24 agosto 2007

A propósito de la entrevista a "El Fanta", mi padre denuncia al traidor


En su último número aparecido ayer, The Clinic publica una extensa entrevista a Miguel Estay Reyno, "El Fanta", realizada en la cárcel de Punta Peuco en la que él expone argumentos de porqué se convirtió en traidor, torturador y asesino de sus propios compañeros de militancia, entre ellos mi padre.

A raíz de que fui mencionado por él en la entrevista -de hecho aparece como titular de contraportada "El fanta quiere ver al hijo del hombre que degolló"-, la reportera amablemente me contactó y al pie del artículo aparecen en un recuadro mis respuestas a su inquietud de qué significa para mi el Fanta. Las palabras y pensamientos que pronuncié deben ser los más duros y difíciles que realizado en mi vida. Por su naturaleza compleja y dolorosa incluso he optado por no transcribirla este blog, a pesar de que no han parado de rondar en mi cabeza, y concuerdo con cada una de las palabras que ahí dije.

Sin embargo, como mi padre no está para dar su propia versión, he creído oportuno volver a transmitir su testimonio acerca del Fanta. Éste fue dado a conocer en 1976 por papá, y es probablemente lo le haría costar su vida años después en 1985, pues denuncia por primera vez la participación de "El Fanta", en los operativos de lo que se creía eran de la DINA, pero que hoy se sabe era el Comando Conjunto, que articulaba a agentes de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas en el período de instalación de la dictadura militar de derecha en Chile.

El Fanta había sido militante de las Juventudes Comunistas, encargado de seguridad de los dirigentes, y conocía muy de cerca no solo la estructura organizacional, sino la vida familiar de muchos de los hoy detenidos desaparecidos durante la acción del Comando Conjunto. Estuvo varias veces con mi familia, jugó conmigo cuando yo era pequeño, y en forma aún inexplicable hasta el día de hoy, pasó de delator a agente de los órganos represivos. Una cosa es no aguantar la tortura, pues se trata de una experiencia límite monstruosa, y otra cosa es convertirse a la escala de valores de los torturadores y participar, colaborar en la destrucción de los conocidos y la organización que antes era propia.

Mi padre fue uno de los pocos que salvó con vida en 1976 de la acción de tal Comando, situación que no fue perdonada por el Fanta, quien participaría directamente en su secuestro y asesinato en marzo de 1985, siendo la persona que decide que la técnica de muerte de mi padre, José Manuel Parada y Santiago Nattino, sería el degollamiento, entregando él personalmente el cuchillo con el cual se perpretuó el crimen. Hoy cumple cadena perpetua en la cárcel de Punta Peuco y está procesado por varios de delitos de lesa humanidad.

A pesar del tiempo transcurrido Miguel Estay Reyno no ha mostrado arrepentimiento alguno por lo obrado. Su principal argumento es que si no hacía lo que hizo sería un detenido desaparecido más, y no podría haber disfrutado de quienes quiere durante estos años. Que cambio un modelo ideológico por otro. Todas estas son simples racionalizaciones que no lo comprometen como persona. Hace falta la reflexión y asumir que vivir a costa de la muerte de otros no es vida; que con su actuación ha arrastrado a sus propios hijos a convertirse en hijos de un asesino; que él asumió libremente su paso de una ideología de lucha por la justicia social a uno de aniquilamiento, pues no es dable suponer que durante la tortura a la que él mismo fue sometido se practicara algún tipo de adoctrinamiento. El Fanta sigue calculando cual máquina, y mientras no se asome a su propia humanidad denigrada por sus propios actos, seguirá condenado a ser abomible, aunque haya sido víctima alguna vez.

Yo he pedido a los abogados poder ir a visitarlo a la cárcel, pues se trata de la persona que vió por última vez a los ojos a mi padre. A pesar de todo lo vivido, yo no creo en el gen del mal, creo en el ser humano. Por ello es que mi llamado es siempre a revisar cuáles son las condiciones de posibilidad sociales que permiten que gente normal termine asesinando a mansalva incluso a sus queridos. Una vez que establezcamos aquello, podremos tomar las medidas necesarias para que el nunca más sea verdadero y no solo una consigna. Por de pronto, la memoria activa es una forma de hacer presente lo que la condición humana es capaz de hacer en determinadas circunstancias y prevenir, de esta forma, que ello no se repita. No es solo que quien controla el pasado controla el futuro, sino que el recuerdo controla lo que en cada caso somos. Por ello te invito a conocer este relato de mi padre.

Un abrazo cariñoso, aunque un poco abatido por mis propios pensamientos,
Manuel.
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La mano del traidor

Un puñete en el estómago me hizo aullar de dolor y fue seguido por otro que me hizo crujir la mandíbula. Golpearon con furia y odio concentrado.

- No hueví pu' Manuel veí que yo te conozco - gritó alguien a mi lado.

En la tempestad de padecimientos la voz heló mi sangre y cosquilleó mis oídos. Me sobresalté y esperé tenso.

- Mejor que contí la firme Manuel, aquí ya tienen la película completa. Vos te llamai Manuel Guerrero Ceballos, teñí 27 años, estay casado con la Vero, tení un hijo que se llama Manuel y tiene cuatro años, tus padres y hermanos se llaman -dio los nombres de cada uno-, erí de una familia comunista, tus parientes han tenido estos cargos en la Jota y el Partido. Tú erí miembro de la Comisión Ejecutiva del Central, de la Jota, en la que participai de tal fecha, hai tenido tales cargos, hai viajado al extranjero. Después del 11 quedaste trabajando en la Dirección de la Jota, y hai ocupado estos cargos y hai estado viéndote con esta gente. Seguiste participando. Esto es para que te soltí de una vez y te podai salvar o te fuiste cortado no más. Lo siento Manuel, pero así es la cosa. Si no entendí te puedo dar otros datitos de tu familia, de la Jota y de tu pega. Yo te recomiendo que mejor hablí, porque aquí al final todos lo hacen. Hay un lote de viejos del Partido, por los cuales se colocaban las manos al fuego, pero que han cantado como locos, y con ellos se ha hecho un trato. Tú también podí hacer un pacto, contar algunas cosas, ayudai su poco y viví tranquilo después. Total esta cosa va pa' largo.

La tensión vivida se precipitó y, una vez más, escalofríos hacían vibrar el cuerpo y la respiración se apretaba. Mi angustia se producía porque esa voz me era familiar, la había escuchado en alguna parte, además que la gran cantidad de antecedentes y sobre todo la forma de decir las cosas resultaba cercana.

Sin dar tiempo a mis cavilaciones las preguntas sucedían sin parar:

- ¿A dónde podemos ubicar a tal y cual?
- ¿Qué pasó con este otro?
- ¿Y al exterior quién viajó en esta fecha?
-¿Cómo se financia la actividad?
-¿Dónde imprimen el periódico?
-¿Cómo se ligan las provincias y el Partido?
-¿Qué nombres de dirigentes y militantes podí dar?
-¿De otros partidos a quién conocí y sabí cómo ubicarlos?
-¿En qué casas se reúnen?
-¿Hacia los milicos qué pega hacen?

Seguía sobrecogido. Mi ansiedad era ubicar al dueño de la voz que dijo conocerme. Eso era muy importante, ya que dependía de quien fuera y si era efectivo que me conocía cómo me seguiría manejando y sobre todo eso podía demostrar hasta qué punto conocían la actividad y el funcionamiento de la Jota. Ya que una cosa era atacar desde fuera la organización y otra era hacerlo desde dentro, conociendo más ampliamente los métodos de trabajo y acción.

La posibilidad de la utilización de presos como delatores o traidores me golpeó brutalmente. En mí se rebelaba el sentimiento de pensar que un antiguo compañero pudiese ser un elemento servil de los que sometían a nuestro pueblo a la represión, al hambre y a la miseria. Quise separar la idea del traidor para suponer que era una maniobra más de los verdugos, y que, como otras, se desvanecerla. No sería la primera vez que se intentaba contraponer a militantes con militantes, pero esa voz me seguía siendo conocida, había hablado con cercanía nueva respecto a los otros interrogadores.

¿Quién podría ser, desde cuándo estaba allí, era obligado a decir eso o era un agente más, sería un síntoma de infiltración? ¿A lo mejor tenían a otros compañeros presos, nada raro que los mismos por los que preguntaban? ¿Y en ese caso qué hacer? ¿Qué posibilidades de accionar tenía? ¿Hasta qué punto tenía sentido negar todo cuando lo podrían conocer? Incluso podría morir en va­no.

- Ya Manuel, mejor colabora y así no te sacrificas inútilmente. Aquí se trabaja a gran escala, no somos novatos y si gastamos plata y tiempo en vos por algo será -, agregó el mismo individuo.
¿Dónde he escuchado esa voz? En alguna ocasión me fue cercana. ¿Pero será la misma? Intentaré mover el brazo, correrme la venda, así lo podré ver y aunque me peguen saldré de la duda. Si sé quién es sabré cuánto pueden conocer.

- No seai, porfiado no veí que te conocemos.

La voz retumbaba en mi conciencia. ¿Dónde la he oído, en qué lugar y circunstancia? ¿Será la proximidad de la muerte que me hace divariar, confundir sonidos y palabras?

El eco de la voz se prolongaba en los mil vericuetos de mi cerebro y sentidos.

- Te conozco.
- No hueví, veí que te conozco.
- Dí la firme, veí que te conozco.

En la búsqueda de la unión de la voz y las imágenes fantasmales, borrosas, que acudían, un espanto profundo se fue haciendo patente. Por vez primera la rea­lidad de la traición me estremecía, me aplastaba, hundiéndome, aún más, en la incertidumbre, en el miedo y el vacío. Sí, vacío. Un vacío de nada, de ausencia-presencia, de vértigo inmenso, de desarraigo de la tierra, ingravidez, oscuridad y silencio. Caminaba por un sendero sin fin, sin límites, desocupado de vida y sentido. Deambulaba solitario, viendo rostros sin facciones, cuerpos sin brazos, voces sin bocas.

La pregunta persistía: ¿Quién era el que machacaba mi carne, acrecentaba mis pesares, empujaba el carro del exterminio?

Una vez más la disputa entre mi cuerpo y la conciencia surgía. Debía ser capaz de serenarme, de reflexionar sobre quién era el bastardo, pero el dolor y la angustia lo copaban todo, no había lugar para pensar.

“Estoy jodido, nada va quedando, no hay en que afirmarse, estoy haciendo el loco aguantando cuando hay gente nuestra trabajando con ellos. Y si hablo san se acabó. Total estoy solo, nadie vigila mis pasos y por lo demás yo soy el que está sufriendo. Tengo que vivir, es estúpido morir.”
La sensación informe, profunda, hiriente fue consumiendo mis tejidos.

“¿Y si hablo qué pasa? ¿Quién me va a poder juzgar, cuando para sufrir esto, hay que estar aquí? Es fácil condenar a la distancia cuando como jueces se dice lo que es bueno y malo. Si este infeliz habló estoy puro hueviando. Pero si les digo lo que sé y después igual me matan. ¿Quién me asegura la vida? Quizás pudiera ganar algunos días. Vivir, vivir, esa es la suprema necesidad. Si hablo después, cuando me suelten, digo que ya lo sabían todo.”

-¿Qué estai pensando? Te dai cuenta que estai cagado, cuenta mejor y llegamos a un acuerdo.

- Ya Manuel, di con quién ibas a juntarte.

Un silencio pesado se interpuso entre ellos y yo.

- Habla concha de tu madre.

El golpe me dolió pero ya no tanto.

“¿Qué pasa que no siento tanto dolor, a lo mejor me estoy muriendo ya?

- ¡No voy a hablar!

- ¿Qué decí?

“Putas, pensé, lo dije en voz alta.”

- ¿Qué decí?, te pregunto. No respondí.

- Dile a este comunista de mierda lo que sabí de él.

La voz del traidor (la idea del traidor tomó cuerpo) empezaba a hacerse familiar. Tengo que conocerlo. Si ubico en qué tiempo lo oí antes, puedo saber más o menos quién puede ser. Antes, claro, es de antes, ahora no me he topado con nadie dueño de esa voz.

Con pomposidad y aspaviento el miserable sujeto reinició su letanía, rodeando cada afirmación de aspectos anecdóticos que indicaban el conocimiento cercano que tenía sobre mí. Cada hecho lo unía a amenazas, expresiones de desprecio y ofertas de colaboración.

- Esto tiene para largo, así que te vai a sacrificar inútilmente, la Jota y el Partido cagaron. Qué sacamos con jugar a los bandidos con esta gente que son especialistas en la cuestión, hasta pueden leerte el pensamiento si quieren. Eso de andar escondido y pasando apuros para qué, cuando hay huevones de arriba que se las arreglan lo más bien, viven como reyes mientras los esclavos trabajan para ellos, y cuando caen presos, los que se creen duros son los que más sueltan prenda. Mira, es cosa de pensar bien si ya tienen cagada a la Jota, más vale vivir. Piensa en tu señora y el cabro chico. ¿No te da pena no verlos más? La solución la tienes en tus manos, de ti depende que salgai de esta y la Vero también se salve. Sí, yo sé que cuesta hacerse a la idea, pero después de dar el paso se arregla la cosa. Vivir, eso es lo que importa, lo demás son huevadas. Estai pensando, nosotros sabemos que le estai dando vueltas al asunto, decídete y avísanos. Ahora.... mira, si no querí darte por las buenas, te vamos a despachar de una vez, y nadie va a saber de ti. Más encima, te podemos cagar con tus compañeros queridos, porque te vamos a requetecagar, hasta el recuerdo, entendí.

La andanada de antecedentes, amenazas y proposiciones, caían como fardos, uno tras otro, sin dejar tiempo para completar una idea cuando estaba frente a otro hecho. La confusión era total. No sabía ya qué pensar, por dónde salir, cómo reaccionar, qué responder o callar.

Las informaciones dadas por el traidor eran, en general, efectivas, correspondían a hechos reales. Temía el enfrentamiento con él, un careo. La mayor angustia era la duda que se metía en mi ser, había ahí un traidor, alguien que estuvo luchando o pensó igual que uno y que servía ahora otra causa. La traición no era una especulación, existía, se daba, era muy posible que fuésemos manejados como marionetas por traidores enquistados.

Esto que provocaba mi rechazo era atenuado por la urgencia de vivir. Se podía hablar y seguir viviendo. “Si digo lo que sé no es traición porque ellos ya lo saben”. El mundo se derrumbaba a mis pies, el andamiaje de credibilidad y confianza se trizaba, parecía estéril sufrir, padecer, cuando habían otros que entregaron todo lo que sabían. ¿Para qué seguir padeciendo, por qué tener que sufrir cuando a tanta gente le es indiferente nuestra lucha? ¿Cuántos hay que en nada se meten y viven sin sobresaltos? Es una irracionalidad esta lucha tan desigual. Nos cazan como conejos, estamos ajenos a nuestros hogares, vivimos como de prestado, entregamos los días y las noches, hemos dedicado más de la mitad de nuestras vidas a esto sin conocer vacaciones, sacrificando domingos, careciendo de reposo y todo para qué, para que en cualquier momento todo se vaya a la mierda. Somos enanos, queriendo alcanzar el cielo con las manos. Ilusos: eso somos.

Sentía una pena honda, dolores no de huesos y carne, sino de sentimientos, desazón, desengaño, frustración.

(Hablo y me salvo...Vivir, salvarse; qué más humano que vivir).

Las lágrimas emergieron. Lloraba, lloraba, por mí, por impotencia, por estar solo, abandonado, perdido, desorientado. El llanto brotó a mares, como un escape abierto a la angustia. Nada me importaba, sentía necesidad de llorar, lo hacía, profusa, copiosamente. La tensión, rabia, confusión, terror, miedo, dolor y todo eso junto y mucho más, se expresaba en lágrimas que bañaban mi cara, imparables. Me entregué al desahogo sin pensar qué pasaba y dónde estaba. Existía solo yo y mi pena. De tanto llorar me trapicaba, me ahogaba, tosía.

¿Qué hacer? ¿Qué hago? ¿Qué hacer? ¿Hablo y se acabó no más? ¿Y si no hablo, me mataran o no? ¿Por qué metí en esto?¿Para qué?¿En qué momento estuve?¿Por qué no me cabrié antes? ¡Debería haberme ido del país!

Parecía que estaba sólo, pues nadie hablaba, no se sentía ruido alguno. Era yo no más que estaba hundido, extraviado, quizás moribundo. (Mierda de vida, mierda de mí).

- ¡No te desesperí Manuel, cuenta con nosotros!

- Conversemos mejor, a ver, ayúdate un poquito y estai al otro lado. Mientras más te apurí mejor, así te verán los médicos.

El deseo de no despertar de ese largo letargo, de continuar sumido en las penumbras, de no escuchar ni saber de nada ni de nadie era muy fuerte.

(Quisiera abrir los ojos y estar en casa. Esto tiene que ser una pesadilla o estoy divariando. Vero, ayúdame, me siento mal, me hacen daño, no los dejes. Grita, grita: ¡Asesinos, se llevan a mi marido, auxilio! ¡Asesinos son de la DINA, asesinos!)

(Son de la DINA, asesinos, son de la DINA, asesinos, ¡eso son!)

Una vez más me sobrecogí, estaba agazapado dentro de mi, hay un tigre dentro de otro tigre, una caja dentro de otra caja, uno más uno dos, dos más dos cuatro…. Estoy agazapado dentro de mí. Ya espero, golpeen si quieren, ya espero. Pienso leseras, me estaré volviendo loco: Manuel Guerrero......presente ......diga señor. ..... llévenselo. ..... amárrenlo. .... .es peligroso, ......y si no se deja mátenlo......En la cabeza debían haberte pegado el balazo, así habría estallado la cabeza, plop: saltaron las pepas. ....y…C......A......G......A......S......T......E.

El silencio, nuevamente el silencio. Hay una luz en el horizonte, camino y camino, me detengo, respiro, con la mano derecha me seco la transpiración, agachado sigo caminando, de vez en cuando me paro y alzo la vista, la luz sigue donde mismo: que lejos está, y cuán cansado estoy, pero llegaré. Paso a paso avanzo por ese paisaje desolado sin que me cruce con cosa viva alguna, alzo la mirada, estoy a pocos pasos de la luz. Un poco más y ya estaré, miro de nuevo y no hay tal luz.

- Manuel, cuenta, háblanos de la Jota, de lo que haces tú.

- No sé, nada sé.

- ¿Cómo no vai a saber nada? Dinos algunos nombres de galla que conocí. Danos diez nombres para empezar, militantes si querí.

- No sé, ya dije que no sé.

Cual garfios dos manos me tomaron de los hombros cerca del cuello y me sacudieron brutalmente.

-¡Si no hablai, muérete de una vez concha de tu madre!

Me zarandeaban y golpeaban, profiriendo injurias, maldiciones.

Grité, aullé, lloré, ofendí:

- ¡Déjenme morir, asesinos!

Volví a sentir gritos, golpes, pero parecía que era otra persona, nada me dolía, me sentía bien, escuchaba, escuchaba, escuchaba, escuchaba.......

- No te vai a morir ahora, huevón. Aguanta, aguanta.

Me levantaban tirando de pies y brazos. A la distancia, una voz presurosa señaló:

- El General dice que lo llevemos.

Escuchaba y perdía la audición. Sentía frases truncas, palabras incompletas.

Corrían y prestos me transportaban en una sábana, frazada o chal.

-¡Apúrate, apúrate!
- Echa a andar el auto mientras....
- ¡Apúrate huevón!
- Abre atrás.
- Tú, agárralo del otro lado.
- ¡Ya está!
- Vamos, corre, vuela, tonto huevón, mira que el fiambre se puede echar a perder....
- Ja, ja, ja, ja....

Encajado en el espacio que hay entre el respaldo del asiento delantero y el asiento trasero, de lado, con las piernas encogidas me encontraba.

- Métele pata.
- Putas que vai lindo Manuel, parecí arrollado con esa frazada.
- Ja, ja, ja, ja....
- Ahora te vamos a bautizar, desde ahora te vai a llamar Pedro Gonzáles Rocha, lo de Rocha te lo ponemos, porque de vos no va a quedar ni rocha.

Nuevas risas acompañaron la amenaza.

El vehículo iba a gran velocidad, en las curvas chirriaban los neumáticos y mi cuerpo zangoloteaba como resultado de las maniobras.

Me sentía pésimo, perdía y recuperaba el conocimiento. En los intervalos de lucidez pensaba en la muerte que me atrapaba. Deseaba que fuera así.

La loca carrera del vehículo continuaba y los ocupantes bromeaban con la posibilidad de un choque, competían en adelantar vehículos, gritaban a los choferes de otros autos. Jugaban. Tras una vuelta muy pronunciada el vehículo ascendió por lo que a mi me parecía una explanada, y gritando ¡cuidado! se introdujo por lo que podría ser un camino. Frenó bruscamente y corriendo descendieron a abrir las puertas.

- i Una camilla, rápido! - gritaron.

Tomaron las puntas de la frazada y me sacaron del vehículo, al tiempo que alguien se me acercó al oído y dijo:

- Ya sabí como te llamai Pedro González Rocha y cerrado el pico. Si hablai con alguien, te liquidamos, eso no solo sucede en las películas, hay gente que muere atropellada, se cae de los edificios y también de los hospitales.

- Te vamos a sacar la venda.

Me estremecí: podía ver los rostros. Todo ese tiempo me intrigaba saber quiénes eran, cómo eran. Ahora podría verlos, registrar sus fisonomías, gritarles en su cara. La posibilidad de ver me dio esperanzas, recuperada un arma, con los ojos abiertos ya no estaba tan indefenso. Me regocijé.

De un tirón desprendieron la venda adhesiva de los ojos, uno de los cuales lo sentía destruido, pues había quedado medio abierto con la tela pegada encima.

Me golpeó la luz, haciéndome lagrimear. Veía nubladamente. Con ansiedad miré las caras de los verdugos. Eran rostros comunes, sonrientes, "normales", miraban con aparente simpatía inclinados sobre mí mostrando preocupación por mi salud. Sus caras denotaban juventud, tendrían mi edad o menos años. Me impactó esta observación, esperaba encontrar hombres con aspectos de enfermos, rostros crispados, desencajados de odio, frenéticos. Estos parecían saludables, de fisonomía bonachona, amigables, conocidos sin conocerlos. Su piel parecía bien cuidada, eran elegantes, rasgos finos. Eran pijes.

- En apariencia ustedes no son malos - les dije.

Se rieron y alzaron el cuerpo poniéndome en una camilla que rápidamente empujada, por no sé quién, entró en un largo pasillo. Los agentes de la DINA corrían a ambos lados. Introdujeron la camilla en una sala pequeña y manos expertas me atendieron: Eran médicos y enfermeras.

- El Director está al tanto y ha dado orden que lo atiendan -, señaló uno de los verdugos.

Nadie dijo nada y empezaron a examinarme para después clavarme inyecciones, ponerme plasma sanguíneo y suero.

Sentía debilidad total y en contra de mi voluntad los ojos se cerraron y nada supe.

Volví en mí, cuando tapado por una sábana, cual imagen de muerto, era trasladado de lugar. Me costó volver a captar la realidad, tenía dolores incisivos y un brazo estaba pinchado con algo. La sábana que me cubría el rostro se pegaba a la nariz y la boca. Temblaba, tenía frío, mucho frío. Las ruedas de la camilla producían un extraño ruido al deslizarse sobre el suelo. Eso, más el recuerdo de los médicos y enfermeras, me hizo pensar que estaba en una clínica u hospital. Debe ser una clínica de la DINA, supuse. El ambiente estaba impregnado del olor característico de los hospitales. La camilla entró en un ascensor y dijeron "tercer piso". Cada detalle lo interpretaba. ¿Me matarán aquí? ¿Serán otras las torturas que aquí aplican?

Si fuera un hospital corriente a lo mejor puedo armar un escándalo, mandar a decir dónde me tienen, pedir ayuda. También puede ser que me lleven donde otros presos. ¿Qué lugar será? No puede ser Dignidad, porque esto creo es Santiago.

Me sofocaba debajo de esa sábana y también para intentar averiguar el lugar donde estaba, con la boca empecé a tirarla.

- Despertaste huevón, quédate quieto -, me ordenaron.

Descendieron y me destaparon en una pieza pequeña que tenía una ventana. Había seis sujetos, varios de los vistos antes. Un médico y un enfermero me trasladaron a la cama que tenía sobre la cabecera una luz potente. Estaba prendida, pues ya estaba oscuro y asemejaba un típico cuarto de interrogatorio de la Gestapo.

- Ahora vai a descansar, mañana hablaremos. Aquí van a quedar dos muchachos contigo, para que no te sientas solo. Y recuerda la advertencia, si tratas de comunicarte con alguien te vai cortado. ¿Entendiste Pelluco?

Todos se habían puesto alrededor de la cama por lo que asemejé la escena a una que habla visto en la película "El Padrino".

El que hacía de jefe era un hombre joven que vestía chaqueta de gamuza, de piel blanca, pelo negro liso, peinado al lado, de aspecto atlético, con una pequeña cicatriz en la pera. Tenía modales delicados. Lo que delataba su función, eran sus ojos, que buscaban estar mansos pero estaban rabiosos, trasnochados, diabólicos.

Junto a él, estaban otros dos, que en conjunto componían el trío de interrogación. El segundo era más bien bajo, de unos 25 años, de piel sonrosada, crespo, ligera panza. Parecía sacado de un cuadro de Rubens. El tercero imitaba a Himmler en sus gestos, lentes medio oscuros, impermeable tipo James Bond y guantes negros finos que se sacaba y se ponía a cada instante. Su tema preferido, como después lo ratificaría, era la obscenidad, la pornografía y la amenaza exquisita. Además de ellos, había los tontón macout, los encargados de la agresión física y la vigilancia, tipos de aspecto lumpeniento, trituradores de hueso, machacadores de carne.
Uno a uno, obedeciendo a su amo, estiraron la mano para despedirse de mi, tomándome la mano izquierda. Sentí repulsión y nuevos deseos de abalanzarme sobre ellos, gritar, golpear, escupir, pero no estaba en condiciones de levantar ni un brazo.

Manuel Guerrero Ceballos, 1976.

23 agosto 2007

Lanzamiento de "Muchachos casi silvestres"


Después de siete años de trabajo, finalmente se hace hoy 23 de agosto de 2007 el lanzamiento - a las 19:00 en la Casa Central de la Universidad de Chile- del libro de nuestro compañero del Movimiento Nueva Izquierda, el Dr. en Historia Fabio Moraga Valle, "Muchachos Casi Silvestres", que relata la historia de la FECH entre los años 1906 y 1936 (Ediciones de la Universidad de Chile 2007). Se trata de un trabajo monumental, que solo medido en páginas sobrepasa las 700, con 1287 citas bibliográficas, lo que muestra la cantidad de energía y compromiso puesto en él.

En este libro Fabio señala que no solo presenta la vida de una institución la organización estudiantil de la cual, por ejemplo, han emergido casi todos los Presidentes de la República-, sino también de varias generaciones estudiantiles que, desde distintas vertientes, se expresaron política, cultural e ideológicamente. En segundo lugar, Fabio da una mirada a través de la evolución histórica de esas organizaciones, a la historia de un país y una sociedad en un prolongado proceso de cambios.

Este estudio abraca más de tres décadas de historia organizativa de los estudiantes chilenos: el período desde que se organizaron los primeros centros de estudiantes en la Facultad de Medicina y la formación de una federación de esos centros, pasando por la etapa en que era una organización que representaba a los estudiantes de todo el país, durante la cual se transformó en uno de los principales protagonistas del debate político de la nación. Culmina el estudio en el período en que se refunda la FECH como una organización que solo representaba a los estudiantes de la universidad del Estado, mientras surgían otras en tres nuevas universidades del país. El último capítulo trata sobre la transición de los grupos universitarios hacia la conformación de las juventudes políticas, la inserción en los partidos del nuevo sistema y la violencia callejera que acompañó este proceso.

Desde ya felicitaciones públicas Fabio por tu trabajo, el que sin duda no solo es un aporte para la historiografía nacional, sino para el cultivo de la memoria colectiva de los movimientos sociales y políticos que nos preceden, sus luchas, esfuerzos, experiencias. Ojalá podamos imbuirnos de lo que has podido hacer aparecer en este trabajo verdaderamente monumental para proyectarnos desde él, ahora, en nuestras propias luchas sociales y políticas.

Fabio ha dedicado su libro a familiares y amigos, y especialmente a Jecar Neghme, uno de los grandes dirigentes y vocero del MIR, un hombre de izquierda pluralista y demócrata intrínseco, asesinado por la dictadura el 4 de septiembre de 1989.

El libro "Muchachos casi silvestres. La Federación de Estudiantes y El Movimiento Estudiantil Chileno, 1906-1936", será presentado por el sociólogo Manuel Antonio Garretón y la historiadora, María Eugenia Horvitz, en una ceremonia que se realizará a las 19:00 hrs. en el Salón de Honor de la Casa Central de la Universidad de Chile, ubicado en Av. Libertador Bernardo O'Higgins 1058.

21 agosto 2007

Amores clandestinos

Marce dejó escrito en un comentario que la dictadura dio también para las más bellas historias de amor. Cuánta razón tiene. Alguna vez habrá que abrir el recuerdo a aquellos romances intensos que se vivían al filo del peligro, cuando el beso, el abrazo, las caricias eran descubrimento a la vez que despedidas y luego reencuentros finitos, absolutamente conscientes de que podían ser la última vez, y por ello sabía todo a intantes eternos. Cada encuentro era como quemarse en un fuego que nosotros mismos ayudábamos a encender más y más. No solo buscábamos consumar la libertad en una conquista de cambio social, dentro de los límites impuestos, la practicábamos excediéndolos, subvirtiéndolo todo desde nuestros propios cuerpos.

Curiosa la experiencia del límite, qué perturbadora la sentencia inicial de «La República del silencio» de Jean Paul Sartre: «Nunca fuimos tan libres como bajo la Ocupación». ¿Cómo es que el sentimiento, la práctica del ejercicio de libertad la vivimos a tal punto como nunca después sino en la lucha contra una feroz dictadura?

Y pongo el énfasis en lo de "lucha", pues fue desde aquella vida al borde de la muerte, en la exposición máxima al peligro para reconquistar la libertad propia y ajena que tal sentimiento es recordado como una experiencia única e irrepetible.

Recuerdo los "acuartalamientos" que realizábamos los estudiantes secundarios antes de un día de Paro Nacional. Rendidos por la preparación de propanganda, de revisar una y otra vez la dinámica con que nos tomaríamos un liceo, repasando las tareas de cada cual, luego de aquello nos dispersábamos en alguna pieza desocupada, y en la oscuridad cada uno se encontraba cuerpo a cuerpo con quien ya había intercambiado amables miradas, sonrisas entre tanta seriedad. Y comenzaba la exploración centrímetro a milímetro, la respiración agitada pero calma para no molestar a quienes sí dormían, y el calor de piel a piel nos incendiaba con una urgencia no vivida desde entonces. Besos, mordiscos violantemente dulces, como la Nicaragua a la que cantaba en sus escritos Cortázar. Y todo se confundía, la Historia, las biografías personales, el sentimiento de deber, las ansias de justicia, sin más límite que lo que cada uno estaba dispuesto a entregar.

Después de una de aquellas noches, y del día siguiente que le sobrevino de marchas, a la asamblea pública en que participaba representando a mi Centro de Alumnos, llegó mi amigo el Camello, en cuyo departamente habíamos estado, y donde tuve mi contacto furtivo y secreto con la niña de mis ojos de entonces. Era mi turno de intervención, y estaba hablando en una sala de lo que había sido la biblioteca del Pedagógico, cuando entre los estudiantes ahí reunidos emerge en lo alto el rostro del Camello con una risa que cruzaba toda su cara. ¿Qué le pasará al Camello? Terminó la reunión y me acerqué a él, quien en ese momento ya reía casi a carcajadas. Oye huevón, me dijo, mi mamá econtró este sostén que no es de ella en la mañana en su pieza. Toma, pásaselo a la Chica y cuídense más los huevoncitos que andan dejando huellas por todos lados!

19 agosto 2007

Benedetti y mis ochentas

Joe Rocker, un amigote virtual zappiano, amaneció hoy recomendando la lectura del libro La Tregua, de Mario Benedetti.
Y un torrente de recuerdos afloraron al oir el nombre de ese gran escritor uruguayo y además gran tipo.

Mi primer contacto con él debe ser el de muchos chilenos marcados por el contexto de lucha contra la dictadura de Pinochet en los ochenta: sus antologías poéticas "Inventario uno" e "Inventario dos". De hecho varios de sus poemas se volvieron
prácticamente himnos colectivos de la resistencia y rebeldía política, los que fueron musicalizados por diversos grupos desde la Nueva Trova, Nueva Canción Chilena, y también Rock Argentino más político.

Particularmente recuerdo un concierto en el Teatro Caupolicán de
Santiago en 1983 -año en que más protestas y paralizaciones populares
de extensión nacional hubo en Chile, prácticamente una mensual-, donde
cantó Juan Carlos Baglietto con una mezcla de músicos argentinos y
chilenos. También solía venir Sandra Mihainovich, León Gieco, Victor
Heredia. Todos ellos termiban sus conciertos cantando un poema de
Benedetti:
¿POR QUÉ CANTAMOS?

Si cada hora viene con su muerte
si el tiempo es una cueva de ladrones
los aires ya no son los buenos aires
la vida es nada más que un blanco móvil

usted preguntará por qué cantamos

si nuestros bravos quedan sin abrazo
la patria se nos muere de tristeza
y el corazón del hombre se hace añicos
antes aún que explote la vergüenza

usted preguntará por qué cantamos

si estamos lejos como un horizonte
si allá quedaron árboles y cielo
si cada noche es siempre alguna ausencia
y cada despertar un desencuentro

usted preguntará por qué cantamos

cantamos porque el río está sonando
y cuando suena el río / suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino

cantamos por el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo
cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos

cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca
cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota

cantamos porque el sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta

cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.

Eran verdaderas experiencias de catarsis sociales, luego de las cuales
nosotros los más jóvenes de entonces -yo tendría unos 13 años-
salíamos de los conciertos directo a la calle a rayar las paredes,
detener el tránsito, marchar un par de cuadras, mientras la mayoría nos acompañana con sus bocinas, los vecinos con sus "cacerolazos" metiendo bulla desde sus
balcones o patios de sus casas, recibiendo a nuestros heridos, y de
pronto todo el barrio quedaba a oscuras porque alguno para asegurar la huida o demostrar que "cuando suena el río es porque
suena el río" había lanzado una cadena al tendido eléctrico, provocando
otro apagón más en la ciudad. Y ahí, a tientas, la lucha se ponía más
cruda, porque se oían los balazos de la "repre", y el cielo se
encendía por segundos por las "molotov" que arrojaban los pobladores
(los pobres urbanos), los verdaderos luchadores por la libertad.

Al día siguiente, y hubo muchos días siguientes, nos enterábamos que
había "caído" algún compañero. La mayoría solíamos ser detenidos y
luego dejados en libertad, pues eramos demasiados y las comisarías no
nos podían contener. Pero supiste que cayó el Rodrigo, que los milicos
prendieron viva a la Carmen Gloria, que murió baleado Ronald Wood y el padre André Jarlan? Y vuelta a organizarse rápidamente, convocar a una
romería multitudinaria o casi íntima, no importando el "toque de
queda" (prohibición de salir a las calles a partir de determinada
hora), apoyar con dinero a las familias para que pudieran comprar un
cajón y un lugar para velar al muerto (casi siempre jóvenes), otro
ubicando un local, algún sindicato no clausurado, alguna iglesia si
los curas lo permitían. Y la gente, de rostros pobres en su mayoría,
comenzaba a llegar en masa a despedir al caído, a prometer que no
sería en vano, a acompañarse entre desconocidos para asegurar que no
muriera la esperanza, que el dolor sería acompañado de esperanza y más
organización y más unidad.

Entonces alguien leía en el entierro -como mi querida amiga Francesca, que la apodamos "la ventanita"- otro poema de Benedetti:
PIEDRITAS EN LA VENTANA

De vez en cuando la alegría
tira piedritas contra mi ventana
quiere avisarme que esta ahí esperando
pero me siento calmo
casi diría ecuánime
voy a guardar la angustia en un escondite
y luego a tenderme la cara al techo
que es una posición gallarda y cómoda
para filtrar noticias y creerlas
quien sabe donde quedan mis próximas huellas
ni cuando mi historia va a ser computada
quien sabe que consejos voy a inventar aun
y que atajo hallare para no seguirlos
esta bien no jugare al desahucio
no tatuare el recuerdo con olvidos
mucho queda por decir y callar
y también quedan uvas para llenar la boca
esta bien me doy por persuadido
que la alegría no tire mas piedras
abriré la ventana.

Mi "base" del Colegio Latino en esos años se llamaba "Mario Benedetti".

Y cuando me tocó a mí que quien había "caído" resultó ser mi padre,
junto a un gran amigo de él, en el teatro una compañía estaba
interpretando la obra "Primavera con una esquina rota" de Mario
Benedetti. En ella actuaba uno de los grandes exponentes del teatro
chileno, don Roberto Parada, padre de José Manuel, junto a quien
secuestraron y asesinaron a mi padre. Le dieron la noticia en plena
función. Él la tomó con una calma y paciencia que debe provenir de
siglos de persistencia de quienes pelean por algún ideal, un aplomo de
glaciar, y continuó actuando como diciendo: "Acaban de
encontrar el cuerpo degollado de mi hijo en la vía pública, asesinado
por la dictadura. Pero la obra debe continuar, como debe continuar lo
que cada uno ha emprendido para que esto no siga igual".

Duros tiempos aquellos que por fortuna ya pasaron. Pero tal dureza
siempre fue llenada de contenido y de mucha ternura por los Benedetti,
Silvio Rodríguez, Baglietto, que los más jóvenes combinábamos con
Weather Report, Pat Metheny, Return to Forever, King Krimson, Pink
Floyd, Emerson Lake & Palmer, Hendrix y la Joplin, Henry Miller,
Cortázar, Bob Marley & The Wailers, Soda Stereo y los Twist y Enanitos
Verdes, los eternos Los Jaivas, Jethro Tull, Scarlatti, Fernando Sor y
Gaspar Sanz, The police y el primer disco de Sting, mucho Fassbinder y
Woody Allen. Y Zappa, altas dosis de Frank Zappa.

Un gran escritor y un gran tipo Benedetti.

Viva Uruguay!