13 junio 2007

Aló, Presidente!


Aló, Presidente! No es cómodo lo que le tengo que decir. Pero lo he pensado hace mucho tiempo, y claramente no es fácil dirigirse a usted con este tipo de asuntos. Y no porque no esté vivo, pues usted nunca morirá, es decir, su entrega, valor, generosidad, consecuencia, capacidad, carisma. Tal vez uno de los pocos milagros de Chile, una excepción evolutiva, un salto cualitativo, un acontecimiento, en fin, en el leguaje que queramos ponerlo, usted Presidente no requiere que yo ni nadie tenga que justificar quién fue, qué logró, porqué perdurará en nuestra memoria siempre en presente.

Pero no es por eso que le he decidido hablar desde este espacio mágico del ejercicio de la escritura, que permite hacer convivir en un texto, y sobre todo desde la lectura e
interpretación siempre nueva, a vivos y muertos, pasado y presente. Le escribo o hablo, por algo que desde la transparencia que exige la actitud que creemos debemos tomar las personas que nos consideramos, o imaginamos, veraces, simplemente tengo que comunicar porque me preocupa e incluso acosa. Quizá compartiéndolo, discutiéndolo, pueda resolverse, tal vez sea un problema inventado, y no un problema real.

Como usted sabrá, o en realidad no tendría porqué hacerlo, fui concebido y nací como muchos al calor de las banderas que se agitaban en medio de las campañas para que usted saliera elegido Presidente. O, para formularlo en el modo en que mis padres lo vivieron, para que el pueblo tuviera un verdadero Presidente, para que el pueblo trabajador fuera por primera vez Gobierno. Por ello lo de compañero Presidente. Con muy pocos meses de edad estuve en los brazos de mi padre cuando por fin se produjo el milagro y el candidato del pueblo salió victorioso. Fue entonces que usted pronunció aquel maravilloso discurso en los balcones de la Fech. ¡Qué buen lugar escogió para saludar a quienes lo habían llevado al Ejecutivo! Gracias Presidente por ese guiño a la juventud, a lo nuevo, irreverente, creativo, desobendiente, que han de ser siempre los jóvenes comprometidos con la crítica, la transformación, la propuesta arriesgada, el porvenir en acto.

Hay tantas cosas que podría agradecerle Presidente. Los sueños hechos materia, la esperanza vuelta verdad efectiva, la alegría convertida en cotidiano, la justicia abriéndose paso, lo colectivo abierto al aporte individual de cada quien. Nací en 1970 por lo que era muy pequeño para retener nada más que emociones, colores, recuerdos transmitidos durante mi crecimiento. Se me viene a la cabeza una discusión que tuve ya en el exilio, en Hungría, a los ocho años con otro chico chileno que afirmaba que usted era militante socialista. Y yo logré convencerlo que no, que era comunista, porque para mi era incocebible que usted pudiera ser algo distinto a que mis padres, para mi lo máximo de bondad, amor y fuerza moral del mundo. Llegué a casa ese día agitado de la plaza de juegos por la polémica, y al comentarle a mamá la tontera que me había dicho aquel niño, me explicó que sí, usted fue militante socialista y además masón. Por segundos sentí que todo se me desordenaba en la cabeza, pero en realidad usted me dio, sin saberlo, una gran lección de tolerancia, de escuchar al otro porque la verdad se hace de a varios, y siempre hay alguna posibilidad distinta de enfoque, perspectiva, ángulo, punto de vista.

Y creo que de esta ahora convicción, de que siempre es posible ver las cosas de otra manera, emana esta preocupación que me lleva a hablarle. Y he elegido esta fecha absolutamente imprevista porque no deseo manchar nada, aunque no se trata de volverlo a usted un ser inmaculado. Pero no puedo suspender el juicio, abdicar mi intelecto por lo grande y ejemplar que fue usted. Lo doy firmado, junto a Lautaro, Francisco Bilbao, Recabarren, Clotario Blest y el cardenal Silva Henríquez, usted está entre mis grandes referentes político sociales de la Nación. Pocos como usted. Nadie como usted.

Pero -y este maltido "pero", la duda que mete su cola en nuestras cosas- no me abandona un cuestionamiento complicado. Lo diré sin darme más vueltas: considero que la medida extrema que usted tomó de quitarse la vida, suicidarse, ha tenido como efecto no deseado, entre otras muchísimas causas más naturalmente, un viraje melancólico de la izquierda chilena que es radicalmente distinta a la que usted le tocó vivir y ayudó a construir y llevar al Gobierno. Presidente, no estoy cuestionando la soberanía de decisión que le cabe como a cualquier ser humano de hacer consigo lo que considera debe hacer; tampoco relativizo la brutalidad fascista que lo llevó a tomar esta irreversible decisión; menos quiero achacarle la responsabilidad respecto a los tropezones de la izquierda chilena poniéndolo a usted como causa magna de todo lo sucedido después del 11 de septiembre. Usted, como tantos, es una víctima del golpismo de derecha, de clase, e imperialista, un virtual ejecutado político. No quiero minimizar nada, ni poner una sombra de duda respecto a lo que usted fue y representa. Espero lograr ser bien entendido en este sentido. Su heroísmo está fuera de todo margen cuestionamiento, Presidente.

Pero dentro de esta ficción que permite la escritura, me atrevo a comentar mi desazón de que ese acto de altísima consecuencia que usted llevó a cabo - posibilidad que usted ya había anunciado con anterioridad, en cuanto a que cumpliría el mandato del pueblo de gobernar, y que sino era a través de una decisión popular, como un plebiscito por ejemplo, los golpistas tendrían que sacarlo muerto de La Moneda-, ese hito extraordinario, Presidente, tiene la complejidad que no es imitable. Su muerte, Presidente, nos conmoverá por generaciones de generaciones, continuará alimentando nuestro reclamo por verdad y justicia contra la felonía pinochetista, de eso no tenga duda. Su sola moral empaña por la eternidad la vileza de los traidores y matones. Pero su decisión, de quitarse la vida, clausuró la posibilidad de replicar el gesto, de multiplicarse, contagiar, articular, sobreponerse al horror en medio del horror, dar una luz de esperanza donde no hay esperanza.

Es muy probable que sea muy injusta la inquietud que planteo. Sobre todo considerando que lo hago desde la comodidad de no estar en la situación en la que usted estuvo. Por ello esto es solo ficción, no un juicio político, tampoco personal. Quizá sea más bien un deseo frente a lo ya acontecido, por lo tanto sin sentido. Pero deseo sinceramente que no hubiese tomado esa decisión. Un guerrero de la justicia, el amor y la solidaridad, y del poder del pueblo como usted, me atrevo a decir que pudo haber controlado ese impulso, haber arrojado los dados de otra manera, haber generado una posibilidad distinta. Se lo digo con el mayor de los respetos, admiración y honestidad que puedo.

Tal vez todo esto que le he escrito sea solo una muestra más de mi egoísmo. No solo porque quisiera hubiese vivido mucho más, sino porque ahora soy yo el padre que le tiene que contar la historia a sus hijas que comienzan a preguntar. Y sepa que usted está, por lo que hizo durante toda su vida, dentro de los ejemplos de conducta que les enseño, para que se inspiren en usted, para que vean lo que un ser humano es capaz de lograr y construir en el curso de una vida. Pero no me da el corazón ni la razón para acompañarlo a usted en su suicidio. Eso no se los puedo enseñar. En eso espero que nunca, bajo las circunstancias que sean, lo sigan Presidente. Qué patudo y miserable soy, pero me atrevo a decir que nuestros padres nos trajeron a la vida para vivir y no para que seamos asesinados ni para que nos quitemos la vida. Luchar por la vida de todos quienes no niegan nuestra existencia, Presidente, incluyéndonos a nosotros mismos bajo toda circunstancia, ese es el móvil que creo debe conducir a una nueva izquierda.

Hasta siempre Presidente.

12 junio 2007

Henry Thoreau y su llamado a no obedecer


El español José Antonio Pérez escribe en un sitio dedicado a Henry Thoreau la lección que sacó al entrar en contacto con sus textos y testimonio de vida: "Sin necesidad de recurrir a grandes teorías salvadoras, si cada cual se decidiera a cuidar de la porción del entorno que le concierne más de cerca, sea ésta silvestre o civil, si cada uno cuidase su parte del jardín, el mundo en su conjunto sería un paraíso."

¡Cuánta razón tiene! No es necesaria una formación teórica específica para hacerse cargo de sí mismo, y éste "si mismo" ha de entenderse como uno con el entorno, cada "yo" junto a los "otros", otros que es también la propia naturaleza, el medioambiente.

En plena época en que las locomotoras trabajan frenéticamente para construir a Estados Unidos, desde un puritanismo que elogiaba el trabajo por el trabajo y la acumulación de riqueza como señal de salvación en la tierra, Henry Thoreau se niega a pagar sus impuestos porque no estaba dispuesto a financiar a un Estado que avalaba la esclavitud. Naturalmente -que triste el uso que le damos a la palabra "naturalmente"- fue encarcelado por... desobediencia civil. Y Thoreau aprendió la lección: no tienes porqué respetar leyes que no encuentres legítimas, pero tienes el deber moral de desobedecer cuando lo que mueve tu interés es la justicia que no siempre coincide con el Derecho.

Su primer empleó como profesor lo perdió luego de dos semanas por negarse a aplicar castigos físicos a sus estudiantes. Así Thoreau:

“Si un hombre pasea por el bosque por amor a ellos la mitad de cada día, corre el riesgo de que le consideren un holgazán; pero si se pasa todo el día especulando, cortando esos bosques y dejando la tierra desnuda antes de tiempo, se le aprecia como ciudadano laborioso y emprendedor. ¡Como si el único interés de una ciudad por sus bosques fuera talarlos!”.

“Haz que tu vida sea una contrafricción para detener la máquina”.

"Hazte experto en cosmografía propia”.

“Si he arrebatado injustamente una tabla a un náufrago, debo devolvérsela aunque yo mismo me ahogue”.

“El destino de un país no depende de cómo se vote en las elecciones, el peor hombre vale tanto como el mejor en este juego; no depende de la papeleta que introduzcas en las urnas de vez en cuando, sino del hombre que echas de tu cuarto a la calle cada mañana”.

“En nuestros días los hombres llevan una gorra de estúpido y la llaman una gorra de libertad”.

“He aprendido que el comercio maldice todas las cosas que toca; y aunque comerciéis con mensajes del cielo, la maldición de aquél acompañará el negocio... los caminos por los que se consigue dinero, casi sin excepción, nos empequeñecen”.

“No hay nada, ni tan siquiera el crimen, más opuesto a la poesía, a la filosofía, a la vida misma, que este incesante trabajar”.

“La ley nunca hizo a los hombres un punto más justos, y, gracias al respeto que se le tiene, hasta hombres bien dispuestos se convierten a diario en agentes de la injusticia”.

“Seamos libres, incluso respecto a la coerción originada por nuestras propias necesidades”.

“No vine a este mundo a hacer de él un lugar agradable, sino a vivir en él”.

“Durante más de cinco años me mantuve sólo con el trabajo de mis manos; y descubrí que podía atender a todos los gastos de mi subsistencia trabajando unas seis semanas al año”.

“Lo que la mayor parte de mis convecinos consideran bueno, en lo hondo de mi alma yo lo tengo por malo; y si de algo he de arrepentirme puede que sea de mi buen comportamiento”.

En definitiva, un libertario cuando aún no había movimiento anarquista, un ecosocialista cuando aún no surgían los mediambientalistas... simplemente, un hombre auténtico. Grande tío Henry, gracias por tu coraje, gracias por tus bellas y conmovedoras frases que nos sirven de brújula cotidiana para el ejercicio de vivir la vida libres. No hay nadie que tenga el poder de cohartar ese ejercicio.

A sugerencia de Lena agrego el ejemplo valiente de Rosa Parks, quien junto a Martin Luther King, Ghandi, Tostoi y muchos más se inspiró en Thoreau. Gracias Lena por el dato!