivamente el diente al peor pecado que continuamos cometiendo como país: impartir una educación de mala calidad, en todos sus niveles y estratos socioeconómicos, que lleva al sacrificio a millones de vidas concretas así como al destino del país en su conjunto. En cuanto a los partidos políticos, al menos nos cabe la esperanza que existe una razonable posibilidad que acuerden una vez por todas derogar la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza redactada por el dictador el último día de su mandato autoritario, aunque sea como una medida instrumental para seducir a quienes conformarán para las próximas elecciones una parte muy significativa del padrón electoral. Si se logra todo ello, gracias a los secundarios habremos avanzado un buen trecho en la democratización de la democracia. Estamos con ustedes.