21 junio 2010

(Deseos) Moverse -estando quieto- con Keith Jarrett

Una de las cosas más placenteras que encuentro es poner un disco, vinilo si es posible en un tornamesa "de veldá", coger la carátula para estudiarla sin sentido durante todo lo que dura la grabación, y gastarse oyendo música. No edificarse, proyectarse, emprender, y menos calcular, sino lisa y llanamente "gastarse", arriesgar la piel y el alma por el roce a lo que el músico nos abre como experiencia irrepetible, y dejarse ir, dejar de ser, o ser de otra manera durante ese momento largo que nos surca desde el vinilo.

Esta experiencia de "gastarse" oyendo música -experiencia que también ocurre al ver un cuadro directamente, es decir, en contacto con su materialidad: trazos, pintura, olor... - me ocurre sin resistencia posible -¿aunque resistencia para qué en este caso?- con el Concierto de Köln de Keith Jarret. No sé si será su ostinato en los bajos, esa insistencia que crece en dinámica, mientras improvisa en lo alto, haciendo fluir un torrente amoroso, que en el caso de Jarret sí va acompañado de quejidos, de trabajo corporal, de golpes a los pedales, de tirar el piso o la silla lejos, porque la música lo pide.

Este movimiento del concierto de Jarrett me transporta estando parado en el mismo lugar, esté donde esté. Foucault o Deleuze decían que la experiencia de la droga es "viajar sin moverse del lugar"... ¿No habrán oído este concierto?

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