25 marzo 2007

[Algo sobre mi padre] Ser humano


A fines de noviembre de 1976, finalmente pudimos salir, junto a mi padre, madre y hermanita, rumbo a Suecia, bajo el amparo del Comité de Migraciones Europeas. En el trayecto, el avión hizo escala en un país africano y se detuvo por algunas horas para cargar combustible.

Bajé del avión junto a papá para estirar un poco el cuerpo. Ahí nos topamos, en el hall central del aeropuerto, con un hombre alto, de tez negra, que vendía productos típicos de su país. Mi padre se le acercó curioso, pero se vio frenado por mi mano de niño que se resistía a ir con él. Yo nunca había visto a un hombre negro en toda mi vida. El vendedor, que se dio cuenta de la situación, entretenido me extendió su mano en señal de amistad, pero yo escondí asustado la mía. Ante eso, mi papá pacientemente me explicó que todos los hombres somos lo mismo, seres humanos, y aunque cada uno sea diferente en su aspecto y costumbres, siempre hay que tener presente que el otro es un igual. Para darle mayor énfasis pedagógico a estas ideas, mi papá le guiñó el ojo al vendedor y se tomaron de la mano como viejos amigos. Luego de ello me invitó a que hiciera lo mismo. Ya estimulado por el ejemplo de papá, le di la mano al vendedor, pero no pude evitar mirarme luego la mía para comprobar si se había manchado. El vendedor, mi papá y la gente que se había agolpado a observar esta pequeña escena no pudieron reprimir la risa.

En el exilio, mi padre se dedicó fundamentalmente a denunciar los atropellos a los derechos humanos en Chile, y a coordinar actividades de solidaridad mundial desde su cargo de encargado internacional de las Juventudes Comunistas. Publicó, además, el libro testimonial “Desde el túnel”, que narra la detención que sufrió en 1976, y en forma diaria se dirigió a los jóvenes de Chile a través de la señal de Radio Moscú infundiéndoles valor y esperanza en la capacidad del pueblo trabajador para retomar la lucha por sus derechos.

Pero el exilio no es fácil como muchos puedan creer. Se trata de entrar en contacto, en forma obligada, con otras culturas, sabores, chistes, idiomas, escalas de valores, en fin... es cambiar de mundo de la vida. Y siempre con la condena rondando que no puedes volver a donde perteneces, a tu cordillera, al mar, al asado familiar, a hinchar por tu equipo de fútbol, a formar parte de las luchas y esperanzas de tu pueblo, con sus defectos e imperfecciones, pero que sientes propias. Esta situación altera la convivencia familiar, vuelve hipersensibles a las personas, y surge la incomprensión. Tal fue el caso de mi familia también.

En 1981, cuando ya tenía once años, papá me hizo emocionado una invitación curiosa: que lo acompañara a Moscú. En ese entonces vivíamos en Újpalota, una de las comunas donde más chilenos residían en Budapest, la capital del país de los hunos. Su emoción era grande y verdadera, por lo que feliz acepté la propuesta, a pesar de que el viaje tendría una duración de un mes, lo que implicaba dejar a mi hermana Erika sola con mamá por demasiado tiempo.

Papá ya casi no pasaba en casa, su relación con mamá ya estaba desgastada al límite, la separación se veía inminente, por lo que con Erika nos habíamos juramentado que pasara lo que pasara no aceptaríamos que nos hicieran decidir a nosotros con quién quedarnos. Papá quería que al menos yo me fuera a vivir con él, y mamá no quería separarnos entre los hermanos. La situación se complicó y un tribunal de menores húngaro tomó en sus manos el caso. Le practicaron exámenes psicológicos a mamá, para ver si existía alguna causal patológica que impidiera que se hiciera cargo de nosotros.

Papá era un alto dirigente de la Juventud, y su relación de más de una década con mamá era citada por el Partido como ejemplo a seguir. Habían sobrevivido juntos muchos trances extremos: la intensidad de la construcción y defensa del gobierno del Presidente Allende; evitar ser capturados durante el golpe militar; vivir clandestinamente durante años intentando componer la resistencia antifascista; la desaparación de prácticamente toda su generación en manos del temido Comando Conjunto, y por sobre todo, la propia captura y desaparación por meses de papá hasta que mamá logró encontrarlo y presionar para que lo liberaran y nos dejaran salir vivos fuera de Chile.

Así llegamos a Budapest. Fuimos recibidos por la comunidad chilena con alegría y recelo. Eramos héroes y villanos a la vez. Que llegara alguien del "interior" era una gran cosa, y más aún si se trataba de alguien que pertenecía a la Comisión Política. Pero la desconfianza era inmensa, ¿cómo es que logró sobrevivir a la desaparición, a la tortura, a la prisión? ¿no será un colaborador? De este modo, el primer tiempo en Hungría si bien fue maravilloso para mis padres, pues estaban a salvo del horror pinochetista, también fue un espanto, toda vez que papá tuvo que demostrar con lujo de detalles el modo en que logró salir vivo del infierno. Para el Partido sólo existían dos opciones: papá era un traidor o era un héroe vivo como pocos. Finalmente optó por la segunda alternativa, y así, por defecto, la relación de papá con mi madre se consolidó como el modelo a seguir.

¿Pero qué ocurre cuando la mujer del héroe, por los motivos que sean, ya no quiere seguir siéndolo? Un héroe vivo claramente no puede recibir tal trato; los héroes son los que nos alientan, nos conducen como maestros al porvenir. Un héroe triste y solo, enojado y quebrado por una relación de pareja no es admisible, pues al Hombre Nuevo no le deben entrar balas, debe estar siempre a la altura de su papel de vanguardia, y su mujer, claro, de jugar el rol de la gloriosa retaguardia.

Por ello, a la menor noticia de que mamá sentía distancia hacia papá el Partido intervino. Altos dirigentes viajaron desde Moscú para conversar con la pareja junta y con cada uno por separado. Había que entrar en razón, ustedes no se pueden separar, inténtelo nuevamente.

Lo que pudo deberse a un gesto de buena voluntad del Partido fue vivido por mi madre como la gota que rebalsó el vaso. Así, la inicial duda de mamá de si seguir o no una relación que ya se había desgastado entre tanto viaje que realizaba papá organizando la solidaridad internacional con Chile, se convirtió primero en ira, y luego en convicción. Papá enamorado llegaba de sus viajes, entraba al departamento pero dormía en el living. Las discusiones era fuertes, hirientes. Con Erika nos pegábamos a la pared para escuchar los términos del conflicto, pero nunca pudimos sacar nada en claro. Sólo vimos angustia, dolor, rabia.

Cuando ya no había retorno a la relación, mamá abrió la puerta y con lágrimas en los ojos le pidió a papá que se fuera. Ésté la miró incrédulo y se quedó de pie, sin moverse, y sin decir nada. Mamá mantuvo la puerta abierta, por lo que me dí cuenta que ya no había nada que hacer. Mientras América lloraba afirmada de las piernas de mi padre, yo ubiqué un bolso y me puse a guardar su ropa, su música favorita, su cepillo de dientes y su colonia Tabac. Ya nadie decía nada, sólo se oían los gemidos entrecortados de América. Me puse el bolso al hombro, tomé la mano de papá y nos pusimos a caminar en silencio. Tras nuestro oímos cómo se cerraba la puerta.

El tribunal de menores demoraba en pronunciarse. Pasaban las semanas y la comunidad chilena tenía un excelente tema de conversación sobre el cuál debatir y tomar postura. Para nosotros con Erika la escena era asfixiante. Por ello la invitación de papá de acompañarlo a Moscú fue extraordinaria. ¡Estaría en uno de sus viajes, visitando Compañeros, viendo cómo se organizaba la lucha! Pero no, el viaje tenía un alcance mucho más profundo que ese.

Luego de varias horas de vuelo, papá se puso nervioso y me apuntó a que mirara por la ventana del avión hacia un paisaje completamente blanco de nieve. Se acercó a mí y me habló muy bajo al oído: "Esta es la tierra en que los trabajadores por primera vez en la historia hicieron su propia Revolución. Estoy feliz hijo de mostrarte el país de Lenin y Yuri Gagarin."

Miré a papá y lo aprecié distinto. Me tomó las manos y esas manos no eran las del adulto, del dirigente, del héroe que todos admiraban o estaban dispuestos a hacer lo imposible para manchar sus proezas. Su admiración por ese país en ese momento era sencilla, venía de muy lejos, probablemente de su infancia pobre, de cuando su abuelo zapatero le hablaba de todo lo que los proletarios en el mundo habían logrado organizándose. Mi papá miraba orgulloso ese tremendo pedazo de tierra blanca y se sentía emocionado de hacerme partícipe de ese rito iniciático cósmico. Claramente se trataba de algo que trascendía la lucha contra el tirano de turno, que trascendía el país de donde uno hubiere nacido. Me dí cuenta que para él se trataba de algo que trascendía a mamá, a América, a mí, a él.

Lo que él me mostró desde ese avión era la explicación de sus viajes, de su ausencia; me estaba entregando la clave y motor de su propio vuelo por la vida, un vuelo que fue corto, pero intensísimo: como Dédalo intentó atrapar el sol para dárselos a los demás, y en ese intento cayó derretido con toda su humanidad. Pero hizo el intento y eso es algo que respeto en él, porque lo hizo por convicción desinteresada, como un don, sin cálculo.

Yo no creo en héroes, sino en personas de carne y hueso, con sentimientos y convicciones y proyectos que laten, se quiebran, renacen, vuelven a caer para otra vez levantarse. Es lo que conocí con papá. A un ser humano. Y eso me basta, se lo agradezco y celebro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De Brazo en brazo vamos caminando pro Avda La Paz, miradas bajas la vida, mirada detrizteza la vida.

Si yo como el pueblo entero de nuestro pais, recordamos a tu padre y a Jose Manuel.
Estuve en el entierro de ellos dos
y esa frase que digo al principio es el comienzo de una laraa carta que le escribo a Owana Y a Maria Maluenda.
Como te digo querido hijo de Manuel
Estuve alli, ese fatidico dia del 29 de marzo de 1985. las lagrimas no cesaron de caer y las velas fueron encendiendo la calle como en antiguos tiempos.
Mi compañero Roberto Morales trabajo con tu padre y con Jose Manuel en la Vicaria y se quedo tan en llanto que era ver las mascara impotente de la injusticia y crueldad. Este año lo nombre en antes de comenzar la obra Cantata Santa Maria de Iquique que adapte a la danza-Teatro alli en La Pintana. El publico al escuchar su nombreaplaudio de pie.
Asi te acompañamos y asi te seguiremos acompañando no solo a ti, sino a todos los familiares de los detenidos desaparecidos o aparecidos de esa forma horrible en que aparecio tu padre.
Es verdad nunca estaran solos y trajeron la caida de Pinochet.
Vicky Larrain Coreografa