18 abril 2012

La otra revolución en Cuba: la agroecología

La revolución agroecológica cubana, fenómeno estudiado y comentado ampliamente por Peter Rosset, tiene sus orígenes en el colapso de la Unión Soviética (1989-1991). Al comenzar la década de 1990, la isla tenía más de diez millones y medio de habitantes, residiendo el 72.8% en zonas urbanas. El colapso del mundo socialista significó a Cuba perder el 85% de su comercio (la Unión Soviética representaba el 70%). No sólo se vio afectado su modelo agrícola, sino el consumo de la población. La modernización de la agricultura cubana comenzó en la década de 1950, teniendo los monocultivos de exportación más importancia que la producción de alimentos; los métodos de producción dependían de los insumos y materias primas importados: a finales de la década de 1980, Cuba importaba el 48% de los fertilizantes y el 82% de los plaguicidas, además, muchos de los componentes de los productos agrícolas no eran fabricados en la isla, lo que intensificaba su dependencia.

Los acuerdos comerciales favorables con el bloque socialista garantizaban los beneficios de sus exportaciones agrícolas (principalmente azúcar); los ingresos obtenidos por este concepto se utilizaban para comprar agroquímicos, combustible para la maquinaria agrícola y alimentos para la población, todo a precios bajos. Hasta mediados de la década de 1980, las fluctuaciones de los precios internacionales no representaron mayores problemas para Cuba, pero después de 1990 su modelo agrícola se convirtió en una enorme debilidad. El colapso comercial hizo inoperantes a las grandes extensiones de monocultivo (aproximadamente el 80% eran fincas del Estado), las cuales presentaban dos problemas: 1) eran extremadamente vulnerables al ataque de plagas; 2) desperdiciaban muchos recursos (por la separación de la agricultura y la ganadería) .

Las importaciones de agroquímicos (fertilizantes, plaguicidas) se redujeron en un 80%, mientras que las de insumos de petróleo destinados a la agricultura se redujeron a la mitad. Lo más grave de esta situación fue la amenaza de sufrir una hambruna generalizada . Ante la crisis existente, el gobierno cubano se vio obligado a diseñar otro modelo agrícola.

Los grandes desafíos consistieron en sustituir los insumos y restablecer las tierras dañadas por el uso intensivo de maquinaria y agroquímicos. La sustitución de insumos significó reemplazar los productos químicos por biológicos o de elaboración local, enemigos naturales, variedades resistentes, rotación de cultivos, antagonistas microbianos, cultivos de cobertura y la integración de animales de pastoreo para restaurar la fertilidad del suelo; los fertilizantes químicos se sustituyeron con fertilizantes biológicos (productos microbiales) y orgánicos, lombrices, abonos verdes, roca fosfórica, zeolita, estiércoles y otros mejoradores del suelo. Los bueyes y otros animales de tracción reemplazaron a los tractores, inmovilizados por la falta de combustible, llantas y repuestos. Para restaurar la estructura y fertilidad del suelo se empleó la labranza de conservación, la nivelación del suelo, los cultivos de cobertura y la incorporación de biomasa y suelos preinoculados con microorganismos benéficos antes de la siembra.

El éxito de las nuevas medidas de producción orgánica en las granjas pequeñas y el fracaso de las grandes fincas llevó al gobierno (septiembre 1993) a reorganizar radicalmente la producción, creando unidades cooperativas privadas de pequeña escala: además de rescatar técnicas productivas tradicionales (no dependientes de insumos industriales y de petróleo), se favoreció la asociación e iniciativa de pequeños productores, tanto en las zonas rurales como en las urbanas . En efecto, esta revolución agrícola no sólo modificó las tierras otrora ocupadas por la industria cañera (símbolo de la revolución cubana) y los ranchos ganaderos, sino los jardines de las unidades habitacionales y los terrenos sin urbanizar de las ciudades y su periferia: sólo en La Habana al finalizar la década de 1990 había más de 25 mil huertas destinadas al autoconsumo .

Para Rosset y Martin Bourque, la experiencia cubana demuestra que se puede alimentar bien a la población de un país con granjas de pequeña o mediana escala basadas en tecnologías ecológicas apropiadas y que se puede ser más autosuficiente en la producción de alimentos, de hecho identifican en este modelo los elementos que permiten definir un paradigma agrícola alternativo:

  • Tecnología agroecológica en vez de agroquímicos: Cuba ha utilizado la rotación de cultivos, la producción local de biopesticidas, composta y otras alternativas a los pesticidas y fertilizantes sintéticos.
  • Libertad de precios para los agricultores: los agricultores cubanos aumentaron la producción en respuesta al mayor precio de las cosechas. En cualquier parte, cuando los precios se mantienen bajos de manera artificial, como ocurre a menudo, los agricultores carecen de incentivos para producir. Cuando tienen un incentivo, producen, sin importar las condiciones bajo las cuales debe realizarse la producción.
  • Redistribución de la tierra: los pequeños agricultores y jardineros cubanos han sido los más productivos durante la escasez de insumos. Más aún, las propiedades más pequeñas en todo el mundo producen mucho más por unidad de superficie que las granjas grandes. La redistribución de la tierra en Cuba fue relativamente fácil porque la mayor parte de la reforma agraria ya había ocurrido, en el sentido de que no había latifundistas que se opusieran al cambio.
  • Gran énfasis en la producción local: los cubanos no han dependido para obtener su próxima comida de los precios caprichosos de la economía mundial, del transporte desde lugares lejanos y de la poderosísima 'buena voluntad'. La producción de alimentos a nivel local y regional ofrece mucha seguridad, así como vínculos sinérgicos para promover el desarrollo económico local. Más aún, esta producción es más conveniente en términos ecológicos, ya que el gasto ener-gético del transporte internacional es destructivo y ambientalmente insostenible. Al promover la agricultura urbana, las ciudades y sus alrededores pueden llegar a ser virtualmente autosuficientes en alimentos perecederos, ser embellecidas y gozar de más oportunidades de empleo. Cuba nos da una pista del subexplotado potencial de la agricultura urbana .
Agroecología, libertad de precios, reforma agraria y producción local, incluyendo agricultura urbana y pequeña escala, son las lecciones que la revolución agrícola (agroecológica) cubana le ha dado al mundo. Además de la posibilidad de cambiar el sistema de producción agrícola mecanizado y de experimentar una economía más allá del comunismo y del capitalismo realmente existentes, otras enseñanzas de la experiencia cubana son: la importancia del apoyo del Estado y la creación de vínculos (redes) entre los productores y entre éstos y la comunidad científica. La revolución agroecológica en Cuba fue una revolución del conocimiento.

Extraído del artículo: 'La dimensión sociopolítica del fin del petroleo' de Armando Páez

17 abril 2012

Abril (1972): Encuentro de Cristianos por el Socialismo

Entre los días 23 y 30 de abril de 1972, se realizó en Santiago de Chile el Primer Encuentro Latinoamericano de Cristianos por el Socialismo. Se postulaba, entre otros aspectos, que dicho evento “debía impactar la conciencia cristiana latinoamericana y mundial, contribuyendo a destruir la aparente legitimidad religiosa del capitalismo”.

Aparte de todas las vicisitudes de este Encuentro –tales como invitaciones a obispos que fueron rechazadas; cartas confidenciales de obispos chilenos a Conferencias Episcopales de América Latina sobre el carácter “político” del Encuentro; fría entrevista de los participantes con el entonces Arzobispo de Santiago-, el Encuentro entregó un Documento Final que, a grandes rasgos, podría sintetizarse en que el problema sustantivo de aquel momento era el de la liberación, para lo que se requería la ruptura del sistema capitalista a fin de crear las condiciones de un proceso de construcción del socialismo, renunciándose a las “terceras vías” postuladas por la democracia cristiana.

El Documento Final establecía que “nuestro compromiso revolucionario nos ha hecho redescubrir la significación de la obra liberadora de Cristo. Ella da a la historia humana su unidad profunda y nos permite comprender el sentido de la liberación política, al situarla en un contexto más amplio y radical. La liberación de Cristo se da necesariamente en hechos históricos liberadores, pero no se reduce a ellos; señala sus límites, pero sobre todo, los lleva a su pleno cumplimiento. Los que operan una reducción de la obra de Cristo son más bien aquellos que quieren sacarla de donde late el pulso de la historia, de donde unos hombres y unas clases sociales luchan por liberarse de la opresión a que los tienen sometidos otros hombres y clases sociales; son aquellos que no quieren ver que la liberación de Cristo es una liberación radical de toda explotación, de todo despojo, de toda alienación”.

Han pasado 40 años y estos conceptos mantienen plena vigencia, como también continúa viva la palabra de Salvador Allende, cuya conducción de la Vía Chilena al Socialismo fue respaldada por este sector de sacerdotes, religiosos(as) y laicos(as), y que nació desde un grupo de consagrados(as) que habitaban sectores populares, o trabajaban como obreros, o simpatizaban con este tipo de experiencias.

Al inicio del proceso de construcción del socialismo en Chile que, innegablemente, abrió mayores horizontes a la clase trabajadora, los citados discípulos del “Hijo del Carpintero” se reunieron a reflexionar sobre su situación y su acción en aquella nueva realidad, de la que nadie puede desconocer que significaba una nueva concepción del hombre, de un empuje de la humanidad hacia delante, de una superación del capitalismo para hacer brotar una nueva sociedad, concordando con el Concilio Vaticano II que postula que “la Iglesia (…) se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia”. (“G. et S.”, 1).

En medio de las cenizas dejadas por el golpe de Estado de 1973, la dictadura militar de diecisiete años, la ambigüedad de los grupos políticos que han continuado administrando el neoliberalismo y la involución de la jerarquía de la Iglesia Católica, el Movimiento Cristianos por el Socialismo debería renacer para transmitir esperanzas a los jóvenes; entregar visiones de futuro que inunden las mentes y la imaginación de las escuelas, de las Universidades, de los medios de comunicación; despertar utopías que abran caminos; descubrir valores que den sentido a la vida; presentar prácticas nuevas que cambien las relaciones sociales; señalar cuidados con la naturaleza; enseñar a usar las tecnologías sin olvidar la poesía y la gratuidad; desarrollar vínculos de fraternidad entre las culturas y los pueblos.

Es aquella solidaridad liberadora que emana del Evangelio (tan distante de Karadima, de su círculo social y de toda la decadencia moral que esos sectores representan), lo que posibilitará que nuevamente, tal como hace casi medio siglo, podamos “esperar contra toda esperanza” que “sobre estas ruinas brillará la gloria de Dios”. (Romero, 7-1-79).

Hervi Lara B.
Comité Oscar Romero- SICSAL Chile.

Santiago de Chile, abril de 2012.