27 julio 2011

¿Qué es para ti politizarse hoy?

por José Enrique Ema López


Algunas nociones de política consideran a ésta como la organización de la vida en común, lo que hoy se traduce finalmente en la administración o gestión de lo que ya hay. Así “lo que ya hay” se convierte en el único horizonte de lo posible y la política, reducida a su mera gestión, desaparece (no habría decisiones políticas que tomar, sino soluciones técnicas que aplicar) y se convierte en un dispositivo más para apuntalar la situación. Hay otra lectura de la política más necesaria para los tiempos que corren, la que considera a ésta como ruptura, sustracción o interrupción de la situación. En este sentido, politizarse supondría abrir la posibilidad de hacer subjetiva una ruptura con la situación. Es decir, de poner al alcance de la mano esta posibilidad, de sentirse concernido por ella. Por eso se puede decir que no hay politizar que no sea politizar-se.

Y aquí entiendo por subjetivo aquello que de manera singular se hace cuerpo (individual y colectivo) como condición y resultado de una “toma de postura” para la que no existen garantías y, así, sostiene la configuración de un mundo compartido. De este modo podemos pensar la politización como un proceso de subjetivación mediante el cual se produce una incorporación a un cuerpo capaz de sostener una/otra configuración de un mundo.

No me refiero a un gesto únicamente individual, como si lo político sólo fuera personal; ni a una demanda meramente particular, como si sólo pudiésemos aspirar a obtener el reconocimiento de nuestra particularidad más específica para tener un lugar en la situación dominante (gracias, por ejemplo, a alguna concesión del Estado). Por muy singular, parcial y concreta que pueda ser una práctica política podemos hacer de ella un ejemplo de una ruptura radical con la situación general.


¿Qué no sería politizarse?

De manera más o menos explícita a veces manejamos algunos sentidos de politización sobre los que me parece oportuno tomar distancia. Politizarse no puede reducirse a incorporar un saber sobre la situación, por muy crítico que éste se reclame. Como si estar despolitizado supusiera no saber algo que está ahí esperando a que lo aprendamos y la politización fuera el resultado de la adquisición de eso que no sabemos. Tampoco puede reducirse a poner en común los malestares que se viven de manera individual, o, por el contrario, a dejar de lado las preocupaciones individuales para poner en el centro las de los otros. Como si estar despolitizado significara simplemente estar mal en soledad o estar solo y autocentrado y la politización se contagiara con la compañía y el altruismo abnegado. Tampoco puede reducirse a participar activamente en una campaña, un proyecto o una acción política, como si despolitización significara no hacer nada y politizarse hacer mucho.

No creo que la politización venga de la mano de la adquisición de un saber, la mera participación en espacios colectivos o de la sucesión de actividades. Aunque no haya politización sin inquietud por pensar lo que (nos) pasa; por ser/estar con otros; y por sacar consecuencias en la práctica, politizarse supone mantener siempre abierta la posibilidad de una interrogación y la imposibilidad de una clausura de los posibles. Es decir, de caminar advertidos de la deriva potencialmente despolitizadora bajo un saber total, una identidad que expresar, una idealización ingenua de lo otro, o un activismo sin respiro. 

Y es que, a veces, con los saberes prestados que nos enseñan como son “realmente” las cosas se cierra la posibilidad de pensar políticamente mediante la invención de preguntas. Con las identificaciones obligadas con el colectivo propio o con la otredad más “pura” del otro se cierra la posibilidad de confrontarse con la otredad radical de la diferencia irreconciliable que habita también en lo más íntimo, resonando a veces como soledad o desafección, y que es condición de la construcción de lo común-colectivo. Y con el activismo frenético se cierra la posibilidad de abrir un tiempo para dudar y para construir un modo de vida política sostenible y (algo más) durable en el tiempo. Por todo ello podemos decir que en la politización habita el no saber, la desidentificación y la apertura a la pregunta por qué (no) hacer.

Entonces, si cierre o clausura son opuestos a politización, politizarse implica abrir un ámbito de riesgo, que incluso se vuelve contra uno/a mismo/a y contra el propio piso que se pisa, contra aquello que sostiene lo que hemos llegado a ser. Lejos de significar resignación, impotencia o desistimiento, mantener esta apertura y este riesgo convierte la politización, no en el despliegue de una fórmula o una regla, sino en una apuesta, en la misma condición de nuestra potencia política.


¿Hoy?

Sí, porque precisamente se trata de salir de la impotencia. De no agotar el pensamiento encerrándolo en las prisiones de lo dado como posible. En este sentido, politizarse supondría atravesar la impotencia del pensamiento para abrir la (im)posibilidad de pensarpolíticamente, de pensar en términos de ruptura con la situación.

No podemos reducir este pensar políticamente a un tipo de racionalidad estratégica aplicada, por ejemplo, al diseño de un proyecto, una campaña o una acción; ni analítica, empleada para elaborar un preciso diagnóstico crítico de la situación del que podríamos deducir una línea adecuada de actuación; ni utópica-imaginaria, en el sentido de hacer visible un horizonte ideal al que aspirar.

Pensar políticamente no significa desplegar con más o menos acierto una regla técnica o instrumental, por más que algunas consecuencias de nuestras decisiones políticas puedan ser “aplicadas”, “planificadas” y “gestionadas” (por emplear algunos términos de la ingeniería social tan en boga en algunos discursos en la actualidad). Tampoco podemos poner como piedra de toque de los actuales impasses de lo político la incapacidad de concretar un horizonte utópico emancipatorio que nos haga tangible hacia donde dirigirnos; como si la mera descripción del futuro pudiera por sí misma activar la política del presente. Entonces ¿cómo podríamos pensar políticamente hoy?

En realidadpensar políticamente apunta precisamente a la subjetivación, concreta y singular en cada contexto, de algunas ideas/verdades políticas irrenunciables que no se deducen de ningún saber o identidad y que podemos construir, afirmar y sostener encomún en el tiempo presente. Y aquí ya no resulta útil la distinción entre teoría y práctica.

Así, frente al anhelo imaginario de un horizonte ideal por llegar, proponemos el cuerpo subjetivado con una/s idea/s que funciona/n como principio o axioma en el que ya estamos (no hay que esperar). Podríamos pensar algunos ejemplos a partir de la noción de igualdad de Jacques Rancière. Para él la igualdad no se alcanza, sino que es un punto de partida que se declara y se sostiene y del que se derivan diferentes consecuencias políticas por inventar en la práctica .

La cuestión pasaría entonces por ser capaces de concretar algunos pocos puntos en los que podamos aterrizar esas ideas básicas y formularlos de modo que podamos encontrar en ellos la elección clara y distinta de una afirmación o una negación que actualice nuestro compromiso con su defensa. A modo de ejemplo, pensemos en nuestro contexto en donde las instituciones organizan la persecución y la exclusión de personas a quienes se les niegan los papeles de residencia. Aquí podríamos pensar en un modo de hacer subjetivo el axioma igualitario delimitando un punto que afirmar o negar sin medias tintas: “cualquier persona sea cual sea su situación legal no puede ver vulnerados los derechos que se consideran básicos en el lugar donde vive”. Y a partir de este punto pensar juntos las consecuencias concretas (batallas, alianzas, acciones, inacciones, sabotajes, preguntas, esperas,... o lo que sea), que podamos armar para actualizar en ellas la idea de igualdad.

En resumen, politizarse hoy consistiría en abrir la posibilidad de hacer subjetiva unaruptura con la situación en el presente. Supone pensar políticamente, es decir, manteniendo un ámbito de riesgo, apostar por la incorporación de una idea-axioma (que no se deduce, sino que se declara) que funcione como verdad para ese cuerpo subjetivado en relación a su existencia vital singular y al mundo del que ella participa. Esta incorporación subjetiva puede llevarse a cabo proponiendo algunos puntos en la situación en los que podemos decidir una elección radical, afirmativa o negativa.

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